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La disímil reacción de los participantes eliminados refleja la naturaleza de sus respectivas sociedades

La mayor parte de las selecciones han finalizado su participación en el Mundial de Rusia. En la derrota, los representantes de quienes ya no están en competencia han sido diversas. Dijo el técnico alemán, Joachim Löw, respecto de la inesperada eliminación del último campeón en la primera rueda. “No pudimos hacer nuestro plan de juego, en cada encuentro comenzamos abajo y no merecimos pasar: es una gran decepción”. En un tono similar, el “Maestro” Tabarez admitió que a Uruguay le faltó "lo que le falta a cualquier equipo cuando pierde, jugar mejor que el rival, que nos superó y nos ganó bien y hay que felicitarlo.”

La reacción a la eliminación de nuestra selección, plagada de excusas y de una escasa admisión de los propios errores, ha sido la contracara de la mesura con que otros han sido capaces de asimilar sus derrotas. Mesura que les permite encarar el futuro con mayor tranquilidad y planificar su reversión sin histerias. Federaciones, cuerpo técnico y jugadores forman un equipo compacto en aquellos países. En Argentina, cada uno se siente superior a los otros dos y cada uno parece enfrentado con los otros dos.

Cualquier excusa es válida para no admitir nuestros errores. Cualquier reacción, sin importar cuán miserable o cínica sea, es válida con tal de no tomar el remedio para corregir de raíz los problemas.

Lo que pasa en nuestro fútbol refleja lo que ocurre en nuestra sociedad. Actuamos como si fuéramos un pueblo elegido, y nos encargamos a la Divina Providencia para la solución de nuestros problemas estructurales. No nos atrevemos a encarar nuestros errores. Entretanto, ensayamos respuestas intermedias, cortoplacistas, a esos problemas, en el afán de seguir tirando.

Ni dirigentes ni ciudadanos parecen dispuestos a admitir que revertir de manera estructural el proceso de acumulación de fracasos requiere que cada uno pierda un poco para así, desde una base menor pero más sólida, comenzar a construir un futuro más sostenible. Con la misma ciclotimia y con el mismo cortoplacismo con que manejamos el fútbol, nos manejamos como sociedad.

No es normal pagar la electricidad, el agua y el gas más baratos del mundo, viajar al exterior como lo hacemos, o tener los mayores salarios de América Latina con la menor productividad. Ni es normal que ante una mínima suba de las tasas de interés en el mundo tengamos una crisis grave y se eleve el nivel de histeria más que en cualquiera de nuestros países vecinos, cuyas monedas también se devalúan y sus Bolsas también caen, sin provocar esos cataclismos tan nuestros.

Nuestra economía lleva décadas consumiendo más de lo que produce. Es esta una verdad reflejada en el déficit fiscal, en el déficit comercial, en la gran deuda externa (para financiar esos déficits) y en la altísima inflación (porque a veces preferimos financiar los déficits con emisión monetaria). La recurrencia de nuestras crisis, siempre achacadas a la malicia de oscuros poderes internos y externos y nunca a sus causas verdaderas (como la falta de una planificación adecuada), y nuestra respuesta a las mismas (defaults, ruptura de contratos, caídas de gobiernos) nos han merecido la fama (o el prontuario) que, en los últimos dos meses, ha quedado claro que llevará mucho tiempo revertir.

En estos días se discute un ajuste fiscal, necesario desde siempre y urgente desde que se firmó el acuerdo con el FMI (que, en perspectiva, luce como otra salida al paso). Volver a vivir de acuerdo con nuestras posibilidades importa un esfuerzo colectivo, del que nadie quiere, individualmente, hacerse cargo. Ni la política, eternamente enfrascada en el cortoplacismo de la próxima elección y en el ultra-cortoplacismo de la encuesta de imagen, ni el sindicalismo, ni la prensa, que celebra el rating que aumenta con el desorden, ni la ciudadanía, que se resiste a abandonar excesos que ha asimilado como normales.

Nos cuesta ponernos los pantalones. Actuamos como si fuéramos un pueblo elegido y no aceptamos nuestros fracasos. No planificamos las soluciones de largo plazo, como si en el largo plazo estuviéramos condenados al éxito de manera natural. Así, apenas si podemos ir emparchando la realidad cuando se afea. Quizás sea por eso que no paramos de recrear los fracasos.

En Alemania, la Federación confía en el plan de largo plazo de Löw y lo ratificó en el cargo hasta 2022 a pesar de su pronta eliminación en Rusia. ¡Inentendible!.
Fuente: El Entre Ríos

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