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El asesinato de George Floyd el 25 de mayo pasado en Minneapolis, Estados Unidos, a manos de un oficial de la policía local, tomó una dimensión tan grande que incluso opacó, al menos por un rato, la cuestión del coronavirus.

Floyd, de raza negra, había sido detenido por haber tratado de hacer una compra con un billete de 20 dólares falso. Acusándolo de oponer resistencia (algo que luego se comprobó que no era cierto), el policía Derek Chauvin, de raza blanca, apretó el cuello de la víctima con su rodilla, asfixiándolo hasta provocar su muerte. El evento fue filmado por ciudadanos que pasaban por el lugar de los hechos, mientras pedían a Chauvin que frenase y escuchase a Floyd, quien decía que no podía respirar.

Este insólito asesinato pareció haber rememorado los peores días de los afrodescendientes en los EE.UU.. Hubo mucho éxito a la hora de terminar con las diferencias y coyunturas que segregaban a la población de raza negra o que infringían sus derechos civiles y humanos. Hoy en día Estados Unidos es uno de los países más libres e inclusivos del mundo, más aún si se lo compara con algunos de sus principales detractores. Ahora bien, son este tipo de hechos, visibles gracias a la tecnología y a la viralización de la filmación, los que llevan a pensar que aún quedan resabios de aquél viejo orden que los discriminaba. Peor aún, muchos son los que suelen decir que miembros del establishment político sostienen la existencia de una especie de supremacía blanca. Sea como fuere, la reacción frente a lo ocurrido fue una seguidilla de protestas y de mensajes críticos. No solo contra el comportamiento racista y violento de las fuerzas de seguridad para con los ciudadanos afroamericanos, o frente a la ciudadanía en general, sino también contra un sistema que según ellos todavía resulta muy desigual.

Lo que parecía una causa justa y entendible para salir a manifestarse terminó por convertirse en un problema de seguridad nacional. En cuestión de días, Estados Unidos quedó subsumido en un caos. El descontento social dejó de verse reflejado en una protesta pacífica para reclamar justicia por George Floyd, o para pedir por un trato igualitario y medido de parte de las fuerzas de seguridad, y mutó en diferentes disturbios (riots en inglés) que se contagiaron de ciudad en ciudad más rápido que el coronavirus. En el análisis de las imágenes se ve a los siguientes actores: gente que marcha pacíficamente y trata de evitar disturbios para que no se deslegitime su reclamo; oportunistas que hacen de tirapiedras, incendian edificios, patrulleros, saquean negocios y a los que poco les importa el reclamo original; ciudadanos que hacen uso de la libre portación de armas para defender a los comercios de los saqueos y evitar disturbios infundados, mientras esperan respuestas oficiales que disipen a los violentos; personalidades destacadas que piden marchar con cautela, pero también otras que toleran el caos.

Además de visibilizar gente y cuestiones indeseadas, el modus operandi violento deslegitima casi cualquier protesta. Así lo entendía Martin Luther King Jr. cuando luchaba contra la segregación de los afroamericanos mediante caminos no-violentos. Lo mismo Terrence Floyd, hermano del hombre asesinado, que pidió marchar pacíficamente como hubiese querido George.

El otro involucrado en este conflicto, Donald Trump, debió abrir otro frente de batalla. Apuntado por muchos de sus críticos como un portavoz de mensajes racistas o clasistas, el magnate salió a pedir justicia por George Floyd y a decir que hará todo lo posible para erradicar a los violentos de las protestas. En este sentido, se avanzó en acuerdos con gobernadores y alcaldes para declarar el estado de sitio en varios puntos del país, o para que la Guardia Nacional pudiese ir a poner orden a las ciudades donde ocurren los disturbios. Es que la falta de coordinación entre distintas unidades de gobierno, con diferentes intereses, fue una de las causas del caos.

Si le juega o no a favor a Trump su manera de manejar la situación, se sabrá con el tiempo y se verá reflejado en las elecciones presidenciales de noviembre. Lo que es seguro es que son muchos los americanos que saldrán a respaldarlo si decide poner mano dura. Tantos los que se vieron afectados por los saqueos, como el típico ciudadano de ideología conservadora que cree que el caos fue coordinado por grupos de izquierda, o los que se aterran al ver que su país sufre este tipo de disturbios que imagina propios de otras latitudes.

Con el pasar de los días sabremos quién sale ganando en medio de los disturbios. Si la violencia cesa, será más sencillo avanzar en base a los reclamos de quienes protestaron pacíficamente. Si la violencia continúa, no sólo habrá perdido George Floyd, sino también todos los que defendieron verdaderamente su causa.
Fuente: El Entre Ríos

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