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Cuando cualquier pretexto es bueno para la división y la pelea

Dicho de una manera más gráfica, aunque lo sea formalmente incorrecta, se podría afirmar que una de nuestras características vinculadas con nuestra manera de ser, consiste en el aprovechar todo momento libre (e inclusive muchos de los que hubiera resultado más provechoso emplearlo en finalidades más fructíferas) en buscar roña. Lo que interpreto como algo similar a lo que se conoce como buscar pelos en la leche. Y que en ambos casos, interpreto como el entretenerse de una manera obsesiva en encontrar motivos con los que lanzarse a la pelea.

Por Rocinante

A la vez, también se dice que para que haya peleas es necesario por lo menos la presencia de dos personas enfrentadas, aunque se dé el caso de muchos que por el hecho de no quererse a ellos mismos, se pasan rumiando la bronca que llevan dentro, peleando consigo mismo. Por otra parte, no es ni siquiera necesario convocar a otros, para que se sumen a la pelea; dado que cuando de ello se trata, ante la sola posibilidad de que se dé una circunstancia de esta clase, aparece como fácil el encontrar (sin siquiera tomarse el trabajo de buscarlos) quienes acudan a sumarse, animados por una misma predisposición de ánimo.

El resultado no puede ser otro que el de verse que, partiendo del presupuesto inicial señalado, nos mostremos permanentemente divididos, por motivos distintos y hasta los que resultan muchas veces sin sentido; en bandos enfrentados.

Una situación que tiene una de sus caras dinámicas, no ya en lo que es propio de toda pelea, sino en tres circunstancias destacables. Donde, la primera de ellas, se traduce en el transvasar (el que consiste en algo distinto a un darse vuelta) de integrantes de un bando al otro; en el caso en el que terminada la lucha, y al comenzar otra pelea, se produzca un cambio en la causa invocada, con la que pretende justificarse la nueva.

A lo que se agrega una segunda, cual es la de que a pesar de que los bandos enfrentados, cuando al llegar a la cima de la exaltación más o menos furiosa, quieren plantear lo que acontece como una batalla del bien contra el mal, o si se prefiere de los buenos contra los malos, no hacen otra cosa la mayoría de las veces y hasta sin saberlo, que recaer en posturas maniqueas, las mismas que los Padres de la Iglesia consideraban una herejía.

En lo cual coincido, llevando el concepto a un ámbito distinto, partiendo de la convicción que en los dos bandos que terminan enfrentados, se asiste al entrevero de personas no solo buenas, sino todavía y mejor intencionadas, con otras que no son ni lo uno ni lo otro. Con el resultado que en este ámbito ajeno a la teología, no necesariamente el triunfo es de la buena causa, ni cabe calificar de malos a los derrotados. Ya que tengo siempre presente una copla que recitaba mi abuelo, cuando se daba el caso de observar la derrota de los que no tenía por buenos, que decía “vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, /Dios ayuda a los malos, cuando son más que los buenos”.

A lo que se debe agregar una tercer circunstancia destacable, la que es dable sumar a las anteriores, cual es que al menos en un principio de toda pelea, existen entre los integrantes de un grupo muchos, inclusive una mayoría, que no se sumen a ella, y que inclusive nunca lo llegarán a hacer, ya sea por prudencia, cobardía, indiferencia o vaya a saber porqué otro motivo. Aunque sobre todo en el caso de conflictos mayores, serán ellos quienes soportarán una gran parte, cuando no la mayor, de las consecuencias; o, como se dice vulgarmente pagado los platos rotos.

