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Han de saber todos un ustedes de la última reunión entre el líder coreano Kim No Tsé Cuantóg, y el presidente estadounidense Donald Trump. También que su objetivo era un casi imposible, porque lo que se buscaba -habría que decir con más propiedad lo que buscaba Trump- no era otra cosa que el coreano se desnudara. O casi lo mismo, porque lo que pretendía era que destruyera sus bombitas nucleares y sus cuetecitos. Y como yapa, que se deshiciera de todo aquello que permitiera fabricarlos.

Es por eso que la reunión terminó como debía esperarse, aunque no como se esperaba. En un momento todo se disparó de repente, como sabemos que fatalmente casi siempre ocurre con los chiquilines malcriados.

Esos, como si los estuviera viendo, que cuando las madres los juntan para que jueguen en una de esas visitas, acompañadas por el nene; empiezan a los besos -las madres y no los nenes-, los que de entrada no más se miran recelosos y se ponen a jugar con una play, sin demostrar, cosa rarísima, entusiasmo alguno, para terminar a las piñas. No las madres sino los nenes, aunque no es extraño que a alguna de ellas, la local o la visitante, no le faltaran ganas de sumarse al entrevero.

Qué barbaridad lo sucedido, viniendo ambos de tan lejos, ya que se encontraron en Hanoi, la capital de Vietnam; donde a su arribo, desde el mismísimo lugar en que lo hicieron, uno en un tren blindado y el otro en un avión que da susto de solo verlo, por su parecido con el number one, hasta donde cada uno de ellos se alojaban, se montó un simpático, emotivo y hasta barato espectáculo a modo de bienvenida.

Sucedió que los pasos de cada caravana, porque en materia de automóviles no era cuestión de andar con chicas, fue vista pasar por largas filas de infantes vietnamitas, todos ellos agitando banderitas con los colores de cada uno de esos ilustres visitantes.

Algo que debería tener en cuenta Cristina, cuando para estos días el año próximo vaya a dar su mensaje al Congreso. Porque si se piensa bien, sería una cosa muy simpática que invitara para esa fecha a hermanos de su hermana -su hermana, no la mía, estando ahora como está- República Bolivariana de Venezuela.

No sé si a Maduro, ya que es de brujos saber si todavía estará y de estar viajaría. Aunque en este último caso, no estaría de más que Cristina tomara sus precauciones, porque no siempre los hermanos están tan hermanados como aparentan. Porque en una de esas al hijo de Chávez se le ocurre quedarse y sentarse en el sillón que fue de Rivadavia y que en ese momento sería de Cistina, como lo fue siempre desde su primer presidencia ya que Macri, además de ser un gato, actuó como un colado a profanarlo.

Yo no sé si invitarlo a Maduro decía, pero sí a una infantil estudiantina bolivariana, para que entremezclados con argentinos de pareja edad agiten banderitas, y a la vez puedan ponerse al día con la comida; porque me da una cosa él solo pensar que los pobrecitos se pueden estar muriendo de hambre; algo que no sé si creer o no creer, porque hay que decir que son falsas noticias, como las que por acá hace correr el oficialismo no reinante, sino tambaleante, hasta el punto que solo basta con darle el último empujoncito.

Comida es, por lo que se vio no es lo que les faltó al yanqui y al coreano, ya que las mesas en que se los vio chacotear estaban retequete bien servidas. Otra plata desperdiciada entre tantos otros desperdicios, como si la cosa en todas partes estuviera como para eso.

Aunque el norcoreano se ve que siempre come bien, ya que está casi redondito. Y viene aquí la sorpresa que es una primicia mundial, del tipo de las de la televisión nuestra, acerca de cosas importantes como son los líos en Italia de Icardi y su mujer apoderada por él, y por siempre empoderada. Importancia que tiene que ver, porque suena fuerte la verdadera causa de un fastidio de Kim no sé cuánto. Fastidio que nada tenía que ver con Trump, sino que era por haberse enterado de que en un puerto holandés le habían secuestrado una partida de 90 mil, sí, 90 mil botellas de vodka, embaladas en tres mil cajas y escondidas en un avión que a la vez era transportado por un barco. ¡Qué complicado que es todo, mi Dios!

Envío del que era el destinatario y que eran para él. Un extremo, el del contrabando allá, que tuvo que recurrir Kim no sé cuánto, ya que el mismísimo Trump, el culpable de ese despropósito, no tuvo el presidente mejor idea que sancionar, que le dicen; una forma de prohibir las importaciones norcoreanas de bienes de lujo, y el vodka entra en esa categoría.

Cuando llegué aquí, me sorprendí verme preguntándome cuánto vodka toma diariamente Kim no sé cuánto. Porque pensando en que eran 90 mil las botellas; y siendo según dicen ese Kim muy previsor, no pude menos que decirme que las negociaciones con Trump van para largo, largo, largo… Es que según dice no es como aquí, donde los del centenario partido tienen como consiga desde el vamos eso de que se quiebre pero no se doble, sino que la suya es estirar, estirar y seguir estirando.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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