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Es probable que esto les haya ocurrido también a ustedes. Después de un mal viaje en colectivo en el que pude dormir y ver en sueños a un amigo, ausente durante años, al bajar en la terminal me lo encuentro cara a cara, esperando otro servicio. Gran alegría para ambos por cierto. Y un leve escalofrío por la espalda al despedirnos: ¿una rara coincidencia?

Allá hacia 1920, en Zurich, el famoso psicoanalista C. Jung se frustraba ante la resistencia de una paciente en aclarar sus problemas. "Cuénteme un sueño", sugirió. Y el sueño terminaba con una alhaja: un escarabajo dorado que encerraban en su mano. En ese momento Jung percibe un golpe en el cristal de la ventana. Era un insecto que golpeaba, lo toma y se lo da a la paciente: "aquí tiene usted su escarabajo dorado".

Demás está decir que ambos quedaron impresionados y Jung ganó unos puntos en la apreciación de la enferma.

No sé si fue este "incidente" (?) u otro lo que llevó a Jung a elaborar junto con un renombrado físico atómico, W. Pauli, el concepto de sincronicidad según el cual acontecimientos no relacionados en apariencia ni por su causa, pueden estarlo por una fuerza desconocida. Jung no creía en la separación mente-materia sino en un mundo unitario, en el que todo está relacionado. Creía en la telepatía y en la existencia de un inconsciente colectivo: ideas y arquetipos universales que todos comprendemos desde el nacimiento.

Contemporáneamente P. Kammerer, un biólogo vienés, inspirado en la sincronicidad, adelanta su teoría de la serialidad: las coincidencias serían la manifestación de una fuerza básica del universo, equiparable a la gravedad.

Einstein calificó a estas ideas como intrigantes, originales y no descabelladas.

Hoy la mayoría de los científicos sostienen que las coincidencias son solo eso: coincidencias, que no hay un significado mayor ni una trama oculta. De cierta manera, si es así no deja de ser una pena. Es que calificamos de excepcionales aquellos acontecimientos que consideramos su coincidencia como excepcional, y los hombres estaríamos culturalmente entrenados para buscarlos (las mujeres también, no se ofendan).

Por ejemplo: Thomas Jefferson y John Adams, dos de los padres de la independencia norteamericana, murieron el mismo día y a las pocas horas de cumplirse los cincuenta años de la declaración de dicha independencia. Mark Twain nació y murió con el cometa Halley surcando los cielos sobre su cabeza (su órbita dura 75 años).

En 2016 un psiquiatra norteamericano, Bernard Beitman, relató en un libro su curiosa experiencia. Despierta una medianoche con vómitos rebeldes por una hora a todo tratamiento y para los que no había causa clara. A la mañana siguiente supo que a esa hora, en la costa opuesta del continente, su padre moría asfixiado por unos vómitos. Tratando de aclarar estos hechos habla de simultaneopatía, vinculado a una esfera psíquica que rodearía la tierra. El punto fuerte de las coincidencias significativas es que no puede probarse que algo está libre de significado, puesto que el significado no puede estudiarse científicamente.

Las coincidencias están lejos de tener necesariamente una relación causa efecto y esta atribución puede ser peligrosa, basta el ejemplo de la relación entre el autismo con las vacunas antivirales, errónea teoría que aún perdura en algunas personas.

Y hay peligros: antes de suicidarse, P. Kammerer, el biólogo vienés al que nos referimos más arriba, pasaba horas y horas sentado en un parque buscando coincidencias entre los transeúntes, sombreros, paraguas...

Referencia: Cody Delistate

Aeon Julio 2018
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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