Nuestros mayores nos decían: "mirá que el que juega con fuego puede quemarse", y por más que marchen al Congreso, muchas veces no podrán las mujeres cambiar las reacciones fisiológicas de los hombres (como ocurre viceversa, no podemos hablar aquí de injusticia). La civilización ha nacido, entre otras cosas, para enseñarnos a poner límites y esto debería ser parte de la enseñanza actoral. Mal educados, pues.
Pero creo haber olvidado el verdadero escándalo. Y éste es el pésimo uso que estamos dando a uno de los más maravillosos inventos de la humanidad. La televisión es eso, o podría serlo. Una fuente de instrucción, cultura, diversión y mucho más. Las aulas desocupadas y la televisión que podría ser una escuela que funcionara veinticuatro horas, está para discutir hasta el cansancio mediocridades, cuando no obscenidades.
Creo que es en una de las cartas que Sarmiento enviaba desde Francia, entusiasmado con los folletines, que decía "¡ah, si pudiera tener en mis manos algo así, cómo nos habría educado! Pero no, a nosotros la vida diaria se nos ha ido transformando en uno de esos folletines horribles, en los dichos de gente sin inteligencia e incultos. La vida imita al arte o viceversa. Vieja discusión. Pero lo que está entremedio no es arte. Y nosotros, cada uno de ustedes, queridos lectores, estamos pagando esto, que contribuye a que los chicos aprendan y codicien tener en la mano una pistola y una adolescente soñar que es una mujer fatal, para terminar degollada en algún albañal. El mal corre.