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Soy miembro de una familia refranera. ¿Qué es lo que quiero decir con eso? A ver si me explico bien.

Que en la nuestra, para cada cosa que nos sucede o vemos a otro suceder, tenemos un refrán para aplicar y sentenciar. Una costumbre que ya la tenía mi abuelo y vaya a saber cuántas generaciones más para atrás, y que ahora se está extinguiendo como tantas otras, que están haciendo desaparecer lo que se entendía como sabiduría popular.

Es que con ellos, en pocas palabras y de una manera ingeniosa que llevaba a que la fijáramos en la memoria con facilidad, encontrábamos la manera de volvernos sentenciosos, ante una circunstancia peculiar, dándole un corte a la cosa y a la vez llevarnos a pensar.

No es que los refranes siempre sean del todo sabios, ya que muchas veces chocan entre ellos, como el caso de aquél que dice que “sobre gustos no hay nada escrito”, que viene a chocar con el que en cambio afirma que “hay gustos que merecen palos”. O esos que parecen darse de patadas, pero que contiene una pizca de verdad, como es el caso del refrán que advierte que “al que madruga Dios lo ayuda” (que deja de serlo con la condición de no quedarse paveando después), ya que también lo es aquél de que “no por mucho madrugar se amanece más temprano”.

Dicho todo lo cual, debe quedar claro que no es porque se me haya dado por filosofar, sino porque me sentí avergonzado cuando escuché decir que se habían encontrado chicos con sarna en una escuela de un barrio pobre, de gente más que pobre, de la ciudad de Paraná. Fue cuando me dije, cosas como estas no pueden, de ninguna manera, suceder en tiempos como los actuales, por más que se vean volver enfermedades que estuvimos convencidos que nunca más habíamos de ver, y mucho menos padecer, con las que reencontrarnos no es otra cosa que retroceder.

Es que entonces se me hizo presente aquel refrán que pretende advertirnos que “sarna con gusto no pica”, que me suena espantoso del principio hasta el final. Para empezar porque no creo que haya persona alguna, incluyendo el más ignorante chiquilín, al que quepa verlo gustoso y lleno de placer por estar sarnoso, ya que la sarna nunca puede dejar de picar, y lo que es peor todavía es una señal, según dicen los que saben, de un gran desorden social.

Es por eso que, si bien percibo lo que el refrán da a entender, que no es otra cosa que señalar hasta qué punto estamos dispuestos a soportar molestias o incomodidades y hasta hacer esfuerzos que sorprenden para conseguir lo que queremos y nos gusta, habría que encontrar otra manera de decirlo. Porque al hablar de ese modo pareciera que estamos dando prestigio y vistiendo de honorabilidad, a algo que ni siquiera es una enfermedad sino la presencia de una cosita perversa que se pone a caminar por debajo de la piel de uno, provocando estropicios que están lejos de gustar, y que como ya lo he dicho y vuelvo a repetir vienen a mostrar que hay otras cosas, y que aunque más graves tampoco están bien y por las cuales hay muchos muy bien bañados y con olor a limpio que deberían responder.

Algo que ni siquiera cambia cuando se lo escucha con un agregado queriendo decir que “sarna con gusto no pica y, si pica, no mortifica”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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