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El sindicalismo pretende resistir una realidad que se le impone de manera irreversible

Los sindicalistas están en pie de guerra contra las empresas tecnológicas. O tal vez sea más apropiado decir que están en pie de guerra contra el cambio tecnológico.

No se trata tan sólo de las rimbombantes declaraciones de los Moyano protestando contra la afiliación de los empleados de un centro logístico de Mercado Libre a la Unión de Trabajadores de Carga y Descarga, en contra de sus pretensiones de afiliarlos a Camioneros. Ni del “Ahora voy por el dueño de Mercado Libre y por las fintech” que lanzó el dirigente del sindicato bancario Sergio Palazzo. Ni del pedido de regulación que hizo Grabois para la misma Mercado Libre. Claramente, el éxito de esta empresa ha activado las papilas gustativas de varios zánganos que intentan sacar tajada de ese éxito para sí.

El avance tecnológico los ha tomado por sorpresa, y las categorías rígidas de las que se nutrían se encuentran de pronto amenazadas por empresas y hasta trabajadores que poco y nada quieren saber de ellos. Los trabajadores de las nuevas empresas funcionan en base a relaciones laborales que no por flexibles son precarias.

Ignoramos cómo serán los trabajos del futuro, pero queda cada vez más en evidencia cuáles son los trabajos del pasado

Más contrario al interés de los sindicalistas resulta el cada vez más inocultable reemplazo del trabajo humano por el trabajo de las máquinas para las tareas más rutinarias. En todo el mundo hay muchos trabajos que en alguna medida ya no son hechos por personas: pretender usar la fuerza para que no se automaticen las cajas de un supermercado, o la carga de combustible en una estación de servicios, o el cobro de un peaje, es una batalla perdida desde el inicio.

Moyano, Palazzo, Grabois, defienden más a sus propias quintas que a los trabajadores, que cada vez necesitan menos de su representación, estancada en demandas y métodos perimidos, y alejada de las necesidades de los trabajadores del siglo XXI.

Cuando se centra el debate en la dicotomía entre “primarización” e “industrialización”, se está mirando el mundo a través del espejo retrovisor. En un mundo en que hay sobreoferta global de bienes, aumentar su producción quizás no sea la mejor idea para el desarrollo. Éste parece más vinculado a la capacidad no de producir y exportar cosas, sino conocimiento.

Varias de las empresas más valiosas del país están en la industria del conocimiento. Los servicios basados en el conocimiento ya representan el tercer mayor rubro de exportación, detrás de la soja y los autos.

Incluso la política, que muchas veces la corre de atrás, se notificó: la Ley de la Economía del Conocimiento, para fomentar el crecimiento del sector, fue aprobada por más del 70% de los Diputados y por unanimidad en el Senado hace apenas un par de meses.

Los legisladores parecen haber entendido más que los sindicalistas que somos competitivos en generación de tecnología y contenidos, y que el estímulo de estos sectores generará nuevos empleos.

La tecnología no es enemiga del empleo, otro latiguillo con poco o nada de verdad

Moyano asimiló el acuerdo laboral de Mercado Libre en su centro logístico a una Reforma Laboral. Si de eso se trata, bienvenida sea la Reforma, deben pensar los empleados de Mercado Libre: cuentan con jornadas laborales flexibles, trabajo en el hogar, mucha capacitación, igualdad de oportunidades y selección por capacidad, con cero discriminación. Por si esto fuera poco, firmaron un salario básico mayor al de Camioneros. En la economía del conocimiento, el capital humano es casi el único capital. Cuanto más se venda, más empleados habrá que contratar.

Pero esto entraña a la vez un riesgo: al no haber activo fijo, si una empresa decide emigrar no deja ningún capital enterrado. Sólo dejarán trabajadores en la calle, y contratarán otros en otro país. El mayor riesgo para un trabajador argentino es que el sindicalista haga de su puesto de trabajo una traba para el empleador.

La tecnología no es enemiga del empleo, otro latiguillo con poco o nada de verdad. En todos los países se ve cómo la tecnología no aumenta el desempleo, sino que crea nuevos empleos mientras otros desaparecen. Palazzo fustiga a las fintech, pero a 20 años de la irrupción de la banca digital, los bancos tienen más empleados que nunca.

Ignoramos cómo serán los trabajos del futuro, pero queda cada vez más en evidencia cuáles son los trabajos del pasado. Mucho de lo que hace apenas una generación era ciencia ficción es hoy una realidad palpable. Pretender que la tecnología no avance es un absurdo que va en contra de la naturaleza de la humanidad.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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