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Ayer tarde me enfrasqué (la verdad que no sé por qué uso esa palabra, porque en ningún momento puse nada dentro de un frasco) en una larga “tenida”, porque en realidad no se trataba de una discusión, y al menos en lo que a mí respecta una manera de entretenerse dejando pasar el tiempo, acerca de si “pasmo” o “ estupidez” significaban lo mismo, a lo que luego de algunos intercambios verbales y el hojear de algunos libracos, llegamos a la conclusión de que así era.

Conversación en el fondo afectuosa de toda afectuosidad, que se explica por el hecho que las elecciones del domingo pasado, mi tío, presumido y mandaparte como siempre, hablando como un señorito bien, me había dicho que lo habían dejado “estupefacto”.

Y no solo a él, sino a unos muchos, algunos de los cuales hasta se muestran arrepentidos de que, tomando la cosa en joda, hayan contribuido a la estupefacción generalizada, que llegó a atontar hasta el propio presidente, mientras sacaba de su atontamiento a una exiliada en Cuba y a otros cuantos.

Para no quedarme callado, y darle una muestra de que yo también cuento con una sesera ilustrada, hice referencia a como un tal Bill Clinton, el esposo de Hillary, y acusado de no sé qué toqueteos con otra tal Lewinsky, llegó a ser presidente del imperio, como le gusta referirse a los Estados Unidos a un amigo venezolano al que no puedo dejar de escuchar porque me encanta, y que pronto se volverá a sentir su presencia entre nosotros con frecuencia, ya que medio atontado como estaba en su campaña que lo llevara a la presidencia que no iba ni para atrás ni para adelante, salió de ese estupefacto atontamiento (no sé en qué error gramatical estoy incurriendo al amontonar esas dos palabras) cuando vio escrito en el pizarrón de una pequeña escuela rural de la Norteamérica profunda, la frase “es la economía, estúpido”. Y así lo dije y me quedé callado.

Mi tío guardó silencio por un rato, para luego decir: “Razón se asiste sobrino mío (apunto que a él, en ocasiones, le da no por hablar en el idioma de Cervantes, sino como si él mismo lo fuera), pero no es ese el único caso en que nuestra estupidez está presente”. Para después proseguir con una larga parrafada, señalándome lo que yo ya sabía, que somos un país llenos a la vez de granos y de vacas y que de unos y otras nos caben mucho más todavía, y a la vez estamos llenos de pobres, lo que es la mayor de las estupideces, además de ser trágica, y que en tantas otras cosas tan graves como esas, que mencionó pero que prefiero abstenerme de repetir, tal como me abstuve de votar, para no agrandar esas diferencias que no sé por qué llaman grietas, y que fueron tantas y que hacen tanto que las sufrimos y, en lugar de ir cerrándolas, las vamos inexplicablemente acrecentando, a medida que pasan los años y se suceden los gobiernos en los que están casi siempre los mismos, que llegué también yo a atontarme.

Aunque luego de eso, llegué a preguntarme si el estado de estupefacción es permanente, y el pasmo es un estado del que no salimos, ¿no será porque en realidad no estamos atontados, sino porque somos, al menos, un poco tontos? Dicho esto, con la manera más cortés que está a mi alcance y señalando que me incluyo entre los que así pueden ser nombrados. Aunque eso nos obliga a ponernos avispa, porque de la estupidez es un estado del que cuesta salir.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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