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Ignoro qué hay de verdad, y cuánto de mentira en el escándalo que gira en torno al entredicho (por llamarlo de algún modo) entre la actriz Thelma Fardin y el actor Juan Darthés. El altercado gira alrededor de un suceso que habría transcurrido en Nicaragua, hace de esto una década. Ello en el transcurso de una gira de la que ambos participaban como integrantes del elenco de la obra Patito Feo.

Por Rocinante

Paso a señalar las dos versiones contradictorias que se dan de los hechos. Significa, por una parte, hacer referencia a una denunciada violación de Fardin, en que habría incurrido Darthés al someter de ese modo a quien casi triplicaba su edad, ya que en esa época la edad de Thelma era de 16 años, algo que, si viene al caso, en realidad agrega no poco a un hecho de por sí aberrante. Y por la otra, a estar de la versión de Darthés, quien según sus dichos, habría intentado ser seducido por su adolescente compañera de troupe, a cuyos encantos declara haber resistido.


La justicia dirá, ya que no me considero con la capacidad de pronunciarme acerca de lo que ignoro, por más que en este mundo hipócritamente cruel en el que vivimos (posiblemente como haya sido siempre, nada más que ahora las cosas se han potencializado de una manera que no termina de asustarnos, consecuencia de la posibilidad de comunicación instantánea y masiva de todo lo que pasa o se dice que así sucede) ya Darthés, más que condenado, ha sufrido una crucifixión mediática.

No pretendo ensayar una defensa a su respecto al preguntarme en qué pensaban los padres de la menor al permitirse adentrarse en soledad, porque se puede estar solo aun estando acompañado, (algo que viene a quedar confirmado por aquello de que más vale estar solo que en mala compañía); adentrarse en soledad, repito, con una troupe, en las que es sabido son propicias para que se cometan graves “travesuras”, ya que no están conformadas, en su enorme mayoría, precisamente por carmelitas descalzas.

Y aún más, en lo sucedido tiene algo o mucho que ver, el hecho que la educación sexual, en el caso de existir por parte de los padres o la escuela, no significa la incorporación de valores, sino de prevenciones higiénicas o vinculadas con evitar el embarazo.

Pero independientemente de lo que haya acontecido en la realidad, y más allá de la creencia generalizada que victimiza, como ahora se dice, a Thelma; existe un hecho incontrovertible que viene a jugar en contra de Darthés. Es que las mujeres a lo largo de la historia, precisamente por ser integrantes de uno de los tantos grupos vulnerables, sino el principal, se han visto en diversos grados y matices, con un número de situaciones que invariablemente mostraban su insuficiencia para derogar la regla de la supremacía del varón.

Ello ha hecho que como uno de los efectos de ese estado haya existido, a lo largo de los tiempos lo que ahora, en un lenguaje en el que se entremezcla el pensamiento filosófico con la sociología, se denomina la “cosificación” de la mujer. Es decir la mujer no vista como persona humana que es, sino como cosa u objeto, situación que ha compartido y comparte con otros grupos vulnerables.

Abriendo un paréntesis, habría que referirse aquí a la lastimosa situación de quienes se autocalifican como trabajadoras del sexo, llegando inclusive a su sindicalización, sin que no siempre las que asumen esa condición -sin saberlo o tratando de no pensar en ello- de esa manera se “auto-cosifican”, frente a lo cual la sociedad no solo no reacciona ni encara un proyecto de sanación alguna, sino por el contrario llega al consenso activo frente a ese tipo de comportamientos.

Retomo el hilo y vuelvo a referirme a esa situación (la de la mujer como grupo vulnerado y vulnerable) contexto al que ahora vemos afortunadamente cada vez con más celeridad derretirse, independientemente del hecho que no lo sea siempre esgrimiendo valores y dando cuenta de procedimientos y actitudes adecuadas, algo que tampoco se puede dejar pasar por alto.

Y es precisamente esa condición históricamente impuesta a la mujer, la que la lleva a que -fuera el que fuera el comportamiento verdadero de Darthés en el sucedido de marras- se la ubica en un contexto social de varones mirones, piropeadores y acosadores (me quedo allí y no prosigo la secuencia) con el que se debe contar, si es que se quiere adentrarse en el problema. Algo que me lleva a mirar las cosas desde una distancia mayor todavía, en la que se hacen presente los “dobles estándares” los que se aplican no solo en relación a la mujer. Ya que lamentablemente se los encuentra siempre a lo largo de la historia y en todas partes y que, tanto en mi caso como en el de todos, no estamos exentos de aplicarlos en una infinita variedad de circunstancias.
Un vistazo didáctico a “La Rebelión en la granja”
Como es sabido ese es el título de una sátira que escribió el anarquista escritor escocés George Orwell en plena Guerra Fría, la que no pretendía ser una descripción figurativa de lo que era la Unión Soviética. Un librito que nadie debería dejar de leer, porque resulta en la actualidad útil para ayudar a comprender a los actuales regímenes populistas, que hoy parecen peligrosamente brotar por todas partes.