Al llegar aquí, pido que se me exima de efectuar un largo recuento a ese respecto, el cual arranca desde los tiempos de la colonización hispánica, cuando dejando de lago los duros entreveros entre españoles metropolitanos arribados, se dio casi en seguida otro. Esta vez entre ellos y los conocidos como hijos de la tierra (quiénes no eran lo que ahora conocemos bajo la denominación de pueblos originarios, sino los hijos de esos españoles metropolitanos nacidos en nuestros actuales territorios). Y de allí en más, seguimos en esa misma senda con periodos de menguante intensidad, para llegar a aquella por la cual ahora transitamos a los tumbos y topetazos. Y eso hablando de las llamadas grandes antinomias y conflictos; algo que significa dejar de lado otros que respetuosamente y sin ánimo de ofender a nadie, califico de nimios, como es el caso del permanente choque de los hinchas de Boca Juniors, con los simpatizantes de todos los otros clubes.
De una de las actuales fuentes focalizadas de conflicto
Dejo a un lado la siempre presente y ominosa grieta, cual es la que separa al cristicamporismo del resto de la sociedad, incluyendo a una mayoría del propio peronismo, a la que se hace necesario buscar la manera de superar, antes que termine de tragarnos a todos.

Inclusive prescindo de un ámbito de conflicto que deber tenerse como una suerte de planeta que gira en una órbita excéntrica como la de los cometas, en torno a una estrella, cual es el caso de la crisis sanitaria que nos golpea, y que ha provocado una escisión entre los que entre nosotros son aislacionistas con los aperturistas (o sea los que en apariencia al menos dan prioridad al cuidado de la salud de los integrantes de nuestra sociedad a corto plazo, la que los separa de aquellos que dicen mirar a un horizonte más lejano. En conclusión, los que aparecen respectivamente, como priorizando la salud o la economía).

Lo hago, para poner el foco en un tema que ha emergido con fuerza, y que de una manera que me atrevo a mencionar, aun consciente de que la designación resulta inapropiada, cual es el de la emergencia problemática de soberanías varias, tema que no solo los medios de comunicación, con su lenguaje tantas veces estrafalario, vienen a poner hoy en día sobre el tapete.

En apariencia, otra cuestión semántica, en tanto en apariencia es solo una cuestión de palabras. Pero que considero tiene mayor relevancia ya que con ella, me atrevo a sugerir que nos encontramos ante un intento de reperfilar de una manera pretensiosa, una apelación anterior y con el mismo objeto, del término patria, con el que hubo un tiempo en la que se la presentaba adjetivada de distintas maneras a la nuestra; tal como era el caso de la patria contratista.

Es que ahora ha emergido con fuerza el término soberanía, adjetivado de diversas maneras, Un primer ejemplo de lo dicho lo tenemos en que, como una consecuencia del desastroso manejo por parte del gobierno nacional del grave problema que representa la situación in extremis que vive el Grupo Vicentin, se ha comenzado a hablar de una soberanía cerealera, en una reconversión de mayor alcance de lo que en un momento se invocaba como la defensa de la mesa de los argentinos.

Al mismo tiempo no resultaría extraño, que ante el anuncio de la empresa de transporte aéreo Latam, que dejar de operar dentro de nuestro país (algo que significa la pérdida de aproximadamente mil quinientos puestos de trabajo directos, aparte de una cantidad imprecisa de puestos indirectos) el hecho que dentro de muy poco, comencemos a hablar de soberanía de nuestros cielos, en el caso que no se prefiera hacer lo mismo con la mención de soberanía aérea.

Una soberanía esta, la así supuesta, indudablemente costosa, si se tiene en cuenta que el mantener en funcionamiento a nuestra línea de bandera, cuesta al Estado Nacional un millón de dólares diarios, y que con esa cantidad de un millón de unidades de esa moneda, se podrían adquirir cada día en el marco de la actual emergencia un número superior al de una docena de respiradores artificiales diarios, tan indispensables en la actual coyuntura. Y que todo lleva a presumir que este novísimo concepto de soberanía de nuestro espacio aéreo, pueda llevarnos a recaer en el vicio de intentar apropiarnos de lo ajeno sin pagar un solo pesos, tal como se intentó hacerlo fallidamente, en el caso del rescate de Aerolíneas Argentinas. Ya el hecho que un dirigente gremial de ese ámbito en declaraciones periodísticas hable de la necesidad de que el gobierno nacional entre en la posesión inmediata de los aviones de esa empresa, dice de la posibilidad que se avance en ese rumbo.
Las graves consecuencias que resultan del intento de desmembrar la soberanía nacional, la que siempre, de existir, es solo una y no lo puede ser de otra manera
El de soberanía es un concepto complejo, en cuya formulación y el de otros vinculados con ella, no se ponen de acuerdo los especialistas de diversas vertientes (filósofos, juristas y politólogos). Una circunstancia que me adelanto a indicar que sirve para disculpar la ligereza con la que se habla al respecto.

