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En 2002, la crisis económica y política provocada por el fin de la Convertibilidad hizo caer el PBI 12% y aumentar la tasa de pobreza, según la metodología actual del INDEC, a más de 70%.

Desde la vuelta de la democracia en 1983, y excluyendo los picos de la hiperinflación de 1989 y la salida de la Convertibilidad en 2002, la tasa de pobreza promedió 36%. Tanto durante la época de la Convertibilidad como entre 2003 y 2015, la tasa de pobreza fue muy parecida.

Tomada de manera aislada, la estadística no llama demasiado la atención. Pase lo que pase, parecemos condenados a convivir con esa tasa de pobreza estructural. Pero, puestas en el contexto político en el cual se dieron las estadísticas, algunos mitos se caen.

Un mito que cae es el de la teoría del derrame, que dice que, si la economía genera riqueza durante un proceso de acumulación capitalista, esa riqueza eventualmente fluirá hacia toda la sociedad. Diez años de Convertibilidad no fueron suficientes para reducir la pobreza: la hiperinflación había provocado un salto estructural de 10 puntos respecto del medio siglo anterior. Si bien se recuperó, y mucho, del pico de 70% de la hiperinflación, el salto estructural no pudo revertirse.

Pero también cae el mito derivado del anterior: el que dice que el Estado debe hacer lo que el capitalismo no hace. En 2002, la tasa de pobreza volvió a hacer pico en 70%. También eso corrigió el kirchnerismo, aunque tampoco consiguió vulnerar el piso estructural.

Hasta el año 2003, el gasto público consolidado de Nación y provincias representaba en promedio 25% del PBI. El kirchnerismo llevó esa cifra hasta 42% en 2015. El gobierno de Macri lo redujo de manera modesta, a 38%, zona por la que hoy seguimos. Quiere decir que el estado ocupa en la actualidad casi el doble del espacio en la economía que ocupó históricamente. Lo peor del caso es que, desde el punto de vista de lo que vino a hacer (reducir la pobreza), ese espacio ganado ha sido inútil. El neoliberalismo y el progresismo, por llamarlos según el nombre peyorativo que unos dan a los otros, generaron igual resultado en términos de pobreza.

El asunto es que esa única medida no alcanza para compararlos. Durante la década del ’90, la base de capital del país se expandió, gracias a los incentivos que encontró el capital privado para invertir. El capital creado en los ’90, de hecho, fue el colchón que permitió el derroche del experimento progresista posterior.

Tampoco hubo grandes diferencias en la tasa de crecimiento de los años de la Convertibilidad y los del progresismo. Pero sí las hubo en las consecuencias del crecimiento. La Convertibilidad generó un crecimiento estable y equilibrado, que permitió vivir la única década sin inflación del último siglo. Con el progresismo, en cambio, el aumento del gasto público para sostener el consumo y el crecimiento requirió ingentes dosis de financiamiento monetario, lo que redundó en inestabilidad financiera y cambiaria y, sobre todo, en un aumento permanente de la inflación. Dicho con todas las letras: la inflación con la que convivimos es consecuencia indirecta del gasto público exagerado.

Pero, además, la peor consecuencia del espacio que el sector público arrebató al sector privado dentro del PBI ha sido la destrucción de la base de capital. El Estado no genera valor, esencialmente porque su gasto no es productivo: sólo 1,4% del PBI es destinado a obra pública. El resto (casi 40%) se pierde en gastos corrientes que no generan riqueza. Pero no solo no lo genera, sino que al crecer lo destruye por la necesidad de aumentar impuestos para sostenerse.

En los últimos meses ha quedado más que claro que sólo el sector privado nos puede sacar del atolladero en que estamos. Es el único con acceso a crédito para invertir. El crédito público está roto. Pero, en los últimos meses, muchas empresas (Pan American Energy, Tecpetrol, Pampa Energía, IRSA) consiguieron capital en el exterior para invertir en Argentina. Vaca Muerta consigue capital. El litio consigue capital. ¿Cuál es el denominador común de estos afortunados? Que son iniciativas privadas que crean riqueza nacional y capacidad de producción, generan empleos formales, pagan impuestos y tienen negocios capaces de repagar los créditos. Dejemos al Estado para los cortes de cinta. Si se corre y deja hacer, el sector privado puede generar riqueza.

También tendremos que olvidarnos del derrame capitalista. Es imposible eliminar la pobreza si primero no creamos la riqueza que la contrarreste. Cómo repartir la riqueza es un problema de segunda generación, que no existe si no hay riqueza. Llevamos 20 años durante los cuales combatimos el capital y generamos pobreza. El Estado debe replegarse para que el sector privado gane dinamismo. Porque, así como vamos, destruimos la riqueza que queda y nos hacemos cada día más pobres.
Fuente: El Entre Ríos

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