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Hablando con la debida propiedad, el problema mayor que tiene el mundo hoy en día es que resulta difícil tratar de encontrar un lugar donde rajarse. Me parece que eso es lo que la mayor parte de la gente quiere decir, cuando afirma que el mundo se está volviendo inhabitable.

Porque con los que hablé de ese modo, no son los pobres africanos, sirios o afganos que por sus ansias de llegar a Europa terminan muchas veces ahogados, y si llegan se encuentran con ese muro invisible de rechazo que perciben los que no son bienvenidos.

Hay otros a quienes ni siquiera les da el marote para pensar a marcharse a cualquier lado, entre los que se encuentran los millones de chicos desnutridos desparramados por la geografía del hambre. No pienso ni siquiera en las caravanas de centroamericanos, a los que se ve dando una profunda lástima en las fronteras del sueño americano, porque ellos saben lo que quieren aunque casi seguro que les sale mal la apuesta.

A los que me refiero es a tantos de nosotros que se aferraban a las faldas invisibles de un antepasado nunca recordado, vía que les servía no para cambiar de ciudadanía o volverse ciudadanos por partida doble, sino para hacerse de un pasaporte que les permitiese entrar y moverse por los países de lo que hasta hoy, y no se sabe hasta cuándo, van a seguir siendo la Unión Europea, el cual, digo el pasaporte, ha dejado de ser un plan B si es el caso de rajarse, porque también allí se han vuelto las cosas complicadas.

Ahora me dicen del caso de “muchos” argentinos (que han de ser, a decir verdad, una minúscula minoría de no una mayor minoría) que gestionan la habilitación de residencia en la Banda Oriental… por si las moscas.

De allí que no me ha parecido descabellada la idea de mandarse a mudar a Marte. Claro que se trata de una idea que hipotéticamente es solo barajable para pocos, ya que se debe ser a la vez multimillonario y arrojadamente temerario.

Un proyecto que parece una loca fantasía, casi un chiste, pero que todo lleva a suponer que la cosa va en serio, y que se están atendiendo hasta los últimos detalles.

Se trataría de enviar a Marte un cargamento de drones replicables, encargados de ubicar el mejor lugar para el asentamiento. Y también mandar la mayor cantidad posible del plástico -que se chuparía del basural de ellos en que hemos transformados a los océanos para reciclarlos en el camino de ida- de manera de poder utilizarlo al llegar en la construcción de una carpa infinitamente gigante, cuyo techo estaría cubierto con algas marinas, que también se llevarían, y que producirían el oxígeno necesario para que el ambiente se volviera respirable dentro de esa carpa que no es carpa. Y para colmo es rocosa. Lo que no deja de ser importante es que se llevarían abejas, las que se multiplicarían hasta el infinito y que producirían miel, aunque no me queda muy claro de dónde sacarían algo parecido al néctar de las flores, pero no creo que ese sea el mayor de los problemas.

¿Qué les parece la idea de mudarse a Marte? Por mi parte no pienso rajarme a ningún lado ya que este es mi lugar, y donde debo hacer muchas cosas, entre ellas casarme.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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