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A un célebre cardenal francés alguien le preguntó con cierta malicia: “¿Qué haría usted, monseñor, si le abofetearan la mejilla derecha?”. Y él respondió: “Sé muy bien lo que debería hacer, pero no sé lo que en realidad haría”.

Más allá de las acciones, es el juicio de los actos lo que tiene valor.

No sé si un concepto así fue considerado en el actual debate sobre la despenalización del aborto. Más allá de lo que se vote, ¿sabemos bien el valor de lo que deberíamos hacer?

El cardenal mencionado fue monseñor Charles Lavigerie (1825-1892), responsable de las misiones evangelizadoras en toda África y propulsor de la ciudadanía francesa para todos los africanos. Su accionar venció incluso la resistencia del duro anticlericalismo francés de la época, uno de cuyos más célebres representantes (Gambetta) apuntó que “el anticlericalismo no se exporta”.

Creo que este tan doloroso debate, sea cual sea la postura, debió tratarse con el mayor de los respetos, casualmente por el dolor que implica a los comprometidos por esa decisión. Se trata de decidir sobre una vida. Hay, sin embargo, en la disputa algo de campeonato deportivo, una guerra de pañuelos... que en general se usan para otra cosa.

Otro aspecto horrible de esta historia es el que se refiere a la ejecución (creo que en general esta palabra está bien empleada) del procedimiento y la forma de financiarlo. Claramente no puede obligarse a un profesional a realizar algo contra su conciencia (en las guerras recientes se exime a los objetores de participar en ella). Otro a la ridiculez de decir que el acto es gratuito. No hay nada gratuito en lo que se refiere a la salud, todo se paga. Todos sabemos que los hospitales públicos tienen las carencias más elementales. Alguien o todos pasaremos por ellos.

Decidir si la ley en favor del aborto legal y gratuito es buena, sí es favorable desde el punto de vista económico, tiene algo de “solución radical”. Con el mismo criterio suspendamos todo tratamiento a los mayores de 70 años, que representan tanta carga para las finanzas del Estado. A éste le convendría económicamente invertir en niños, que mantener añosos. Creo que se trata de Justicia, no de economía. Y cuidado con los primeros pasos.

En una reunión mundana en el siglo XVII, otro cardenal defendía la santidad de San Dionisio: “Piensen ustedes, que después que le cortaran la cabeza, la tomó en sus manos y caminó una milla. ¡¡Si esto no es un milagro!! Y una dama de la reunión acotó, discretamente: “Monseñor, con un solo paso hubiera bastado”.

He aquí la importancia de un primer paso.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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