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La importancia inusual que a comienzos de septiembre se había conferido a una elección local en la provincia de Buenos Aires, junto con la trascendencia con que se presenta la elección nacional que hoy se lleva a cabo, podrían ser interpretadas de varias maneras.

Parece una señal inequívoca de que la casta no ha desaparecido ni se ha achicado, sino que, por el contrario, está viva y ha sumado nuevas fuerzas (celestiales) a sus legiones. Puede haber diferencias en cuestiones estilísticas, o en ideas, pero en materia de manejo de la política, los discursos y los escándalos nos sugieren que tenemos “casta” para rato.

Intentar convencernos de que nuestro voto definirá nuestro futuro es un poco extorsivo, pero no pega mucho más que en los muy motivados. Veamos: en los últimos 50 años pasamos por dictadura, hiperinflación, corralito, maxidevaluaciones, defaults. Con unos y con otros, el pato de la boda fuimos los votantes, que perdimos una oportunidad histórica de mejorar como lo hicieron casi todos nuestros países vecinos, con los que la diferencia en PBI y en PBI per cápita se agrandó, con las economías más grandes, o se achicó, con las más pequeñas. No hay historia, sino prontuario en la política: por eso no funciona la extorsión. El problema son todos. Por algo, arengar contra la casta, el gran tema de 2023, hoy ya no se usa en la campaña.

La democracia está en crisis no sólo en Argentina, sino en todo el mundo. La crisis de representación es un fenómeno global, y sólo los fanáticos están realmente motivados por las elecciones. En Argentina, votar es obligatorio, pero en promedio no vota 25% del padrón en las elecciones legislativas, y casi 40% no votó en la elección local de la provincia de Buenos Aires. El desinterés, o el desencanto con el método político, son altos. El miedo al castigo por no votar es bajo.

Que oficialismo y oposición pretendan que la elección es crucial, y que de ella depende el futuro del país, es una señal espantosa que se transmite al mundo del cual esperamos ayuda. Es que si realmente corremos el riesgo de irnos a la banquina si ganan los unos o los otros, una decisión de inversión en Argentina pasa a tener la misma probabilidad de éxito que una apuesta en la ruleta. La fragilidad económica y política nos distingue desde siempre; no podemos salir de la adolescencia. Parece casi una burla que hace pocos días el Congreso peruano destituyó a la presidente Dina Boluarte, quien a su vez había asumido por la destitución de Pedro Castillo. Nadie sabe ya quién es el presidente de Perú, pero ni el dólar, ni los bonos ni las acciones, ni las inversiones de capital, ni la inflación, ni el PBI se mosquean. Al parecer, la casta política no es tan decisiva como acá.

Sólo los adultos mayores ponderan la experiencia de los años ’70 para entusiasmarse con la democracia. Para los jóvenes, y para los ya no lo son tanto, la dictadura es un relato, no una vivencia. Lo que viven y vivieron son 42 años, desde 1983 hasta acá, durante los cuales los sinsabores económicos abundaron y las oportunidades de mejorar escasearon. Eso pesa más que el relato sobre algo que no vivieron. Soportan la democracia como el mal menor, pero esperan casi nada de ella.

La elección del domingo puede ser crucial para la política. Para los ciudadanos, es una elección más, de la que quizás sería sensato esperar poco a cambio.
Fuente: El Entre Ríos

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