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La expresión entrecomillada precedentemente, se la puede entender en el sentido literal que todos conocemos. De lo cual cabría señalar como ejemplo, lo que se ve acontecer a nuestros ojos, cuando a una persona se le resbala por una torpeza de su parte, una copa de su mano. Algo que inclusive puede -como no es ese el caso, en el que hablar de torpeza, puede llegar a ser una manera de disimular una conducta culposa- ser una acción consumada “adrede”, por motivos sin cuento, en el que cabe incluir el menosprecio.

Existe a la vez, otra forma no ya estrictamente literal de utilizar esa expresión, que no llega de cualquier manera a ser un eufemismo, cuando frente a objetos de diverso tipo, que van desde una motocicleta a un edificio, pasando por un sinnúmero de otras cosas, utilizamos esa expresión -que es prácticamente lo mismo de “dejar venir abajo”- para hacer referencia al maltrato que significa la omisión de frente a una cosa de la que alguien es propietario, detentador o responsable, de su deber de conservarla o mantenerla en un estado original.

Y ese “dejar caer”, es lo que ocurrió frente a nuestros ojos, siendo materia de insistentes reclamos desde estas columnas, algo que nos convertía en víctimas del ingenuo yerro de creer poder lograr con nuestra insistencia, lo que el golpe permanente de una gota de agua consigue en la piedra.

Es que en Colón, existe una plaza cuyo nombre nunca nos ha quedado bien en claro porque es conocida como “San Martín”, en atención a esa estatua en la que se lo ve en postura marcial encima de su cabalgadura, apuntado hacia al oeste, con el dedo índice de su mano derecha alzado a una invisible cordillera; o “25 de Mayo”, como en ya casi olvidadas ocasiones se la escuchó mencionar.

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Pero ese paseo al que suponemos que podríamos llamarlo de ambas formas, sin que su identificación quepa hacerla sin problemas, resultaría un “caso de manual”, si a alguien se le ocurriera escribir un texto acerca de “Cómo se debe proceder para ir destruyendo una plaza pública, en forma paulatina, hasta llegar a transformarla en una ruina”. Porque eso es precisamente lo que sucedió con ese paseo, ante el abandono creciente al que el acostumbramiento que su decrepitud por el mero hecho de ser paulatina, por más que creciente, producía en los vecinos que intentaban transitar por sus veredas, llegó a convertirse en lo que fue hasta ayer no más.

La exhibición de un estado de cosas, en la que ni siquiera el monumento a San Martín se salvó del desastre, aunque debe reconocerse que en este caso ello vino acompañado -como no podía ser de otra manera- de un intento horrible y hasta antihigiénico de consumar el reemplazo del sector ajardinado con una modestia decorosa, que rodeaba el pedestal de la estatua. Es que no se puede dejar de seguir viendo, aún cuando las cosas empiezan a cambiar, que entre esos espacios cada vez más ruinosos, con canteros que se iban desdibujando en su abandono y con callejones interiores de granza, lo que significaba un terreno ganado -mejor habría decir que se iba perdiendo- por un pasto pinchudo que por su altura no llegaba a merecer el nombre de maleza. A lo que se agrega que sus veredas cada vez más rotas, y bancos de plaza cada vez en menor cantidad, la mayoría de ellos inutilizables. Pero, no se puede pasar por alto como punto en la dirección contraria, el hecho que el sector sureste de la plaza fuera sembrado de esas tallas de madera, que -además de gustarles- tanto asombro provocan en los turistas.

En tanto, la pregunta que no hemos dejado de hacernos -y en cuya respuesta no tenemos empacho de reconocer una mínima parte de culpa- no es otra que ¿cómo hemos podido, no ya solo el vecindario, sino también la frondosa burocracia municipal, o los asalariados concejales, miembros del Concejo Deliberante local, de ver lo que estaba sucediendo, y permanecer como espectadores silenciosos y hasta resignados de ello?

Afortunadamente ahora, a la nueva administración municipal se la ve encarando la reconstrucción del paseo. Algo que para los colonenses es una buena noticia, y que para ellos y también quienes nos leen desde otros lugares, es de desear que la situación descripta lleve a modificar nuestro comportamiento -sobre aviso como de aquí en más, estamos- de las consecuencias ominosas del “dejarse estar”, no solo a nivel local, sino en tantos otros aspectos de la vida nacional.

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Fuente: El Entre Ríos

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