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Rodolfo Tailhade, diputado K y ex SIDE
Rodolfo Tailhade, diputado K y ex SIDE
Rodolfo Tailhade, diputado K y ex SIDE
Desde los noventa, en épocas de Carlos Menem, Argentina comenzó a recorrer un camino donde la corrupción se volvió moneda corriente. Pasada la crisis de principios de este siglo, y con el advenimiento del kirchenrismo, nuestro país alcanzó picos de corrupción más propios de algunos de los países más desquiciados de África, rotos, fallidos, sin destino ni esperanza. Mal que le pese al progresismo autóctono, que tan cómodo se sintió con Néstor y Cristina Kirchner y una agenda cara a sus intereses, durante la década pasada -en circunstancias que se han terminado de corroborar por estos días-, asistimos a uno de los más grandes desfalcos soberanos de la historia.

Por Rubén Denis

Lo negó la izquierda cómplice, fruto de su estupidez o de su ignorancia, lo negó el peronismo, fruto de su cinismo, lo negaron también los miembros de la cleptocracia que durante más de diez años tuvo a su cargo los destinos del país. Aquí no hubo ni estupidez, ni ignorancia, ni cinismo, solo pragmatismo. La oportunidad hace al ladrón dicen, y ante tanta indolencia pública, ante tanto zafarrancho y dilapidación -por no decir afano- de fondos público, se volvió una obviedad que una dirigencia inescrupulosa y desprovista de los más mínimos valores de decencia y republicanismo optara por tratar de hacer una diferencia en el sector público que nunca podrían haber hecho en el sector privado.

José López arrojando los bolsos por arriba de la pared de un convento en las horas de la madrugada es tal vez el monumento más representativo de lo que fue la corrupción kirchnerista. Hoy sabemos que episodios como ese se repitieron hasta el hartazgo, y sabemos también que la práctica de este desfalco a escala nacional de guante blanco, aunque a veces no tan blanco, no era otra cosa que la sofisticación de un sistema que ya había resultado un éxito en la administración kirchnerista de Santa Cruz. En este último caso, el éxito marketinero había sido tan grande, que en vez de cuestionarnos la idoneidad y la probidad de los Kirchner, todos sin excepciones nos ocupábamos de admirar la destreza en el manejo de los fondos de Santa Cruz. El tiempo nos haría conocer la verdad, que esos fondos habían dejado de existir, aunque nunca se supo cual fue la verdadera razón de su repentina desaparición. Una proeza más propia de Houdini.

Después, mucho después, llegaría Cambiemos con sus promesa de cero corrupción y manos limpias. Tal vez con la idea de hacer el contraste tan marcado como fuera posible, la promesa, fuerte, fue que dejaríamos de ser Zimbabue para pasar a ser Suiza. De corrupción a la enésima a corrupción cero. De repente, como por arte de magia, la vara ahora estaba altísima, tan alta que se volvía casi imposible de sortear. Un exitoso argumento electoral que se volvería de repente un pasivo potencialmente peligroso.

Llevadas las cosas al otro extremo, no ha sido fácil para la administración macrista tener que surcar aguas tan bravías. Muy rápido comenzaron entonces los reclamos ante posibles violaciones de esa promesa, y como era de esperar las nuevas denuncias de corrupción se volvieron una valiosa herramienta de ataque y destrucción política. A la cabeza de la arremetida ha estado y está todavía el diputado kirchnerista Rodolfo Tailhade, conocido por su paso por la SIDE durante los días del apogeo kirchenrista, donde hizo un curso rápido de cómo embarrarle a la cancha, por ser elegante en el término, a los rivales de turno. Conocida la letra torcida de sus pergaminos en la gran familia de los políticos profesionales, aprovechó el hecho de ser un gran desconocido para el gran público para volverse un denunciador serial junto con un par de advenedizos, conocidos también por su cercanía con el poder durante los días de Cristina al mando de la nave.

Ante la pregunta de si hay corrupción en este gobierno, la respuesta más realista debería ser que sí. Probablemente, lo que haya sobre todo son conflictos de interés, algunos más severos, otros menos, al fin y al cabo son muchos los funcionarios que vienen del sector privado y que han sido convocados para gestionar y administrar en áreas de su conocimiento, lo que los obliga de repente a tener que decidir sobre cuestiones relacionadas con sus actuaciones anteriores del otro lado del mostrador. Lo que seguro subsiste, aunque también es posible aventurar que en muchísimo menor grado que durante los años del kirchnerismo, es la corrupción estructural y endémica y que lleva ya un par de décadas enquistada en la administración nacional, así como en la provinciales y municipales. Hoy robar, o sea llevarse lo que no es propio sino de todos, se ha vuelto más difícil, resultado esto de un intento de giro cultural, pero sobre todo de mejores procesos y mejores controles, los que vuelven la oportunidad y la impunidad bienes más escasos.

Lamentablemente, seguimos sin ser Suiza, ni siquiera Chile o Uruguay. En cualquier caso, es hacia allí donde deberíamos apuntar definitivamente, pero conste también que esa sobreactuación que en su momento propusiera el macrismo no solo ha puesto a Cambiemos en una situación política complicada, considerando sus varios deslices, sino que también ha desvirtuado el debate sobre la verdadera necesidad de contar con un administración pública limpia y llana y donde la corrupción no tiene espacio ni sentido. De cualquier manera, es motivo de celebración que los primeros pasos hayan sido dados y solo resta esperar que la traumática experiencia vivida en ese sentido en estos últimos veinte, treinta años no caiga pronto en el olvido. Sobre todo si volvemos a tener aquellos días soleados, amables, tan propicios para hacer que nos volvamos a olvidar de esta plaga negra que es la corrupción, sus consecuencias, y su significado.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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