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Lucas González.
Lucas González.
Lucas González.
Este antiquísimo refrán, no consiste en un elogio, a quienes procuran mantener una línea de conducta éticamente valorable a lo largo de su existencia, sino a aquellas personas que son la expresión de un comportamiento que contrasta con aquél.

Genio y figura hasta la sepultura. Este antiquísimo refrán, no consiste en un elogio, a quienes procuran mantener una línea de conducta éticamente valorable a lo largo de su existencia, sino a aquellas personas que son la expresión de un comportamiento que contrasta con aquél. Es que en nuestra opinión no está referido a esas personas que viven de una manera desvergonzada –y que en la actualidad hasta se ha vuelto obscenamente ostentosa- al margen de toda regla, sino que de aquéllos que siendo, “de buen fondo”, se los ve en un instante dado, y ello de manera irrefrenable, sucumbir ante la tentación. Una caracterización que en su forma más benévola la encontramos en el “goloso reprimido”, por su determinación de mantenerse flaco.

Lucas Gonzalez, una acogedora y simpática localidad del departamento Nogoyá, tan parecida a muchas de las de nuestra comarca, fue escenario de un suceso que estamos seguros tuvo una repercusión muchísimo mayor fuera de allí, que en ella. Nos estamos refiriendo una fiesta con alrededor de cincuenta invitados que había organizado un concejal de la localidad, con el objeto de celebrar el cumpleaños de su compañera de vida. Algo que de por sí era una transgresión a las normas allí dispuestas como consecuencia de la emergencia sanitaria; pero que en ese caso concreto daba cuenta de la particularidad de que el anfitrión de la celebración se encontraba entre los que habían votado favorablemente la ordenanza municipal que contenía la norma violada. Lo gravedad de lo ocurrido, creemos que en ese caso concreto no se encuentra en alguien que por su posición, pretende encontrarse por encima de la ley –algo que por otra parte es todavía más frecuente de lo que cabe imaginar- sino que viene a mostrar que “somos así, que le vamos a hacer, y por más que nos lo propongamos una y mil veces, no vamos a cambiar”. Que es como decir que somos, y sin remedio “una contradicción viviente”.

Nos encontraríamos de ese modo ante otra forma de “ser consecuente” y el hacerlo hasta extremos de poner en peligro la vida. En lo que no se debería, en tanto, ver una prueba de heroísmo, sino una manifestación de irresponsable inconsciencia. La pregunta que resta, es sin embargo, la de si siempre hemos sido así, o hemos llegado a este punto, por haber visto “derrapar” a quienes deberían ser ejemplos, sin que en su caso sus actos no hubieran tenido consecuencias en su contra.

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