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Mirando lo ocurrido en otras épocas, la peste actual y en particular la que nos afecta, es una peste muy benigna, casi diríamos: "Chiquita", dicho con todo respeto para los que murieron, pues para ellos no fue así. Ante todo, pensemos que ataca sobre todo a los que estamos ya al final de la vida; terrible hubiera sido si lo hubiera hecho preferentemente a los niños. En las epidemias antiguas moría no menos de la cuarta parte de la población, niños jóvenes y viejos; pero entonces, los viejos, ¡éramos tan pocos y tan respetados! Y al fin de la epidemia sucedía una revolución o una tiranía. Esto ocurría cuando las epidemias eran "rápidas" como la peste negra o la gripe española. Pues las hubo "lentas" como la sífilis en el pasado o el sida en décadas recientes, en las que el contagio pasaba desapercibido y los síntomas aparecían un tiempo, corto o largo, después. Y en que el número de muertos no era devastador.

El primer registro escrito sobre la peste es quizás la de Egipto, según cuenta la Biblia, cuando Jehová ordenó a Moisés arrojar las cenizas al cielo delante del Faraón, que después cayeron sobre hombres y bestias, causándoles tumores purulentos y la muerte. El primer registro histórico de importancia, fue el de Atenas (428 AC), narrado por Tucídides, quien señaló que los primeros en morir eran los médicos. Con Hipócrates dejó de ser un castigo divino: las atribuyó al calor y las sequías, pero esto fue solo por un tiempo.

De lo que fue escrito por testigos o víctimas de alguna peste, se destaca el diario personal de Samuel Pepys (1633-1703). Es éste uno de los diarios íntimos más famosos y es leído actualmente; y por algunos, al menos, con cierto fervor. Pepys nació en Londres, hijo de un carnicero, logró una buena educación, un buen lugar en el almirantazgo británico y un sitio en el Parlamento. Durante 10 años escribió día a día su diario, incluyendo datos de su salud, su vida doméstica, sus amores, lo ocurrido en la ya populosa Londres, la política, las guerras contra los holandeses. Comenzó a escribirlo en 1663. Casi compro un día un extracto en cuatro volúmenes. Arrepentido, forma parte de la biblioteca de libros deseados y no comprados, así como hay otra de los comprados y no leídos, que son un poco como los niños que mueren antes de nacer.

El 30 de abril de 1665, Pepys escribió: "Gran miedo de la enfermedad aquí en la ciudad. Se dice que dos o tres mansiones están ya cerradas, Dios los preserve a todos... Muy triste la apariencia de la gente en la calle y la conversación es solo sobre la muerte... La ciudad es un lugar desierto y olvidado… Veo a miembros de una familia que abandonan a otros y pelean por tener su propia tumba. ¿Será muy riesgoso contratar a una sirvienta?".

"Viendo las casas cerradas me sentí muy disminuido y mal oliente, y me vi obligado a comprar rollos de tabaco para oler y masticar. También desconfío de la peluca que compré, no vaya ésta a transmitir la enfermedad". No se sabía en esa época que se trataba de una infección, provocada por un bacilo que se descubriría en 1894 por A. Yersin, del Instituto Pasteur de París.

"Ya de pie y después de un corte de pelo; la primera vez que he sido tocado por el barbero en doce meses". "En junio se estableció la peste y golpeó a mi buen amigo y vecino, Dr. Burnett, quien ya por sí mismo se había encerrado, lo cual es muy loable". “En esos días se preocupaba por la compra de un traje, que no gustó a su mujer, lo cual le causó enojo y decidió enviarla al campo". “Pienso que es muy conveniente. Tuve cena con amigos y estuve todo lo alegre que se puede en esta compañía".

Sale a pasear, en verdad, para lucir su nuevo traje. Tiene la muerte en los talones, dos de sus tabernas favoritas han cerrado. "Una persona se estaba muriendo la última vez que estuve allí, y supe que el pobre Payne, que me servía la cerveza, enterró a su pobre niño y ahora se está muriendo, y el trabajador que envié el pasado viernes a Digenham, para saber cómo estaban, ha muerto, y mi propio remero tan pronto como me dejó en tierra, cayó muerto. El cochero que me conducía, felizmente, al final se detuvo con dificultad y me dijo sentirse muy enfermo y que había enceguecido. Así que tomé otro coche con el corazón triste por el pobre hombre y por mí. Pero señor... ver el miedo de toda la gente que aquí vive. Como están temerosos si me acerco y me desean lejos, así como yo lo estoy… Es tan triste oír las campanas doblar cinco o seis veces para muertos o entierros… Hoy, 40 muertes súbitas en mi distrito".

No obstante, acude "a una boda y tuve una tremenda diversión. Así terminé el mes con la mayor alegría que tuviera en mi vida en mes alguno, porque pasé la mayor parte de él, regocijándome en abundancia, honor, viajes agradables y entretenimientos". Ese año, el Sr. Pepys aumentó considerablemente su fortuna, y no sé de nadie que hubiera hablado mal de ello”.

Durante 1665 la peste negra en Londres, a la que había ya estado rondando años anteriores, mató al 25% de la población a razón de 7 mil muertos semanales. El incendio de la ciudad, el Gran Fuego, terminó con ella, al extinguir las ratas, que eran el reservorio de los bacilos, y de las pulgas que los transmitían. Hasta entonces, era una ciudad construida íntegramente con madera.

Si en el New York actual se hubiera mantenido la proporción de lo ocurrido en Londres en 1665, hubiera habido 4 millones de muertos y Manhattan estaría destruida por un incendio. Por eso escribí al inicio que era ésta nuestra epidemia pequeña, pero toda muerte inconmensurable.
Fuente: El Entre Ríos

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