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El siglo XX llegó y junto a él comenzó la revolución tecnológica. Poco sabíamos los usuarios de internet que nuestra vida con el correr de los años sería mediada por los gigantes de la información y sus burbujas algorítmicas. Con la excusa de una navegación inteligente, el poder polariza y oculta información atacando directamente la democracia. Esto genera una sociedad intolerante basada en posverdades; pero ¿quiénes son realmente los culpables?

Julieta Torrillas Pizzorno (*)

Los algoritmos llegaron para quedarse. Destronar el modelo tradicional del esquema -Opinión Publica; Mensaje; Gobierno- significó, entre otras cosas, destruir el poco anhelo de democracia que tenía el periodismo en la población. Debatir y aceptar la pluralidad de opiniones, hoy con los gigantes de información al poder es prácticamente imposible.

El pensador surcoreano Byung Chul-Han ha alertado del peligro que implica que el ser humano esté dejando “de ser un sujeto soberano para convertirse en un flujo de datos y en una unidad controlada, en el resultado de una operación algorítmica”. Los algoritmos generan cada dos semanas -porque necesitan mutar para no ser descifrados- diferentes burbujas de filtros. Dentro de ellas, estamos cada uno de nosotros.

El algoritmo se nutre de data alojada en millones de servidores para ofrecernos una experiencia de navegación “inteligente”. Prediciendo el comportamiento de cada usuario, los algoritmos influyen en los motores de búsqueda, y diseñan nuestra ruta de navegación antes de que pisemos el botón “buscar”. Este hecho se conoce como filtros de información, burbujas de información o burbujas de filtro. Esta situación no solo se da cuando buscas en Google, sino también con otros buscadores y servicios en la web, como Facebook, Amazon, Linkedin, etc.

Cada vez más, son los algoritmos que eligen lo que “nos gusta” y los que evitan el encuentro con aquello que es diferente e inesperado. De esta manera eliminan nuestra posibilidad de construir un criterio amplio, propio e inclusivo de diferentes puntos de vista que nos permita fijar decisiones responsables. Esto es llama polarización.

La polarización oculta lo que no nos gusta o está en desacuerdo con nuestra ideología. En 2017 en la cumbre anual del Foro Económico Mundial en Davos se desarrolló una encuesta qué lanzó como resultado que el 53% de la población mundial reconoce que no escucha regularmente a personas u organizaciones con las que no está de acuerdo. Esta nueva realidad desafiante es obra del más genial y adictivo consultor comunicacional de hoy, el algoritmo.

El algoritmo nos quitó el hábito de debatir, de escuchar opiniones diferentes, y principalmente, no volvió intolerantes. ¿Quién no ha eliminado un amigo de Facebook por pensar diferente? Todos lo hicimos, y lo seguiremos haciendo.

Esto a fin y a cabo, nos aliena, y vuelve nuestra burbuja, aún más cerrada y polarizada, generando que vivamos bajo uno de los conceptos más empleados en los últimos años la ‘Posverdad’, que la RAE define como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.

Alguien que explicó años atrás, y de una manera un poco diferente está posverdad que hoy nos reina fue Giovanni Sartori, quien detalla que la televisión simplemente mostraba lo que era bonito en imágenes, y que en varias situaciones generaba una grave desinformación.

Esto no significa que la televisión no informe, o informe poco, sino que distorsiona la información con distintas herramientas; Algunas de las nombradas por Sartori, son las falsas estadísticas, y entrevistas casuales.

Un ejemplo claro, lo podemos ver tanto en canales de televisión argentinos como en carteles en redes sociales, “La universidad de Yale en un experimento dijo que...”. Mucha gente lo compartirá por el simple nombre de la Universidad de Yale, pero ¿cuantos se preguntarán si realmente investigó o dijo eso?

Esto ocurre porque la información no es conocimiento. La gente puede estar informada, y a la vez no comprender su entorno; la información son simples nociones. La información le da la oportunidad a la gente, de tener un doxa, pero sólo a unos pocos de tener el episteme.

Esto, emerge de los grandes y duraderos problemas que tiene la Opinión Pública, como público moderno. Vincent Price, detalló cinco, y los organizó en dos subgrupos. Dos están relacionados con su potencial superficialidad (Falta de competencia y recursos) y tres están relacionados con su potencial susceptibilidad (La tiranía de la mayoría, la propaganda de la persuasión en las masas y la dominación sutil por partes de las élites minoritarias)

La falta de competencia, intenta dejar en claro, que tal vez, no todos los ciudadanos estamos capacitados para opinar; esto lo relaciona a la falta de recursos ya que no todos pueden acceder a la información. Las consiguientes simplemente hacen referencia a cómo el poder potencia la desigualdad y desinformación.

Pero retomando la falta de recursos, ¿es posible que hoy en día alguien no tenga la posibilidad de informarse?. Sí, lo es. A pesar de que muchos relacionan el internet, y muchas veces las redes sociales, con la democratización del acceso a la información. También gracias a los previamente nombrados algoritmos polarizan dicha información.

Pero ¿quiénes son los verdaderos culpables?, El culpable elemental siempre será el gigante de información, pero también la culpa es de los medios de comunicación qué decidieron vías como Facebook, Twitter, e Instagram para distribuir la información.

Este es el real nuevo circuito de la información. Los medios permitieron esto, permitieron que los algoritmos tomen el mando y que los gigantes de información llenen sus bolsillos a costa de entregar su propiedad intelectual. Esto sin siquiera considerar que podría llegar a su final en cualquier momento o qué hace años debería haberse modificado su antiguo modelo de negocios.

(*) Trabajo final de la Cátedra de Opinión Pública de UCU a cargo del profesor Adrián Pino
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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