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Para los viejos, los días que estamos viviendo son una especie de pesadilla. Y escribo especie pues se despliega en horas de lucidez y a la luz del día. La inflación descontrolada y las mentiras oficiales no son precisamente novedosas, sí la pandemia que sin duda agrava a las cosas y las tomas de tierras, que recortan la Nación y legítimos patrimonios. ¿He de olvidar eso que tratamos de suavizar llamando inseguridad, cuando se trata de una sádica y descarnada criminalidad que reina sin tapujos y pobres, si acaso, sanciones? Creo que terminamos comprendiéndolo, cuando tantos ladrones a cara descubierta ocupan lugares de preeminencia. Cara y cruz de la moneda argentina. Atrapada en medio de esas dos, la criminalidad aprobada por las instituciones y los altos tribunales, y la que estalla en portones y zaguanes dejando sangre y huérfanos; huérfanos y viudas por demás, y a ancianos aterrados y confundidos.

Décadas atrás, una asonada militar con alguna proclama inspirada en la gloria y en sentimientos patrios, prometía traernos orden, trabajo y paz. Sabemos que no lo hicieron, que fracasaron de la misma forma en que fracasaron gobiernos democráticos casi con las mismas consignas. Eso hace pensar que el mal está en la sociedad y vive muy cómodo en sus facciones. ¿Somos nosotros, los argentinos, palabra que disfraza nuestro frustrado destino de PLATA, los que somos haraganes, mentirosos, ladrones, trepadores, veletas, envidiosos, rencorosos? Ah, ¡el divino rencor que nos posee! Y no creo que haya para nosotros remedio ya que llevaremos donde vayamos, esos míseros haceres e ineficientes defectos.

“Cómo mueren las democracias”, es un libro de Levitsky y Ziblatt. Allí afirman que lo hacen por indiferencia, pérdida de interés y descreimiento. Se apoyan en tres importantes estudios: “The Economist Intelligence unit (2018)”; “Pew research center” (2019), “Freedom in the world” (2018). Paradójicamente la participación popular aumenta.

“La mejor forma de destruir a una democracia es democráticamente” (Daniel Innerarity): por políticos electos que subvierten los mecanismos y los propósitos a partir de los cuales fueron elegidos. Los partidos deberían identificar aquellos candidatos autoritarios, ser inhibidores de autócratas, e incluso deben llegar a excluirse y renunciar a un éxito propio, si el bien resultante logra una democracia más sólida.

En una reunión internacional de psicólogos políticos, que se desarrolló en Lisboa (2019), un profesor de una universidad norteamericana, Shawn Rosenberg, auguró el fin de democracia. En 1945 hubo 12 democracias en el mundo; en el año 2000, 87, en el 2010 hubo reversión en Polonia, Italia, Brasil y otros por populismos de derecha. Según el profesor Rosenberg, “la democracia se está devorando a sí misma y no durará. Somos nosotros los culpables, pues la democracia es un trabajo duro, y cuando las élites sociales y los expertos se alejan hacia los bordes de los movimientos, los ciudadanos comunes mal equipados en conocimientos y emocionalmente, colapsan el centro, con millones de angustiados y frustrados votantes que traerán un populismo de derecha”.

Creo que nuestro problema rebalsa las ideologías políticas y requiere volver simplemente y a rajatablas a las virtudes cardinales: Justicia, Fortaleza, Templanza y Prudencia. Volver al amor al trabajo, a la cosa bien hecha y al amor al pan dorado.
Fuente: El Entre Ríos

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