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El valor real del dólar y el tamaño de la brecha refieren inevitablemente a 2002

Las más recientes encuestas dan cuenta de que la economía ha equiparado a la pandemia como la mayor preocupación de los argentinos. Sólo la cuarentena permite mantener oculto el drama económico que se está viviendo en los grandes centros urbanos. Lo que no puede ocultarse es el concierto de errores en el manejo de la economía.

Como siempre ocurre en la Argentina, cuando la cosa está mal la variable que mejor lo marca es el precio del dólar. Esta semana, la brecha entre el dólar contado con liquidación y el dólar oficial alcanzó niveles que no había alcanzado durante el gobierno de Cristina Fernández. En términos reales, el precio del dólar contado con liquidación (CCL) en $120 es similar al máximo que alcanzó en 2002. Parecería una mala idea comprar dólares a ese precio, pero el Gobierno hace todo lo posible para que quizás no lo sea.

En la imaginación del Gobierno, la receta mágica que funcionaría constaría de un control de cambios estricto para cuidar los dólares del BCRA, tasas bajas para estimular el crédito, y direccionamiento de ese crédito hacia sectores elegidos y, sobre todo, hacia el sector público que se beneficia tomando deuda a tasas reales negativas. Una sencilla fórmula de alquimia, que permitiría trocar controles por ganancias para el estado. Lástima que no funciona.

Pretender forzar a los argentinos a ahorrar en pesos a tasas de interés inferiores a la inflación ha sido históricamente una fantasía reservada para un pequeño grupo de inversores cautivo a los cuales se coerciona. Pero esa coerción no hace más que acelerar el hervor en la olla del dólar. Sobre todo cuando ni siquiera la coerción se ejerce bien y viene dada en dosis sucesivas de medidas que se contradicen entre sí. La hiperactividad de la Comisión Nacional de Valores y el BCRA en las últimas dos semanas logró bajar el CCL durante un día, y catapultó su disparada hacia nuevos máximos pocos días después.

No hay alquimia en esto, sino razones fáciles de entender, sobre todo para los argentinos que de estas lides saben, y mucho. ¿Qué cosas son evidentes?

En primer lugar, que paliar el costo económico de la cuarentena está demandando una emisión fenomenal de pesos, que tarde o temprano generarán inflación.

En segundo lugar, que las tasas de interés reales en pesos son negativas; contra las expectativas de inflación que provoca la emisión monetaria son muy negativas.

En tercer lugar, que para fomentar el interés de los ahorristas a financiar al Tesoro en pesos, el ministro Guzmán ha asegurado que la deuda en moneda nacional es sostenible tal cual está y resulta casi una promesa cumplida que los vencimientos se pagarán aunque sea con emisión. El asunto es que la mitad de esa deuda está en manos de extranjeros, que lo único que quieren hacer es huir del país. Sólo pueden hacerlo por el mercado de CCL. Es un rumor de gran circulación que el propio BCRA estuvo comprando algunos bonos que vencen en el cuarto plazo, para que la demanda de CCL sea más digerible en el tiempo. Toda una muestra de la credibilidad que sus regulaciones y la moneda que emite despiertan en el propio Directorio.

En cuarto lugar, que el propio BCRA está perdiendo reservas por culpa de la brecha. El público retira depósitos en dólares de los bancos, no por temor respecto de los bancos, sino para venderlos al precio del mercado paralelo. Además, esta brecha estimula a los importadores a acelerar compras y pagos y a los exportadores a retrasar ventas y cobros, pues anticipan una devaluación del tipo de cambio oficial que prevén inevitable. Eso en el mejor de los casos; en el peor, crea incentivos para sobre-facturar importaciones y sub-facturar exportaciones.

En quinto lugar, la negociación de la deuda externa también afecta las expectativas. El dogmatismo académico de Guzmán no ayudó a encarrilar un acuerdo que el propio Presidente ha calificado de necesario. Ahora nos apremia el reloj, que se parará el 22 de mayo. Repetir que “no podemos pagar a costa del sufrimiento del pueblo” es un oxímoron: el pueblo sufrirá más si no pagamos. También lo hará Fernández.

El peso no es una moneda. Su única función es la transaccional. No es reserva de valor y casi no es unidad de cuenta. La alquimia de las normas que buscan forzar comportamientos antinaturales no funcionará para devolverle su condición de moneda. No es mágico que generen el efecto contrario al deseado.

La brecha entre el CCL y el dólar oficial tocó su máximo de 20 años. El tipo de cambio real de hoy es similar al pico de 2002. En aquel momento, la disciplina fiscal y una política de tasas de interés reales muy altas lograron bajarlo a niveles más normales. Hoy, la disciplina fiscal luce utópica en el marco de la pandemia. Más utópico parece pretender una reversión en la política monetaria. El equipo económico parece atrapado en un dogma que nunca funcionó.

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. El kirchnerismo está probando tener capacidad para tropezar varias veces más.
Fuente: El Entre Ríos

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