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En nuestra última edición impresa, dimos cuenta de roturas en uno de los edificios de la Escuela Normal Superior de Colón, a poco de haber concluido las reparaciones generales del mismo. Mala suerte, si es que de esa manera se la llega a así entender, con los edificios de esa escuela. El más nuevo en parte se cayó, y en parte sigue siendo una prueba patente de que nunca se lo va a terminar, y vaya a saber hasta cuándo va a seguir a medio deshacer.

El otro edificio supo funcionar en una época como escuela primaria provincial, lo que dice de su antigüedad. Y su supervivencia viene a dar muestras de su tozudez frente a las refacciones y arreglos que se destruyen, mientras permanece incólume.

Son signos de la época, aunque ello no es motivo para que nos resignemos a ello. Porque en principio todo lo que se fabrica y construye se hace imaginando -digámoslo exageradamente- la eternidad. Basta para ello pensar en las pirámides de Egipto y tantas otras obras más del mismo tenor. Incluso en el caso de los llamados bienes “no durables”, su terminación no estaba concebida para ser seguida de forma casi inmediata por el descarte, sino que se actuaba con la prudencia de no trasponer ciertos límites. Se ha escuchado decir del caso de una importante empresa fabricante de lámparas eléctricas, que si bien podía fabricarlas para una larga duración, la hacía de manera de que tuvieran una duración para asegurar la continuidad de su producción, pero tampoco para que se “quemen” la primera ocasión en que sean encendidas.

En cambio, en la actualidad las cosas no son de ese modo, y en muchos casos las no son hechas para lo que se dice estrictamente “descartar”, sino que inclusive se rompen antes de que se comiencen formalmente a utilizar.

Los ejemplos sobran. Ya hemos tenido ocasión de comentar lo que sucedió con el asfaltado del camino que une a Ubajay con San Salvador, también que el pavimento de la ruta que enlaza Jubileo con Villa Elisa pasando por Arroyo Barú y La Clarita se viene poco a poco destruyendo, como consecuencia -según se afirma- de la anoréxica delgadez de la capa asfáltica que se utilizó para cubrirla.

¿Qué nos está diciendo todo esto? De negligencia en el hacer, por falta de pericia en algunos casos. Pero de negligencia presuntamente dolosa en otros. Y en este caso se hacen presentes otros dos protagonistas corresponsables. Primero los que debían controlar la corrección del proyecto de obra, y luego que la ejecución se realizara de acuerdo al mismo. Y después de todos aquellos que estaban obligados a denunciar las falencias de lo hecho, con el objeto que se determine a sus responsables y se haga posible la indemnización por los perjuicios sufridos.

Y en esta ocasión queremos referirnos a estos últimos, aunque su responsabilidad sea menor, en cuanto es no solo por omisión, sino cuando el daño ya estaba hecho. Porque ¿no ha transitado por esas rutas y por otras de similares características o estado ningún funcionario, sin percatarse de la situación? Y en el caso de que lo haya hecho, ¿no ha pensado que su deber era instar vías administrativas o judiciales como manera de esclarecer causas y responsabilidades?

Nos encontramos entonces con la peor combinación. Empresarios demasiado despiertos con funcionarios que están o se hacen los dormidos. Sin olvidarnos de la responsabilidad que a todos nos cabe frente a este tipo de escandalosas situaciones.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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