Acudiendo a una reseña, la utilizo para llevar a cabo un resumen concentrado de su argumento. El relato se refiere a los animales de una granja que un día influenciados por las enseñanzas que un viejo cerdo, “el Viejo Mayor”, les dio antes de morir, llevan a cabo una revolución en la que consiguen expulsar al dueño de la granja y su familia. Luego de lo cual escribieron en una de las paredes del galpón de la propiedad los siete mandamientos a los que debían ajustar su conducta: “Todo lo que camina sobre dos pies es un enemigo. Todo lo que camina sobre cuatro patas, nade, o tenga alas, es amigo. Ningún animal usará ropa. Ningún animal dormirá en una cama. Ningún animal beberá alcohol. Ningún animal matará a otro animal. Todos los animales son iguales”.

Las cosas fueron bien hasta el momento en que un cerdo autobautizado Napoleón se erige como único líder. Los cerdos se constituyen como una élite dentro de la granja, y los demás animales empiezan a ser amenazados por los perros, convertidos en la guardia napoleónica. Así los cerdos van borrando poco a poco de la pared del galpón los preceptos, hasta que llega el día que los animales se ven sorprendidos al ver en el séptimo mandamiento una modificación que quedó redactada de la siguiente manera: Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros. También allí había emergido el doble estándar.
De dobleces inadmisibles aunque indomables
Cuando se hace referencia un doble estándar, no se hace otra cosa que mencionar lo que comúnmente se menciona como la doble manera de tratar, o lo que en la Biblia se condena haciendo referencia a aquellos que hacen acepción de personas; o sea lo contrario a la igualdad ante la ley y, lo que es lo más grave, el principio de justicia, ya que su empleo no es otra cosa que medir dos comportamientos iguales con varas diferentes.

Se trata entonces de la trasgresión de un principio de nuestros viejos criollos, el que me encanta repetir, sin cansarme nunca de hacerlo, y que procuro cumplir, cual es el que “Nadie es más que nadie”. Su aplicación como hemos visto es la común en materia de sexos, o de géneros como ahora existe una preferencia en decir, pero no está demás recalcar que su aparición se hace presente en tantos ámbitos de nuestra realidad, que de ponernos a pensar en ello no dejaríamos de asombrarnos.

Como lo señala la estudiosa Margaret Eicler en una de sus obras sobre el tema, la que precisamente se denomina El doble estándar es comúnmente visto como una herramienta psicológica decisiva que se usa para defender nuestro yo o nuestro subconsciente de uno de los defectos de nuestro propio conjunto de valores o principios contrastantes. Y haciéndose más rudamente contundente encuentra en su empleo un punto de vista hipócrita y sesgado, con el cual separar lo que parece malo en otros del mal en uno mismo, al tener dos conjuntos de reglas para aplicar al mismo concepto.

Es así como también se ha señalado, refiriéndose a lo que en definitiva es un comportamiento deshonestamente contradictorio, que en la mayoría de los casos se percibe la presencia de una doble moral, en los que actúan o reaccionan ese modo, ensayando una explicación que suena casi como una disculpa. La doble moral puede ser parte de la tendencia natural a defender a nuestra manada: no nos gusta que los demás hablen mal de los nuestros, y esa necesidad de protegerlos puede llevarnos muchas veces a “maquillar” sus errores. Algo que no les impide a sus defensores hacer la salvedad que cuando las acciones que encubrimos son de una cierta gravedad, todo cambia, especialmente si nuestra negligencia puede perjudicar a un tercero.
Ortega y Gasset y una reflexión dirigida a los políticos
El de hemiplejía moral es un término acuñado por el filósofo español José Ortega y Gasset, en uno de sus tantos prólogos a su obra más famosa cual es La rebelión de las masas. Es cuando advierte que ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral.

En relación a lo cual uno de los glosadores de su pensamiento ha señalado que su intención con este neologismo es criticar a las personas que, auto ubicándose dentro de la derecha o la izquierda políticamente hablando, son incapaces de pensar de una forma extensa, más allá de su ideología, de forma análoga a la persona que padece de la parálisis motora en la mitad de su cuerpo (hemiplejía). Lo cual queda peligrosamente ilustrado cuando, desde esa misma perspectiva, se dice que “el terrorista de un hombre, es el luchador por la libertad de otro”. Es que, en el mejor de los casos, habría que referirse a muchos de ellos como personas honestas, peligrosas y hasta trágicamente equivocadas.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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