El sindicalismo como la dirigencia política conserva esa dosis de contradicción constante, donde pareciera ser que el sentido común no existe, y todo vale para hacerse del poder.
Hay contradicciones que no entendía desde niño, y eran motivos de discusiones con mi viejo – quien supo militar en las filas del sindicalismo- entre esas ideas que no lograban coherencia, estaba la circunstancia de que muchos – en especial los secretarios generales- se transformaban en empresarios, algunos del mismo rubro del cual eran parte como representantes sindicales.
En mi adolescencia no pasaba el asombro desde la corrupción, quizás por ingenuidad, o falta de conocimiento, sino por una cuestión de conflicto de intereses, seguramente influenciado por mis primeros pasos por la lectura política, no podía concebir que alguien que se preparaba para defender a sus compañeros de trabajo, se convierta en "patrón", y al mismo tiempo por el rol que ocupaba dejase de trabajar, y no un año o dos, sino décadas, cobrando montos en concepto de sueldo muy superiores que a los trabajadores que se dice representar.
Porque esto de no estar más en el frente de batalla, lo que produce es un aislamiento de la realidad, y se genera una estructura dependiente, conformando un espacio donde no se forman dirigentes, sino que se hace una carrera política que es usada como un factor de poder, que no se vuelca en beneficio de los trabajadores.
Recuerdo que en este punto coincidíamos con mi viejo, ya que el jamás se tomó licencia gremial, trabajó como se debe siendo uno más, y tan sólo para cuando debía viajar utilizó el derecho a la licencia.
Pero con el tiempo, la madurez y la experiencia no se disiparon estas ideas sobre el sindicalismo, por el contrario se han profundizado, y aquí la transparencia ocupa un lugar destacado, es difícil para alguien que trata de pensar libremente no sospechar de la honradez de muchos dirigentes quienes de trabajadores rasos pasan a ser empresarios, o llevar un nivel de vida muy distante de un trabajador. Y aclaro no estoy en contra del ascenso social, el progreso, la meritocracia, etc. Todo lo contrario, pero sí estoy en contra de que se crea que uno no se da cuenta que autos, casas, piletas, viajes, y una vida ostentosa se paga con vocación gremial, y menos sí nos dedicamos al 100% a esta actividad, sin permitirnos tener un ingreso extra.
Tal vez lo más triste sea que se enquistaron en el poder, en primer lugar por la apatía de los propios trabajadores, que presos del individualismo prefieren ceder este derecho en otros que lo hacen pero no desde la vocación desinteresada, sino como un trabajo, esos políticos profesionales que mencionaba Weber que no viven para la política, sino de la política.
Quizás resulta aún más llamativo que no nos demos cuenta de los negocios que se generan entorno al sindicalismo, donde las obras sociales han jugado un papel trascendente, y todo se tapa sí se logran buenas paritarias, o acciones concretas, poco importa sí esto se logra con medio no lícitos, o sí en el trayecto alguna comisión quedó en el camino.
El sentido ético, lamentablemente se deja de lado siempre que nos sentimos atendidos, como que hemos moralmente tolerados la corrupción siempre y cuando no me perjudique.
Desde años que me desencantó el movimiento obrero, porque debería haber sido el lugar donde se comenzasen las reformas políticas, donde realmente existan representaciones de la minoría, alternancia en los cargos, que sean los primeros en mostrar sus declaraciones juradas.
Aún recuerdo que lo único que le dio a mi viejo el movimiento obrero, fue una corona, nada más, porque terminó afuera del sistema por no tranzar, debiéndose rearmar en su vida, y nunca pudo hacer el click de pasar de obrero a empleador, el llevaba en su sangre al sindicalismo.
Por supuesto que conozco sindicalistas honestos, sé que mi viejo perdía plata, pero más que nada "tiempo", sé de las veces que siendo un niño esperaba que vuelva del sindicato para charlar, y aprendí mucho de él, me críe en los pasillos del gremio, acompañando en las reuniones, los plenarios, y tantas cosas.
Conocí desde adentro el laberinto, los sinsabores, y algunas veces incluso me pica ese bicho de honrar a mi viejo dedicando parte de mi vida al movimiento sindical, pero recuerdo esa imagen de la corona y sólo puedo pensar la ingratitud a los honestos.
Sé que no son todos así, o al menos es lo que quiero creer, pero el ocaso del sindicalismo no empezó con Macri, para lograr la reforma laboral, el ocaso empezó hace mucho tiempo, sólo que aún no se logró que el Poder Judicial deje de alquilarse al gobierno de turno, y trabaje como corresponde, garantizando de esta forma la república.
En síntesis el ocaso del sindicalismo, no es otro que nuestro propio ocaso, nuestra propia impericia para logar hacer algo como la gente.