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Shadi Hamid
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La respuesta de Shadi Hamid

Shadi Hamid es un politólogo especializado en políticas del Medio Oriente que incluye la temática de las relaciones entre los Estados Unidos con el mundo islámico. A la vez que autor de numerosas obras entre la que se encuentra una titulada Como la lucha contra el Islam está remodelando el mundo, y el que sirve de acápite a esta nota cual es El desafío de la gobernabilidad en una época de desorden en la que efectúa un enfoque original sobre la forma de explicar y abordar una cuestión tan actual, y a la vez tan trágica, como es la de una violencia que por diversas causas atraviesa el mundo. Es por ello que me ha parecido de interés compartir algunos de sus puntos de vista en relación a esa cuestión con los lectores.

Por Rocinante
Militantes criminales y señores de la guerra
El autor en su libro viene a fundamentar con hechos su teoría acerca de la gobernabilidad en una época de desorden, cual es que si las personas no pueden obtener el liderazgo que anhelan del estado, tratarán de buscar y hasta encontrarán a alguien más para que haga el trabajo. Algo que vendría a explicar cómo terroristas y criminales pueden llegar a gobernar (dicho esto utilizando en forma amplia hasta el extremo la palabra), con una anuencia –no puede hablase aquí de legitimidad- que nace del hecho que gobiernan mejor que los propios gobiernos.

Para llegar a esa conclusión, la sustentan en una afirmación previa, que es la que en este tipo de marginales el crimen no es siempre su vocación principal; ya que en muchos casos es también gobernar. Estos grupos pueden ser malvados, pero también pueden ser racionales, calculadores y, en ocasiones, sorprendentemente eficaces, superando a los gobiernos existentes.

Con un añadido de importancia expresada en la circunstancia este punto fundamental (el de la gobernabilidad) a menudo se pierde, en los formuladores de políticas, con el afrontar el problema del desafío de las diversas vertientes de terrorismo.

Este, según el autor que glosamos, sería el caso de la administración Trump la que ha hecho mucho ruido para derrotar a grupos como el Estado Islámico, pero ha dicho muy poco sobre cómo evitar que vuelvan a surgir en el futuro.

Para ser justos, nos dice, el presidente Trump solo se basa en la política "antiterrorista primero" de su predecesor, el presidente Obama. Y la línea dura de la administración Trump con respecto a las drogas ilegales provenientes de México, dejando de lado el problema del muro fronterizo, tiene ecos en los gobiernos republicanos y demócratas anteriores.
De donde se hace necesario volver, a lo que debe sonar como una machacona cantinela: la verdadera causa de la inestabilidad no es el terrorismo o la delincuencia sino la ausencia de un gobierno efectivo.
Talibanes y movimientos islamista similares y lo que sucede en América latina
Dentro de la amplia categoría de "gobernanza", existe un hilo común que sobresale entre regiones, religiones y culturas: la demanda de justicia, incluso si es de la variedad "rudo y listo". El orden y la seguridad son lo que los residentes más demandan, al menos al principio. Incluso cuando las órdenes locales son brutales, pueden ofrecer la resolución de disputas rápidas y predecibles que buscan las poblaciones.

En Afganistán, los conflictos por la tierra, el agua y las disputas tribales han aumentado después del final del régimen talibán como resultado de un gobierno institucional débil y de la usurpación del poder. Los tribunales formales posteriores a los talibanes no han podido detener ni resolver esos conflictos. Peor aún, las cortes se volvieron corruptas y se convirtieron en una herramienta de expropiación de tierras, algo que empeoró durante la presidencia de Hamid Karzai.

Los talibanes se han movido para llenar el vacío al proporcionar mediación libre de disputas tribales, criminales y personales. Los afganos informan un alto grado de satisfacción con los veredictos talibanes, a diferencia de los del sistema de justicia oficial, donde los peticionarios a menudo tienen que pagar considerables sobornos.

En América Latina, varios grupos delictivos mantienen el control de los barrios con una mezcla de coacción y servicios públicos, similares en muchos aspectos al Talibán o al Estado Islámico, aunque no en la misma escala. Por ejemplo, en las favelas de Río de Janeiro, las organizaciones criminales como Primeiro Comando da Capital regulan la actividad delictiva con una llamada "constitución criminal”. Que establece límites sobre los que los miembros pueden hacer entre ellos o incluso con la población local. Las pandillas también patrocinan el desarrollo de espacios públicos, como plazas e instalaciones deportivas; incluso han mejorado la entrega de agua en una favela de Río. Ayudan a pagar los gastos médicos de los residentes que tienen problemas o proporcionan préstamos en pequeña escala a quienes no pueden llegar a fin de mes. Las pandillas basadas en la prisión, particularmente en países donde han logrado influencia nacional como Brasil y El Salvador, también están en el negocio de la gobernanza. Regulan y hacen predecibles las condiciones de otro modo brutales en cárceles superpobladas.
El gobierno bueno
El autor al que vengo glosando, habla del gobierno bueno, aludido a lo que entre nosotros de designaría como un buen gobierno.

Para hacer referencia a lo que es la dificultad y a la vez la necesidad de lograrlo destaca que sea en Medio Oriente, Latinoamérica o en cualquier otro lugar, la cuestión de cómo los actores internacionales pueden mejorar la gobernanza en lugares que no comprenden del todo siempre es difícil.

