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Por lo que me he enterado, se nos ha dado por copiar a esos pocos queridos laburantes que trabajan de ladrones.

Es que no queda duda de que el mercado laboral se ha puesto tan complicado, que se lo ve disparar apuntando a todos lados. Para arriba, se ve a todos los que están haciendo una especie de timba a la hora de prepararse para el futuro, ya que con eso de la digitalización, la inteligencia artificial y la robótica, ya existen listas de las profesiones y oficios que dejarán de existir dentro de 5, 10, 20 y 30 años, confeccionados, según me dicen, con la precisión que tienen los futurólogos, que es esperable no sea la que tienen los encuestadores, al ocuparse de lo suyo.

Y para abajo los ya mencionados, que no se les acomoda trabajar de cartoneros, ni andar con el lomo agachado todo el día, como sin rezongar lo hacen los bolivianos que la sudan de sol a sol en las explotaciones hortícolas al sur de Buenos Aires, y que no miden para un empleo público, ni siquiera con la recomendación de un puntero amigo.

Y es por eso que no les queda otra, ellos explicarían, si hubiera alguien que se animara a preguntarles y, si a la vez, ellos supieran lo que es conversar como Dios manda, con seguridad total contestarían que no les queda otra.

Explicando que para este tipo de emprendimientos prácticamente no se necesita capital, ya que basta contar con una campera o algo así, pero con capucha, una moto o un auto del que pueden hacerse en cualquier parte y en la forma resabida; una pistola o un revolver que se puede conseguir en cualquier parte, y ni siquiera hace falta un poco de coraje, ni tampoco salirse con el verso de que de cualquier manera ya está jugado.

Tendría que haber una escuela a la que pudieran matricularse, no para que les enseñe a apropiarse de lo ajeno, porque eso es una cosa que se sabe sin que nadie se lo enseñe desde que uno nace, como pasa con los patos que de entrada no más salen nadando, sino para recibir un adoctrinamiento acerca de los que son los malos modales utilizados de una manera razonable, o sea no excederse y tratando, como ahora se dice, que no haya daños colaterales.

¿De qué se trata?, me preguntará alguno, ya que no entiendo eso de los malos modales razonables. Y tendría entonces que contestarles que si no lo saben, es porque no son observadores, y no buscan tratar de entender lo incomprensible.

Porque más de una vez se da el caso de que los laburantes del latrocinio matan a alguien en su casa o su local, y del espanto se rajan sin llevarse nada, y otras en que, después de apropiarse de lo que puedan rascar y cuando se marchan, lo despachan de un tiro al pobre tipo que había quedado atontado sin comprender, porque eso tan desagradable que le había pasado, sin esperar que la cosa se pondría todavía peor.

Es que en el primer caso, tenemos que se deja un trabajo a medio hacer, y en el otro se le da al despojado una yapa repudiable por lo ignominiosa.

Pero a alguien lo que acabo de decir le resultará cuando no espantoso, del todo macabro, es porque es incapaz de ver hasta qué punto poquito a poquito y sin darnos demasiado cuenta del hecho, nos venimos contagiando todos de esos malos modales nada razonables.

Comprobarlo es fácil. Basta ver la forma desorbitadamente exagerada con que uno puede ver a otro reaccionar ante una insignificancia, pintándole la cara con toda clase se exabruptos, y llegando en ocasiones a emplear las vías de hecho, como si le hubieran matado a la madre.

Y no me van a decir que no tienen mucho de “entraderas”, los que se aparecen como intrusos en tierra ajena, armando escándalos y provocando espanto, en un grupo que de pronto ha quedado estupefacto por el bochinche que arman ese o esos vándalos.

Cierto es que hay de todo en la viña del Señor. Pero tenemos que cuidar que no sea infectada por este tipo de pestes.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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