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Sobre todo de los griegos, hemos mal aprendido que el hombre es un “animal racional”. Algo que es cierto a medias. Ya que nuestra personalidad no está conformada tan sólo por la razón, sino que no hay que olvidar a otros ingredientes que la constituyen, como es el caso de la “emocionalidad”.

En tanto la racionalidad significa, en parte, rendirse ante lo obvio, lo que implica no sólo no ser ciego, sino tratar de atender a la realidad a través de lentes, en los que se hacen presentes, entre otros componentes, la ideología y los prejuicios.

Pero el hombre no es sólo un animal racional. Y paradójicamente, en lo que es una suerte de “inteligencia emocional” en la que se hacen presente sentimientos y pasiones encontradas, se puede encontrar lo mejor y lo peor de lo que se depara a cada hombre.

Y para hacer referencia a lo que se encontraría entre lo peor que puede atribuirse en el hombre, hay que señalar la “desmesura”. Explicada con el significado que, también los griegos, asignaban al vocablo “hybris”, entendiendo por tal a un tipo de orgullo y arrogancia. Es que con esos términos no se haría referencia, tal como didácticamente se ha señalado, a un impulso irracional y desequilibrado, sino a un intento de transgresión de todo límite.

Transgresión de todo límite con la que se alude, según lo referido, “a un desprecio temerario del espacio personal ajeno, unido a la falta de control de los impulsos propios, siendo un sentimiento violento, inspirado por las pasiones exageradas”. Las mismas que, inclusive, pueden llegar a considerarse enfermedades por su carácter irracional y desequilibrado.

Entretanto, es esa racionalidad que lleva a que se vean y se describan las cosas tal cual son, la que se pone de manifiesto cuando se asiste a la presencia de esa honesta objetividad, que impide se haga presente una “doble moral”. Mejor dicho, un doble estándar moral” al momento de efectuar un análisis crítico de la realidad.

Para ilustrar esa afirmación, nada mejor que hacer referencia al presidente Chileno Gabriel Boric, a quien el hecho de gobernar con el apoyo de coaliciones de izquierda y centroizquierda, no le ha impedido volver a la carga contra los regímenes autoritarios de Latinoamérica.

Lo hizo así, con referencia a las recientes elecciones municipales en Nicaragua, cuando señaló que, “de 153 alcaldías en disputa, Ortega ganó las 153. Un proceso electoral que se realiza sin libertad, justicia electoral confiable y opositores presos o proscriptos, no es democracia en ninguna parte del mundo”. Y redondeó el concepto señalando que “seguiremos empujando en los espacios multilaterales la necesidad de garantizar en Nicaragua el restablecimiento de las garantías y libertades democráticas propias de un Estado de derecho”.

No debe a su vez olvidarse que, en ocasión de una visita, ya como presidente a los estados Unidos, Boric, ante una audiencia conformada por estudiantes universitarios, había puesto de manifiesto que “ser de izquierda no debería impedirle emitir sus opiniones, pese a que en Chile muchos me dicen que “no se debe hablar mal de los amigos”. Recalcando que “me enoja cuando eres de izquierda y puedes condenar las violaciones de derechos humanos en Yemen o en El Salvador, pero no puedes hablar de Venezuela, Nicaragua … o, Chile.

Ya en septiembre el presidente chileno había hecho referencia a la última vez que visitó Venezuela, que fue en 2010, cuando Hugo Chávez aún estaba en el Palacio de Miraflores. Y que en ese momento “comencé a hacerme preguntas acerca de Venezuela cuando vi la represión a las protestas, la manipulación de algunas elecciones y pensé “esto no está bien”. Nosotros tenemos que criticar esto”.

Por nuestra parte, ya al comienzo de la nota dejamos claramente sentada nuestra postura idéntica a la suya, advirtiendo sobre la necesidad de evitar caer en la práctica de una doble moral. Una manera de ver las cosas que Boric explicitó diciendo, que “si queremos un futuro en que los partidos de izquierda tengamos solo un estándar moral, en el mundo y en Latinoamérica, especialmente por los derechos humanos, no podemos condenar lo que están haciendo algunos estados o Estados Unidos, si no eres capaz de ver lo que tus aliados o quienes crees tus aliados están haciendo”. Una postura de la que deberían dar muestras los dirigentes de todos nuestros partidos políticos.

En la relación presente merece destacarse también, una crítica a la situación de los derechos humanos en El Salvador, hecha casi de refilón. La cual curiosamente no parece merecer la atención de nadie. Con olvido de hecho allí el presidente Nayib Bukele se ha convertido en un “autócrata plebiscitado”, que precisamente por esa circunstancia, y por la manera que plasma en actos su concepción política, es a su vez, un claro caso de esa desmesura de la cual también hemos hablado.

Cierto es que en ese país se vivía, y se vive todavía, aunque en mucho menor medida, el infierno que significa hacerlo con el accionar malévolo constante de infinitas bandas criminales. Pero cierto es también que su combate no puede hacerse sino dentro de los límites de una ley que no sea un mero “ukase”, como allí está sucediendo.

De lo cual es una señal sobresaliente, la que da cuenta una información, según la cual “las autoridades salvadoreñas con el apoyo de un grupo de presos demolieron tumbas de pandilleros este martes en La Libertad, al oeste de San Salvador, con el fin de evitar que sus admiradores se reúnan en torno a ellas”.

Es que, si mala señal es que en cualquier sociedad los delincuentes, pandilleros o no, sean admirados, y que esa admiración se convierta en una suerte de veneración después de muertos; tanto peor es ver que no existe límite alguno en el accionar de los que mandan. Aunque por supuesto es aún mucho peor, cuando se dan ambas cosas en simultáneo.

Una lección que da la impresión que, por nuestra parte, no hemos aprendido totalmente.

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