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La llegada de la tecnología cambia para siempre el fútbol tal cual lo conocimos

Por Pier Vlater

La llegada de la tecnología a las decisiones arbitrales en los partidos de fútbol parece irreversible. Los elogios que cosechó durante la Copa del Mundo de Rusia así lo sugieren. Cabe preguntarse, sin embargo, si esos elogios provienen de quienes más insistieron por incorporarla al juego, los periodistas deportivos, o de los espectadores.

La tecnología se convirtió en protagonista esencial del juego durante la Copa del Mundo. En algunos casos, determinó los resultados de los partidos.

Hay dos tipos de tecnología en uso. La primera, conocida como sistema de Detección Automática de Goles (DAG), o goal-line technology en inglés, consiste en la detección, mediante la emisión de una señal de radio desde un dispositivo insertado en el interior del balón a un computador, y desde éste a un reloj de pulsera utilizado por el árbitro, cuando el balón atraviesa el plano de la línea de meta. La velocidad de emisión de la señal y la certeza de la tecnología la convierten en una mejora indudable para el espectáculo.

Con la otra tecnología, la del “árbitro asistente de video”, o VAR (por sus siglas en inglés), la “mejora” es menos evidente. El VAR es un árbitro que, desde una cabina, se vale de imágenes de video y de un sistema de comunicación con el árbitro en cancha para advertirlo de situaciones en que alguna decisión debiera ser revisada. El reglamento establece que el VAR se debe utilizar en cuatro situaciones: 1) validez de un gol; 2) cobro o no de un penal; 3) infracciones que ameriten expulsión; o 4) confusión de identidad en casos de amonestación.

Si bien en la prensa se celebra que el uso del VAR ha redundado en fallos más justos durante la Copa del Mundo, lo cierto es que esto apenas si ha sido cierto para las situaciones de gol. Probablemente también lo hubiera sido en situaciones de confusión de identidad.

Sin embargo, para los otros dos casos el uso del VAR no eliminó la subjetividad. Situaciones similares merecieron decisiones arbitrales diferentes. Agarrones leves, toques con la mano e infracciones bruscas generaron interpretaciones no unánimes.

En el partido de Argentina vs. Islandia, por ejemplo, pareció haber menos penal en la falta sancionada que en la falta a Pavón que no mereció sanción, pese a haber sido ambas situaciones revisadas. Igualmente, el penal en contra sancionado contra Nigeria pareció menos “cobrable” que la mano de Marcos Rojo, no cobrada luego de una exhaustiva y prolongada revisión de video.

Igual subjetividad existió para las situaciones de expulsión. El codazo de Cristiano Ronaldo a un jugador iraní, verificado por el VAR, mereció una tarjeta amarilla. Quizás, los pergaminos del infractor le granjearon esa sanción contraria a la que determina la regla.

¿Vale la pena la tecnología en los casos en que no elimina la subjetividad del árbitro en cancha? Los beneficios no parecen conclusivos, pese al autobombo de directivos de la FIFA y periodistas que los propusieron.

Por el contrario, sí ha quedado imborrablemente marcado su impacto negativo, en particular en dos cuestiones: la demora del juego y la pérdida de espontaneidad. En muchas ocasiones, las revisiones tomaron entre 2 y 3 minutos. Si una jugada debe ser revisada durante tanto tiempo, resulta casi inevitable que la decisión siguiente sea subjetiva. ¿No sería conveniente evitar la revisión en ese caso?

Además, y más grave, el VAR mata la espontaneidad . Es cierto que en las jugadas de gol, determinar si hubo algún factor invalidante ha redundado en decisiones acertadas, a costa de grotescos que no pueden soslayarse.

El agónico gol que los iraníes convirtieron a España desató en jugadores y simpatizantes un frenesí descontrolado. Lágrimas, risas, alaridos; cualquier reacción era válida para celebrar la gesta sin igual de empatarle sobre la hora a una potencia. Dos minutos después, la revisión del VAR determinó que el gol no debía ser convalidado, pues el goleador se hallaba fuera de juego. ¿Cómo retrotraer el festejo? ¿Deberían ahora los espectadores contenerse cuando la pelota entra al arco, en espera de que la tecnología convalide el gol?

Algo inverso ocurrió en Corea del Sur vs. Alemania. El primer gol de los asiáticos fue invalidado en primera instancia, para desazón de jugadores e hinchas. La revisión del VAR, luego de un lapso prolongado, determinó que el gol era válido. Ahí se desató el festejo, que a esa altura ya parecía artificioso.

Que el propio equipo convierta o reciba un gol desencadena, entre los simpatizantes, una euforia o una desazón que constituyen la esencia del espectáculo y, para muchos, su principal atractivo. Ese primitivismo, esa irracionalidad en las sensaciones, sostienen el entusiasmo entre los asistentes al estadio y en muchos televidentes. No es lo mismo un gol en la PlayStation, que nunca erra en sus sanciones, que en la vida real. Para la FIFA y los periodistas, parece más importante lo virtual que lo real.

La tecnología del DAF se ha implementado con éxito. La tecnología del VAR, por el contrario, no ha logrado eliminar la subjetividad e, incluso cuando lo hace, provoca demoras y absurdos que afectan al espíritu del espectáculo.

Parece claro que ya no se volverá atrás. Para quienes pintan canas, el daño está hecho. Muchas veces se llevan mejor con el aura del fútbol los errores arbitrales, que generan debates durante generaciones. Con el VAR, la Mano de Dios no hubiera existido, y nuestro segundo título mundial, probablemente, tampoco.
Fuente: El Entre Ríos

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