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El estado de la economía argentina es calamitoso, y ninguna de las medicinas con que cuenta el recetario del sector público parece ser la apropiada para sacarla de tal estado. La máxima que guía a tal recetario es la de que el sector público está mejor capacitado que el resto para resolver los problemas económicos y sociales del país. Es ésta una base de pensamiento que ni siquiera 70 años de magros resultados ha sido capaz de torcer.

La denuncia recurrente sobre la angurria de los empresarios y capitalistas como fuente de nuestros males ha perdido todo sustento. Basta hacer una recorrida por muchos de los mayores sectores del sector privado para detectar que el “modelo de acumulación de matriz diversificada con inclusión social” no es más que una fantochada. Fuera de algunos sectores extractivos de materias primas, los mismos de los cuales el modelo pretendía diversificarnos, se ha depreciado muchísimo la base de capital. De bancos a supermercados, pasando por casi todas las industrias manufactureras, la acumulación de capital es apenas una ficción. No hay inversiones suficientes para compensar la depreciación de los activos.

Las estadísticas del Indec son concluyentes: si bien la tasa de formación bruta de capital fijo promedió 20% anual durante los últimos 15 años, más de la mitad de esa cifra corresponde a construcciones y equipo de transporte, que no producen nuevos bienes, y apenas el 40% a equipo de producción. Una cifra que, según algunos estudios privados (un sustituto imperfecto de cifras que el Indec ha dejado de producir con regularidad), no compensa la depreciación de esos equipos. Llevamos al menos 15 años de caída del stock de capital.

El stock de capital es el que hace posible el crecimiento futuro: qué activos tengo para producir una determinada cantidad de bienes y servicios. La noción de crecimiento potencial del PBI es una medida de cuánto puede avanzar una economía de forma sostenida sin generar desequilibrios. Que haga casi 70 años que, con muchas subas y bajas, la tasa de crecimiento promedio apenas orille 2%, menos de un punto porcentual por encima del crecimiento poblacional, es una señal evidente de cuán bajo es nuestro crecimiento potencial.

No se trata sólo de la industria manufacturera: a pesar del aparente dinamismo de las actividades extractivas, es evidente que también éstas operan por debajo de su potencial. Es que no hay potencial en tanto los recursos no sean explotados. La tierra yerma es una fracción de la riqueza que la misma tierra sería de ser explotada, y abundan los estudios sectoriales respecto de cuánto podría extenderse la frontera agrícola y la producción con condiciones favorables para la inversión. Las minas o los recursos hidrocarburíferos no explotados valen menos del 10% de aquellos que están en producción. Eso de que somos un país rico en recursos es una ficción que simplifica el hecho de que apenas tenemos recursos para generar riqueza, pero no somos ricos hasta tanto los podamos explotar.

Extender el potencial demanda en todos los casos grandes inversiones. Dicho de manera llana: hay que poner dinero hoy para producir mañana. Pero es imposible que haya más inversión si no hay un mercado de capitales local desarrollado, ni acceso al financiamiento externo, y hay una presión impositiva para financiar gasto estéril en lugar de obras de infraestructura, y el tipo de cambio no es competitivo y ni siquiera es accesible con libertad, además de que las condiciones laborales hacen que nuestra mano de obra, que cobra de salarios de miseria, sea de las más caras de la región. Es imposible, por ende, que haya más crecimiento potencial, más desarrollo futuro y menos pobreza.

La otra ficción nacional es la de la riqueza de nuestro capital humano: que tenemos grandes condiciones para el desarrollo de la economía del conocimiento. No: tenemos recursos para cubrir muchos puestos laborales en la economía del conocimiento, pero no para desarrollar una industria local que logre ser una líder global en el área. Las pruebas Aprender muestran años de retroceso, y apenas los pocos privilegiados que concurren a las escuelas privadas se salvan. El 80% de los estudiantes de 7mo. grado no comprende textos de manera cabal, ni puede escribir correctamente. También la educación, soñada como un igualador social, se ha convertido en una grieta que separa cada vez más a quienes pueden de quienes están condenados a no poder progresar. ¿Generar pobres es una política de estado?

No es un problema exclusivo del gobierno actual, ni del anterior; es de todos (quizás, con la única excepción de los años ´90). Son décadas durante los cuales el crecimiento del estado provocó el estancamiento del sector privado, al extraer cada vez más recursos de éste para solventar sus gastos, que ni siquiera fueron productivos. Aun los mejor intencionados parecen atrapados en un pensamiento coyuntural y carecen de una idea de país. Cambiar, sin duda, será doloroso, pero es la única manera de salir de este círculo vicioso de decadencia.

No somos ricos en capital físico y no somos ricos en capital humano. Tenemos que dejar atrás esas ideas que nos condenan a esperar algo que está claro que no va a caer desde el cielo. Debemos abandonar las falsas ideas que generaron este largo proceso de ahogo del sector privado y de mutilación de nuestro crecimiento potencial. No está claro que haya, en el espectro de la política, dirigentes que piensen que es necesario cortar de raíz con un sistema cuyo resultado de miseria está a la vista.
Fuente: El Entre Ríos

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