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Sin una buena educación no hay buenos empleos, ni oportunidades, ni futuro, ni nada

En el último tiempo, cada vez que visita una ciudad de la provincia es muy probable que el Gobernador Bordet termine teniendo un encuentro informal con gente de Agmer. Como siempre, en cada uno de ellos el gobernador exhibe su educación y buenos modales, lo que asegura una reunión amable, sin intercambios ásperos y llenos de reproches. Y hasta ahí se llega. Mientras tanto, el conflicto docente en nuestra provincia no se soluciona, con negociaciones empantanadas, y con nuestros chicos perdiendo preciosos días de clase.

Por lo general, la agenda de las reuniones que convocan a gobierno y al gremio docente suelen reducirse casi exclusivamente a una cuestión: el sueldo docente. Sin embargo, y como me decía un experto en temas educativos días atrás, aun cuando esa cuestión se zanjara rápidamente, el fondo de la cuestión seguiría sin resolverse. Según este entendido, y dicho con un sentido común con el que es difícil no estar de acuerdo, si nuestros maestros cobraran dos o tres veces lo que cobran de hoy, la crisis educativa de Argentina seguiría sin resolverse. Tendríamos maestros más contentos seguramente, pero el nivel de la educación seguiría dejando mucho que desear.

Es cierto, nuestros hijos no perderían días de clase. Y muy posiblemente bajarían, y mucho, los índices de ausentismo docente. Pero eso no zanjaría la cuestión central, que es que nuestros niños y jóvenes reciben una pésima educación tanto en la escuela primaria como en la secundaria. Sugestivamente, Argentina muestra mejores indicadores en los niveles superiores, con algunas universidades, como la Universidad de Buenos Aires, alcanzando muy buenos lugares -en determinadas disciplinas -en los rankings mundiales. Pero el entender el porqué de esta dicotomía sería motivo de otra columna.

Es cierto, la infraestructura es deficiente e insuficiente, y hoy ya ni siquiera estamos al nivel de nuestros vecinos, ya sea a nivel edilicio o en tecnología. Los planes de enseñanza tal vez no sean los mismos y ahí hay cosas que mejorar, pero seguramente ahí tampoco radique la diferencia. La clave, el centro del meollo, parece estar en la calidad de nuestros educadores. Y aquí la culpa no es de nuestros maestros, en definitiva hacen lo que pueden, sino de quiénes los forman. Las deficiencias están comprobadas y son importantes - sobre todo a nivel metodológico-, pero tal vez lo más grave sea que los futuros maestros llegan con una formación básica muy frágil, desde la que se hace muy difícil construir para quiénes se deben ocupar de formarlos y prepararlos pensando en una Argentina del siglo XXI. Y esta carencia se siente en todos los niveles, tanto en la educación pública como en la privada.

Sin una mejor educación se hace muy difícil poder pensar en un país a futuro, un país que cuando se compare con el resto si bien no logre descollar por lo menos se destaque. Luchar, sino alcanzar, la excelencia en la educación debería ser la piedra basal sobre la que hay que trabajar ya que los recursos que hoy hacen la diferencia en el mundo no son los naturales sino los humanos. Y Argentina ha sido reconocida, por lo menos durante los primeros sesenta o setenta años del siglo pasado, precisamente por estos últimos. Lamentablemente y como para hacer aún más complejo el panorama, nuestro país sufre esta crisis educativa, con su consecuente impacto en aquellos que se aprestan a sumarse al mercado laboral, justo en el momento en que la robotización se vuelve la nueva y más grande amenaza que sufre el empleo. Este impacto, de robots que se comienzan a quedarse con el trabajo de los seres humanos promete ser de proporciones y sentirse no solo aquí sino también a lo largo y a lo ancho del mundo desarrollado. Sobre llovido mojado.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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