Por mi parte he llegado luego de efectuar una decantación de lo poco que he leído acerca de la materia, a la conclusión que el de soberanía es un concepto bifronte, ya que se presenta mostrándose hacia el exterior de un Estado como independencia, y el cuál hacia adentro de él, en cambio, se exhibe como el poder superior de imperio. Entendiéndose por ello que no hay otro superior al suyo, y que para hacerlo valer está habilitado y cuenta con la aptitud de hacer pesar la fuerza.

Cuestión controvertida, y que no viene en realidad al caso, pero de cualquier manera no deja de ser de utilidad mencionar, es en manos de quién queda depositada la soberanía. Pudiendo así indicarse que lo es, según diversas perspectivas, en la Constitución, en el pueblo a través de sus representantes o en el pueblo en forma directa. E inclusive en quien posee el poder de hecho incontrastable de invocarla y hacerla valer.

De cualquier manera, la soberanía tal como sucede con la patria, son unidades monolíticas en cuanto existen, ya que solo puede ser el caso de una sola en cada momento de la vida, ya de una persona como de una sociedad estatal. De donde hablar de soberanías varias y simultáneas, es lo mismo que decir que no existe ninguna.

Y al respecto se deben señalar dos cosas. La primera que al hablarse de soberanía plurales lo que se está queriendo hacer es aludir a las herramientas de distinto tipo, y que no tienen que ser necesariamente las mismas en el caso de todas las sociedades estatales, para poder bastarse a sí misma, sin admitir injerencia externa que no sea admitida de manera voluntaria. Y de esa manera, se cae en el error (el que puede inclusive ser deliberado, o sea que no es un error sino una táctica de manipulación) de dar una jerarquía a lo que tiene una importancia instrumental, aunque sea muy importante.

Se trata de advertir la importancia que tiene no confundir esas supuestas soberanías múltiples, con lo que se conoce como autosuficiencia, concepto que en nuestro leguaje político local se lo explica como el vivir con lo nuestro.

Un concepto falaz, porque ningún estado, ni aun en el caso de las superpotencias, son realmente autosuficientes, por más que no se les pueda negar la aptitud de bastarse a sí mismos. Algo de lo que es un ejemplo Japón, cuya principal herramienta con la que cuenta para bastarse a sí mismo (y esto de manera siempre relativa) es la calidad de su población amontonada en un archipiélago en gran parte inutilizable de una manera productiva. E inclusive el caso de China, que basta remitirse a las pruebas para constatar que carece de soberanía alimentaria.

A lo que debemos agregar otra cosa más, cual es que el hablar de soberanías múltiples o de varias patrias propias, viene a ser la indicación de una situación ominosa. Ya que una soberanía desmembrada, y cuyas partes son atribuidas a distintos detentadores (llámese burocracia, empresarios, sindicatos, medios de comunicación social o lo que sea) y que en la que cada porción de lo desmembrado, conserva el nombre y al mismo tiempo añade la pretensión de ejercer una soberanía exclusiva, da una idea de descomposición, la que es un presagio de subsiguiente anarquía, en la que todo es movido por los embates de la impotencia.

Haciendo un juego de ficción, el que nada tiene que ver con nuestra realidad, ¿alguien es capaz de imaginar cómo sería una patria camionera gobernada por soberanos camioneros?
Fuente: El Entre Ríos

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