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No sé si en todos los tiempos habrá sido así, pero hoy día el hombre parece escudriñar el pasado con igual fervor que el futuro. El primero parece irrevocable, el segundo paulatinamente invadiendo nuestra vida, con maravillas y amenazas. Pero como veremos, nuestra noción del pasado se va alterando, corrigiendo. El pasado no es estable, la ignorancia parece sellarlo.

Sí, el pasado a veces retrocede. Dueño de profundos estudios bíblicos, un arzobispo irlandés, Jacobo Ussher (1581-1656), aseveró que la Creación había ocurrido a las 18 horas del día 23 de octubre del año 4.004 AC. Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso el lunes 10 de noviembre de ese año. El fin del Diluvio, con el Arca encallando en el monte Ararat, ocurrió el miércoles 5 de mayo de 2.348 AC. Esta cronología figuraba en muchas ediciones de Biblias inglesas, y es aún un importante sustento del Creacionismo. Entiendo que sabios rabinos habían llegado a conclusiones similares.

Algo más de un siglo después, en Francia, el Conde de Buffon, que no era bufón sino abogado, y pese a ello escribió una notable "Historia natural" en 55 volúmenes, aseguró que la tierra tiene 75.000 años de edad, se basó en sus experimentos y por primera vez no se menciona a Dios en el origen del mundo (es probable que no fuera la primera).

Ahora se calcula que la tierra tiene una edad cercana a los 4.470 millones de años (un tercio de la edad calculada del universo) y estamos viviendo, además de en Colón, Entre Ríos, en el Estadio Megahlayan del Holoceno, que se inició hace 4.200 años, fecha cercana a la que afirmara, para otro origen, el obispo Ussher. Hubo estadios previos de nombres igualmente difíciles. La tierra es así muy vieja; nosotros seguiremos repitiendo que somos un país joven (aunque esto no se escucha ya tanto). Creo que ese estadio de nombre tan raro se inició después de una terrible sequía. Estemos atentos.

Al norte de Jordania se encontraron huellas de antiguos cazadores y recolectores. Había, sobre piedras carbonizadas, algo parecido a restos de un pan quemado, mezclado con semillas: de trigo silvestre, centeno, restos de rizomas. Databan de hace 14.000 años y preceden en 4.000 años a los primeros cultivos conocidos. ¿Quién habrá amasado el primer pan? ¿Quién habrá admirado el primer trigal? ¿Cuántos ensayos de siembras se habrán frustrado antes? ¿Nos olvidamos de cuánto nos ha costado todo?

Aún los textos literarios más antiguos, los de la Biblia, los de Homero, tienen seguramente detrás una larguísima experiencia del lenguaje, un proceso muy gradual de convenciones que se establecen y se seleccionan. Milagrosos fueron, pero no de generación espontánea.

El pasado retrocede. Los recientes Nobeles de física y medicina nos traen algo del futuro. Con rayos de luz (laser) usados como pinzas, se pudo escoger una bacteria. UNA. Y manipularla y entrar dentro de ella y eventualmente modificar sus genes. ¡Imaginan una pinza hecha con rayos de luz! Y al fin las células cancerosas, mostraron la razón de su irresistible progreso: son capaces de desarmar la natural defensa del organismo y se han diseñado ya anticuerpos capaces de bloquear "su armamento". Usamos términos bélicos. La guerra quizá sea más difundida, en niveles más variados, de lo que creemos.

Pero el gran desafío que enfrentamos está en la robótica y en la inteligencia artificial. Curiosamente dos mujeres de alguna manera relacionadas al romanticismo inglés: Mary Shelley, la creadora de "Frankenstein", y Ada, del siglo XX; un escritor checo Karel Capek buscó en el antiguo eslavo la palabra robota, que significa esclavo o trabajo, condiciones que sabemos suelen ir juntas. Allí concibió a los robots: máquinas capaces de desarrollar tareas complejas, e incluso llegó a imaginarlos no solo burros de trabajo sino peligrosos rebeldes.

Los sueños de la razón engendran monstruos, se dijo. Y los de la imaginación desmedida otro tanto, agreguemos modestamente. Cuidemos nuestros sueños.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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