El buen gobierno, o incluso un buen gobierno, no son fáciles. A veces, puede parecer un sustituto de lo heroicamente imposible, que requiere una ambición al estilo del Plan Marshall, un liderazgo visionario y recursos financieros masivos. Pero más importante que esto es que existan metas realistas de gobernabilidad, lo que es más importante, voluntad política junto con plazos factibles. Pero, sobre todo, requieren un cambio de actitud.

Traigo aquí un ejemplo de mi coleto. En el que admito que no debo ser al primero al que se le ha ocurrido plantearse el problema, y que muchos lo habrán hecho a pesar de que llegué a ella por mi propia cuenta.

La cuestión a resolver fue consecuencia de la gran emigración de africanos a Europa, a través del Mediterráneo, la mayoría en embarcaciones inapropiadas que hacía que muchos de ellos terminaran ahogándose. La pregunta que me hice fue porqué, en lugar de tener que afrontar los costos y complicaciones de todo tipo que significaba para los países europeos la llegada de esos inmigrantes, no prestaban, además de asistencia técnica, recursos financieros suficientes, como para que los estados africanos de donde provenían esos inmigrantes, llevaran a cabo programas de desarrollo económico y social que sacase de la cabeza de sus gobernados la idea de marcharse.

Partiendo del presupuesto que nadie se marcha de su lugar en el mundo, si la vida en el resulta al menos soportable. Encontré la respuesta a la pregunta, bajo la forma de una obvia dificultad: la sospecha, que tenía un más que parecido con una convicción, acerca de que la ayuda que se prestara terminara engordando los bolsillos de los gobernantes, mientras que “el derrame” que llegara a la población fueran tan solo migajas.
La situación actual en nuestra América latina
Para el autor al que sigo, la tendencia actual en nuestros subcontinentes muestra la predisposición mayoritaria a encontrar la solución de diferencias ideológicas dentro de las instituciones del Estado. Tendencia que se inició con las transiciones democráticas de los años 1970 y 1980, y que se mantiene en general presente a pesar de sus excepciones (tal el caso de Venezuela) y de sus tropezones, dificultades y errores.

Pervivencia que tiene su explicación en la integración de factores que ponen el acento en lo social en la política dominante; algo que ha tenido importantes implicaciones para el conflicto violento: hoy en día, los grupos armados prácticamente no tienen ideologías populares alternativas, sobre las cuales extraer credibilidad.
Advirtiendo por eso que el sustituto más cercano, que no llega al nivel de la ideología en el sentido tradicional, es la lealtad hacia una pandilla, milicia u organización criminal, que ofrece una base alternativa para la solidaridad social.
La subsistencia de actores no estatales con funciones de gobierno en América Latina
Es que como el propio autor al respecto lo destaca, incluso en ausencia de motivaciones ideológicas y religiosas claras, algunos actores no estatales siguen desempeñando importantes funciones de gobierno en toda América Latina. Donde la presencia del estado es débil, esto es inevitable. Pero incluso donde los estados no son débiles, los gobiernos pueden simplemente decidir que el costo de establecer una presencia estatal supera los beneficios.

Incluso los países ricos como Estados Unidos, Alemania y Francia carecen de control total en los focos de territorio: las ciudades del interior, los campamentos de refugiados, las comunidades de migrantes o las banlieues. Las comunidades minoritarias alienadas pueden ser reacias a cooperar con las autoridades, lo que aumenta el costo de mantener una presencia estatal. Pero el hecho de que el estado no esté interesado en proporcionar gobierno no significa que nadie lo haga.

Volviendo sobre la tesis inicial: las personas buscan el gobierno de quienquiera que demuestre capacidad de ejercerlo, y están aun con resquemores dispuestos a entregárselo, y si el estado no puede, encontrarán a alguien más que haga el trabajo.

En América Latina, varios grupos delictivos mantienen el control de los barrios con una mezcla de coacción y servicios públicos, similares en muchos aspectos al Talibán o al Estado Islámico, aunque no en la misma escala. Por ejemplo, en las favelas de Río de Janeiro, las organizaciones criminales como Primero Comando da Capital regulan la actividad delictiva con una llamada "constitución criminal”. Que establece límites sobre lo que los miembros pueden hacer entre ellos o incluso con la población local. Las pandillas también patrocinan el desarrollo de espacios públicos, como plazas e instalaciones deportivas; incluso han mejorado la entrega de agua en una favela de Río. Ayudan a pagar los gastos médicos de los residentes que tienen problemas o proporcionan préstamos en pequeña escala a quienes no pueden llegar a fin de mes. Las pandillas basadas en la prisión, particularmente en países donde han logrado influencia nacional como Brasil y El Salvador, también están en el negocio de la gobernanza. Regulan y hacen predecibles las condiciones de otro modo brutales en cárceles superpobladas.
La pregunta pendiente y que nos atañe
Frente a ese cuadro, ¿podemos con la mano en el corazón decir que todos estamos apostando a la construcción de un buen gobierno? A la vez que nos ponemos a pensar que siempre existe la posibilidad de que se haga presente una mala solución indeseable y desastrosa, pero solución al fin.

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