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Los argentinos nos fuimos a descansar, la noche del domingo 11, con la tranquilidad y la alegría propia de un pueblo al cual se le negó durante mucho, mucho tiempo el derecho a ejercer el voto. Más allá de que estuviéramos a favor de una u otra alternativa, todos los ciudadanos mayores de 18 años pudimos elegir nuestros representantes. Al día siguiente, abrimos los ojos y, mientras nos despertábamos, nos desayunamos con una mala noticia: el dólar se había disparado. Comenzó a subir, subir y subir, hasta llegar a un pico de los 60 pesos por dólar. ¿El motivo? Los argentinos votamos mal.

Yo soy relativamente joven, pero creo que muy pocas veces ha ocurrido una justificación de tamaña irresponsabilidad, de tamaño desdén hacia la decisión de los ciudadanos argentinos. ‘El mercado teme por la vuelta del kirchnerismo, por eso el dólar se disparó, las acciones en Wall Street se desplomaron’. ¿Quién es este señor “mercado” que califica como buena o mala una elección democrática? ¿Acaso el pueblo goza de una ciudadanía de segundo orden, de importancia secundaria?
¿Qué es el mercado?
Un mercado es un espacio (que puede ser físico o virtual) en el cual se ofrecen y se demandan cosas. De acuerdo a cuánto se ofrezca o cuánto se demande, se determina el precio de los bienes. En el sector del mercado de capitales, se reúnen partes que necesitan financiamiento con partes que están dispuestas a proveerlo. Aquí, más allá de la necesidad de fondos, los otros factores que determinan el valor de los activos y de la moneda son de carácter político.¿A qué me refiero con carácter político? A la tan mencionada “confianza” de los mercados. La “confianza”no es más que las expectativas de obtener una rentabilidad que justifique el riesgo de la inversión. El problema radica en que dicha “confianza” no tiene por qué coincidir con el bienestar del pueblo argentino.
¿Quién es el mercado?
En la Argentina, se puede delimitar de manera precisa quiénes forman parte de esta figura imaginaria. El “mercado” no es otro que un grupo homogéneo conformado por bancos de inversión, fondos de cobertura y demás instituciones financieras de relevancia que, desde su país de origen y usando su capital casi ilimitado, buscan influir en los países periféricos para su propio beneficio.
¿Por qué no nos quieren?
En momentos de incertidumbre política como los que estamos transitando, ya que los principales candidatos postulan dos modelos muy diferentes de país, el riesgo aumenta con creces en relación a lo que se puede obtener de beneficio. No solo eso, sino que en los últimos años nuestro país tiene una serie de indicadores que generan desconfianza. Por ejemplo, Argentina ocupa los lugares N°2 y N°3 en el top 5 (según Bloomberg) de peores caídas de los mercados de acciones en un día, en los últimos 70 años. ¿Los otros integrantes de la lista? Sri Lanka, Kazajstán y Mongolia. El dato más contundente es el que sigue: Argentina ocupa el primer lugar a NIVEL MUNDIAL en cuanto a tasas de interés. Con un 56%, aventaja por mucho a Turquía (19,7%), Irán (18%), Ucrania (17%)... Bueno, ya habrán entendido el punto. Los países que más confianza generan, tienen tasas de interés que rondan entre 0-3%.

Todos estos datos dan cuenta de una realidad: los mercados no quieren invertir en nosotros porque estiman que los beneficios pueden ser obtenidos, pero a muy alto riesgo. Esto no implica que el riesgo sea igual al del pueblo. Y, más importante todavía, el beneficio de los mercados no redunda en un beneficio del pueblo. Recordemos una verdad evidente, pero que parece que el domingo se traspapeló y quedó archivada en el olvido: el artículo 22 de la Constitución Nacional reza...

“El pueblo no delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición.”

¿Los argentinos debemos cambiar nuestro voto para conformar a los mercados? Esto implicaría considerarnos incapaces de juzgar qué es mejor para nuestro futuro. Alegar que al mercado no le gusta el resultado de una elección para hacer cambiar de parecer al ciudadano, es cuanto menos perverso. Implica constituir al mercado como árbitro del destino del país.
Fuente: El Entre Ríos.

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