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El futuro podrá ser distinto después de la pandemia, pero para Argentina parece que nos empecinaremos en que todo siga igual

Dos semanas de aislamiento obligatorio en los EE.UU. provocaron 10 millones de nuevos desempleados. Los amantes de la regulación dirán que esa es la brutalidad del sistema laboral de los EE.UU., que al no imponer costo alguno a las empresas por despedir a su personal permiten a empresarios despiadados usar al trabajo como a un insumo cualquiera.

Por el contrario, los amantes de la libertad económica dirán que esta flexibilidad permite que las empresas sobrevivan y vuelvan a emplear cuando el ciclo se revierte. Si por no poder achicar costos la empresa quebrara, va de suyo que ya no podría regenerar los empleos que destruyó en la recesión. Entretanto, dicen, el estado sostiene a los desempleados. Es que en realidad, esa cifra de 10 millones de personas corresponde a los pedidos de subsidio por desempleo.

En Argentina, el libre mercado es anatema. A veces llamado neoliberalismo, el Presidente lo llamó posmodernismo en el Sanatorio Antártida, del gremio de Camioneros. Parece que Fernández tiene una veta artística.

Ese posmodernismo salvaje nos hace creer que el éxito es ganar dinero, dijo el Presidente. Pero bastó “un bichito microscópico”, como también dijo Fernández que dijo la otra mente preclara, Axel (no el cantante), apareciera para demostrar su fragilidad.

Es que el posmodernismo tiene algo de diabólico: atrae inversiones que crean empleos

El posmodernismo es un enemigo fácil de atacar: el éxito produce envidia y es fácil dirigir esa envidia para generar encono en los envidiosos. Porque bien sabemos que si no estamos donde nos corresponde es por culpa de los otros, que no nos dejan ser ni hacer a voluntad. Que si no les demostraríamos nuestra superioridad.

Pero ese “bichito microscópico”, redentor, permite al Presidente, gracias a su preclara cosmovisión, preguntarse para qué habrá servido acumular tanto. Y hace bien en preguntárselo, porque el mundo no se entiende, ni nos entiende, ni lo entiende a él.

Tiene que preguntar si no le parece natural que, mientras nosotros no crecimos ni creamos nuevos empleos en una década, el posmodernismo acumulador tuvo pleno empleo. O si no se le hace tampoco natural que el posmodernismo pueda dar millones de subsidios de desempleo y nosotros apenas $10.000 durante un mes (a propósito, tan naturalmente solidarios somos que tenemos 11 millones de aspirantes, de una población activa de 14 millones). O si no le parece que haga sentido que el país posmoderno por excelencia logre emitir moneda sin respaldo para solventar paquetes fiscales billonarios, sin debilitar la credibilidad ni la demanda por esa moneda, que sigue siendo considerada buena y que probablemente sea la moneda a la cual volarán los pesitos que emita nuestro Banco Central para solventar nuestro paquetito.

Algunas cosas habrán cambiado para siempre con la pandemia. La tecnología para facilitar el trabajo y la educación a distancia, las normas de higiene más estrictas, entre otras cuestiones cotidianas, parecen haber llegado para quedarse.

Por suerte nosotros tenemos la cura para ese mal: creamos millones de planes sociales; ahí está la bendita solidaridad

Pero también parecen haber llegado para quedarse cuestiones cuyo provecho es más discutible, en especial las referidas al poder del que se apropiaron los gobiernos para recortar nuestras libertades más básicas en nombre de una amenaza bastante abstracta, cerrar las fronteras, y seguirnos a través de nuestros teléfonos móviles, que pueden informar dónde estamos, con quién, en qué estado de ánimo y con cuánta fiebre, en cada momento.

Con todo, a ninguno de estos asuntos pareció referirse Fernández cuando dijo que “el mundo va a ser otro” después de la pandemia. Centrado en cuestiones filosóficas, se refería al fin del individualismo y la acumulación.

Sería una pena que no tuviera razón, y que los acumuladores, que por haber acumulado riqueza pueden ahora gastarla para mitigar la crisis, siguieran acumulando, mientras nosotros, los solidarios, que no acumulamos ni dejamos que otros en el nido propio pudieran hacerlo, siguiéramos dependiendo de las migajas que nos permiten tomar los acumuladores externos.

Es que el posmodernismo tiene algo de diabólico: atrae inversiones que crean empleos. Por suerte nosotros tenemos la cura para ese mal: creamos millones de planes sociales; ahí está la bendita solidaridad.

Es posible que, como dijo Fernández, el mundo sea otro después de la pandemia. Pero también es posible que algunas cosas sigan igual.
Fuente: El Entre Ríos

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