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Verdad es que dada la cantidad de asesinatos, robos, inundaciones y falsas promesas, todo sugeriría llevar luto y clausurar las puertas. Hasta que amaine, si alguna vez se da. Para colmo, resucitó el anarquismo, algo berreta por cierto.

Pero aunque no queramos, sobre todo aquello de lo que deseamos huir, llega. Y "una Navidad sin regalos no parecerá Navidad", se quejaba una famosa adolescente norteamericana, que no escuchaba los sabios consejos de la hermana menor que destacaba la buena salud y el estar juntos como verdaderos regalos. Esa hermana menor es la que moría, no acabado el libro.

Precoces pan dulces fastidian, al igual que las cajas de obligatorios regalos que llenan los supermercados. Un poco de discreción no vendría mal: insinuar primero unos pocos amasados en la Argentina, y ver qué pasa. Pero sabemos que no somos discretos.

Somos torpes. Porque el bono de fin de año, que el gobierno aprobó para algunos, me parece de una torpeza mayúscula. Ni el más torpe de los padres regalaría para Navidad a unos hijos sí, a otros no, porque no alcanza la plata.

O alcanza para todos o para ninguno. Si somos pobres escribámoslo con MAYÚSCULA, y después seamos coherentes. ¡Un decreto para unos pocos miles de pesos que valen poco y divididos en cuotas, pagando ganancias! Y premiemos a los trabajadores del Estado: gran generador del déficit. Lloremos hermano, esto me recuerda un concurso televisivo en el que el premio era una lata de duraznos en almíbar. No ocurrió aquí, pero va a ocurrir.

Así hemos llegado al arrabal de una costumbre que no nació en Belén precisamente, sino en la pagana Roma: la fiesta de las Saturnales. Fiesta que surgió en Roma dos siglos AC, después de una derrota romana (quizá haya aquí cierta sabiduría, una fiesta después de una derrota. ¿Será por ese ejemplo que aquí vivimos de fiesta en fiesta?).

La fiesta coincidía con las noches más largas, por eso se regalaban velas a los mayores. Luz para atraer a la luz, vestigios de viejas costumbres agrícolas, como fueron en nuestro medio las fogatas de San Juan. Para los niños figuras en terracota. Al principio la fiesta duraba un día, pero luego con sucesivos demagogos se fue prolongando hasta abarcar los días del 19 al 23 de diciembre. El cristianismo se acopló a estas festividades, quizá con el fin de lograr una mayor popularidad, como nuestra sociedad de consumo se infiltró en las piadosas Navidades de otras épocas, para lograr una especie de supermercado total.

Ciertamente que en las Saturnales (en homenaje al Dios Saturno, vinculado a la agricultura y otras cosas) la tradición de regalar velas a los adultos fue cambiando. Marcial, el epigramista nacido en Hispania (y al que se puede leer solo después que tenemos bigote, como decía papá, y así las mujeres muy pocas veces) contaba los regalos que le hiciera su amigo Umbro en una de esas ocasiones.

Seis trípticos: panel central y dos laterales. Siete mondadientes (quizá eran de metal). Una esponja. Una servilleta. Una copa. Una porción de habas. Un cestito con aceitunas. Variedad de higos.

En mi niñez los regalos eran para la noche de Reyes, tan emocionante y tan preñada de ilusión y desengaño.

Todavía es muy pronto para desearles feliz Navidad. No nos adelantemos, que si hay algo inseguro es la felicidad.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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