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Por lo que se observa en la actualidad, hay transparencia para todos los gustos. No porque se trate de una cosa nueva que tenga las más diversas aplicaciones, sino porque parecemos habernos cansado de tanta opacidad. No porque nos hayamos hecho en realidad mejores, sino porque la ausencia de transparencia en tantos ámbitos herméticamente opacos, nos ha llevado a darnos cuenta que sirve para facilitar los curros y el chorreo. Algo que a no pocos comienza a molestar, más que por una cuestión de ética, debido a que no tienen forma de colarse en la comilona.

En el lenguaje de antes no se hablaba, en referencia a los actos de los funcionarios, de transparencia sino de publicidad. El cambio de nombre para designar lo mismo es consecuencia no ya solo del crecimiento en los funcionarios de la inmoralidad, la que antes también tenía de nombre porque se la mencionaba como venalidad, sino porque con la publicidad solo no alcanza, ya que ella también puede ser utilizada para ocultar tramoyas.

Que se trate de lograr mayor transparencia en los actos de todos, y no solo de los funcionarios, luchando con personas e intereses que ofrecen resistencia al cambio por razones obvias, enhorabuena.

Y aún mejor que se haya vuelto a utilizar la palabra en su sentido “físico” original, o sea como propiedad de la materia que deja pasar fácilmente la luz.

Ya que habría que pensar si no es digno de imitar el ejemplo de lo dispuesto en una escuela de la Florida, la misma en la que no hace tanto se asistió a una verdadera carnicería de un chico, por un anegado de su misma edad, donde se ha impuesto la obligación de que los alumnos tengan que ingresar al local donde funciona llevando mochilas transparentes.

Algo que me lleva a pensar la conmoción que se armaría si entre nosotros se impusiera la obligación que portafolios, mochilas, bolsos y bolsones, y también carteras, sin olvidarnos de las valijas, debieran tener sus paredes transparentes.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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