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Hacía media hora había finalizado el almuerzo. Sentada al extremo de la mesa la abuela comenzaba a dormitarse, la mirada del abuelo también era soñolienta, como si algo le impidiera levantarse en busca de la siesta. Flotaba en el aire algo del perfume de la compota de guayabas. La luz era tenuemente rosada, un mediodía amortiguado por los toldos que cubrían el patio. Había cesado el canto de los canarios y el gato, que no figuraba en esa escena, también dormía.

A todos nos ocurre en mayor o menor grado, y más a medida que los años nos van dejando a un lado. Esa somnolencia después de una comida, muy conocida, fue poco estudiada. Para muchos solo el premio de un estómago satisfecho, o el efecto del vino, que en general faltaba en esos almuerzos.

Otros aducían que el sobrecargado estómago, robaba toda la sangre destinada al cerebro, para una mejor digestión. Pero esto no es así, dado que el aporte extra de sangre necesario para hacer al estómago más eficaz, viene de los músculos. Es difícil robarle sangre al cerebro; para evitarlo, pone en juego todo un mecanismo de auto-regulación, que debería ser la envidia de toda compañía de agua corriente. Lamentablemente es mucho más fácil robarle ideas, si bien es cierto que éstas no abundan.

Tirar una piedra es un acto voluntario, como correr, atrapar y comer. Pero nuestro organismo trabaja en forma pareja con un sistema involuntario: respiramos, nuestro corazón late, los intestinos se mueven. Estos mecanismos pueden congregarse en dos grupos: los propicios a la acción, y otro a traer las cosas a un equilibrio, a un reposo. El primer accionar es del simpático: el pulso rápido, las respiraciones otro tanto, un fino temblor en las manos; el segundo corresponde al parasimpático: el pulso es más lento y vuelve a lo normal. Hay calma.

Volvamos ahora a la sueñera, ciertamente grata, en que habían caído los abuelos. Un cese de actividad, diríamos, que manda el parasimpático. Hemos descartado el desvío de sangre del cerebro al intestino para una mejor digestión. También un descenso del azúcar en la sangre, lo cual no se comprobó. Se piensa ahora en otro mecanismo: el estómago repleto es el que estimula al parasimpático así como algunas hormonas, y algunos fragmentos de proteínas. Su acción conjunta en una región pequeña pero vital del sistema nervioso central (el hipotálamo) libera substancias depresoras como la melatonina y bloquea la producción de otras hormonas estimulantes del apetito y de la actividad física. He aquí la saciedad y el sueño. Todo conjura para una buena siesta (y, sin duda, para no manejar después de almorzar). Es el parasimpático el responsable de los desmayos cuando vemos sangre o los de antaño en la fila de los comulgantes. Estos cambios han podido ser visualizados por la resonancia nuclear magnética cerebral.

Más de cincuenta años después que se comprobara que un extracto de la glándula pineal (de piña) aclaraba el color?de la? piel del sapo, se aisló la melatonina, su principal función no parece vinculada al color de la piel. Sí es?una inductora del sueño y de?una enorme variedad de funciones biológicas. Como hipnótico, es de utilidad para las alteraciones en el dormir provocadas por los viajes aéreos, se duda si son útiles para tratamientos largos o todo tipo de insomnio. Secretada por la pineal, ubicada entre los dos lóbulos cerebrales casi en su base, era para René Descartes el sitio del alma. Hoy se sabe que la luz bloquea la liberación de la hormona, que es estimulada y liberada por la obscuridad. Se la llama nuestro reloj biológico y es además un potente antioxidante. Corramos las cortinas para dormir una buena siesta.

Esos efectos, esa sueñera, que ocurre al final de la comida (la siesta del puerco, la llaman los mejicanos) es similar en su mecanismo a la fatiga y somnolencia que ocurre después que culmina el abrazo amoroso: "la petit mort" de los franceses. Parece probable que ocurran mecanismos similares en ambas. ¡Pero qué diferencia semántica!
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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