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Nos pasamos toda la década pasada y buena parte de esta diciendo que Argentina era país de tránsito -¿se acuerdan de los dichos de Aníbal Fernández?- y mientras tanto la droga se metía, palmo a palmo, cuadra a cuadra, en todos los barrios de todos los pueblos y ciudades de la Argentina, sin hacer distinción alguna. Tal vez hubo disimulada complicidad de la política, muy probablemente falta de reflejos, aunque es posible que la poca convencional forma en que se desplegó el negocio del narcotráfico en Argentina también haya colaborado para que el fenómeno de la droga estallara en nuestras narices, ante la indiferencia e impotencia de quienes se suponía velaban por los destinos de la república.

En Argentina la demanda explotó tanto o más que en cualquier otro lado, con políticas de prevención muy limitadas o casi nulas, mientras la oferta se materializaba de manera diferente a lo que lo convencional nos tiene acostumbrado. Sin grandes carteles de la droga ni imponentes grupos armados, inmensamente ricos, con cuadros casi militares y con cadenas de distribución más propia de multinacionales, el fenómeno en Argentina tomó la tal vez más inofensiva forma de narcomenudeo, con muchas bandas, casi todas chicas y sin espaldas para terminar de hacer buen pie en su barrio de influencia, y siempre sujetas a caer en desgracia de la mano de la aparición de algún competidor más vivo o más violento.

Este concepto algo sui generis de narcotráfico se desparramó como reguero de pólvora y, con epicentro en el conurbano bonaerense, supo multiplicarse en otros centros urbanos de relevancia, aunque también en otros mucho menores. Entre Ríos no fue ajena a esta debacle y el narcomenudeo ha sido y sigue siendo todo un éxito, particularmente en las ciudades de Paraná, Concordia y Concepción del Uruguay. Pero en honor a la verdad, en mayor o menor medida, casi todos los centros urbanos de la provincia han sido infectados por este mismo virus.

El fenómeno de la pobreza, muchas veces extrema, se expande sin prisa y sin pausa entrelazado con el del narcomenudeo por todas nuestras ciudades más importantes. Pobreza y droga vienen de la mano y le dan la bienvenida a la mayoría de nuestros adolescentes, los que se han dado por aceptar mansa y resignadamente un destino fatídico del que difícilmente tengan salida. Mientras tanto, un dantesco panorama atropella a una clase política que solo atina a hacer la vista gorda y mira para el otro lado. Los recientes sucesos de Paraná, donde el intendente Varisco no parece encontrar la fórmula -si es que existe- para limpiar su nombre, nos indican además que muchas de las estructuras municipales están contagiadas cuando no cooptadas por el poder narco. Y si esa sensación parece abrigar cierto grado de certeza, imagínense entonces las presunciones que se pueden hacer respecto de las fuerzas de seguridad operantes en la provincia, particularmente la policía provincial.

Lejos de ser un experto en la materia, quiero adentrarme entonces en algunas de las reflexiones planteadas por la socióloga e investigadora especializada en seguridad y narcotráfico Laura Etcharren, quien considera "clave presentarle batalla al narcomenudeo" y piensa que es muy poco lo que se está haciendo para combatir este delito en nuestra provincia, situación que está diezmando y destruyendo cualquier futuro posible al poner en jaque nuestro activo más valioso, nuestros jóvenes.

Etcharren sostiene que por aquí nos limitamos a "desfederalizarnos" a partir de la nueva ley de desfederalización de las drogas y nada más. "No le encuentran instrumentación a la ley. En el Ministerio de Seguridad de la provincia no hay trabajo de campo sobre la situación, y la abulia de todos estos años terminó siendo connivente a las explosiones de Paraná o Colonia Elia". Imaginándonos que la situación de Varisco en Paraná es por todos conocida, cabe agregar que la de Colonia Elia hace referencia a las compras de propiedades que en esa zona habrían realizado importantes narcos colombianos donde habrían logrado además alcanzar cierto grado de influencia entre los locales. El poder político, claro, mientras mira para otro lado.

Para la experta en narcotráfico, esta lucha requiere "decisión política y acción". "Solo una ley, sin instrumentación, es simulacro. Y el simulacro es funcional al delito". Siempre haciendo referencia a Entre Ríos, Etcharren considera que nuestra provincia debería revisar el funcionamiento de la justicia provincial y crear un organismo que coordine acciones, que promueva trabajos interfuerzas con los federales, que fortalezca la policía caminera y que cree anillos de protección en zonas fluviales, para que, cuando termina la jurisdicción federal, la droga que no se contiene en frontera no logre penetrar al interior.

Como bien señala hay otras provincias que están mucho mejor organizadas que la nuestra en este esfuerzo, incluidas Córdoba, Santa Fe, Salta y hasta Formosa. Y el hecho de estar en la frontera, una muy porosa, no nos ayuda para nada. Termina diciendo: "los abordajes al problema deben ser cualitativos y no cuantitativos", circunstancia que marca también la incapacidad de nuestra dirigencia provincial para encarar esta temática, tan compleja y que nos encuentra tan poco preparados.

La cierto es que como provincia lo único que hemos hecho hasta ahora es descansar en el poder federal como única herramienta para combatir este flagelo. La participación activa del gobierno provincial y de los municipios, sobre todos los más importantes, es una asignatura pendiente. Sobre todo porque el narcomenudeo, que parece ser el nudo central de esta problemática, se combate cuerpo a cuerpo, puesto de venta por puesto de venta, soldado por soldado, bandita por bandita, banda por banda. Hasta que no entendamos que esto no se soluciona con remedios a gran escala diseñados en escritorios en Buenos Aires sino con otros de escala pequeña y respaldados por una activa participación vecinos y líderes comunales, la lucha seguirá perdida. Y cada día que pasa la seguiremos perdiendo más todavía.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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