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Acababa de ver por televisión la espantada que se había pegado Cilia Flores, la esposa de Nicolás Maduro, en momentos en que, en el transcurso de una parada militar, se escuchó una explosión. Aunque debo reconocer que no era una verdadera espantada, si se la compara con la corrida que pegaron los soldados, muy marcialmente presentes en el lugar, al escucharla. No hizo falta, en la ocasión, que algún cabito o un sargento voceara “rompan filas”, para que todos salieran corriendo.

Cilia, por fortuna, reaccionó en seguida. Al menos es lo que supongo. Ya que a continuación de escuchar el ruido se cortó la transmisión, apenas dejando ver que a Nicolás su “guardia de cuerpo”, haciendo honor a su nombre, le ubicaba delante suyo un alto biombo protector. Algo explicable, no solo por el rango, sino por la circunstancia que Maduro no es precisamente lo que se diga, un petiso de mala muerte.

Estoy enterado de todo lo que pasa en Venezuela porque soy un fanático de Telesur. Es de humor negro, la sensación que me provoca escuchar a Nicolás hablando horas y horas, y sobre todo con atuendos distintos cada día, como si fuera nuestra Mirtha, la Legrand.

Y también el placer de verla a Cilia tan cambiada, ella que fue bautizada como “la primera combatiente”. Es que hay que ver el cambio que muestra en su fisonomía y su forma de arreglarse, desde que Nicolás asumió. Cambió la montura de sus gafas por otra que no sé por qué le queda mejor. Esponjó su cabellera lacia, justo al punto para que no dejara de serlo. Y se comenzó a vestir como una señora discreta. Se me ocurre que todo esto es para disimular su calidad de primera combatiente, haciendo como que es la “primera dama”, muy a pesar suyo.

Mientras estaba sumergido en esas cavilaciones llegó mi tío. Mi tío siempre viene, aunque nunca está cuando lo necesito. Fue allí como me sacó de mis cavilaciones contándome que la mujer de López Obrador, presidente electo mexicano, no quiere aceptar el cargo de “primera dama”, y que tampoco quiere ser vicepresidenta, como es la de Daniel Ortega en Nicaragua.

La charla en seguida se desvió por otros rumbos. Cuestioné que el de primera dama fuera un “cargo”, y no tan solo un “título” que de los Estados Unidos se importara, porque no se la podía designar como “princesa consorte” a la esposa del presidente, aunque por lo demás lo de “primera dama” me suena horrible. De solo pensar que si un día mi mujer, cuándo la tenga, llega a ser presidenta, a mí tendrían que decirme “primer caballero”, que suena más horrible todavía, me dan escalofríos.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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