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Mientras escribo estas líneas, no dejo de pensar lo que estarán sintiendo los padres del niño fallecido en Paraná, a manos de un delincuente, que utilizó un auto como un arma, arrebatando en un instante la alegría de una familia, sueños, expectativas.

La inconciencia, y el sentimiento de impunidad, abrazan el volante, previendo que la velocidad todo lo puede, incluso violar normas básicas de convivencia, como es el respeto por la vida del otro.

Nada pasa, enmascarado en un homicidio culposo, la tarea titánica de probar un dolo eventual, y una condena ejemplar, donde en sí, nada es lo que parece, y la puerta giratoria de tribunales una vez más ve pasar a un delincuente, quien seguirá su vida como si nada hubiese pasado.

Como sociedad debemos entender que el daño provocado por un delincuente, es irreparable, porque aunque sufra una pena efectiva, el daño ocasionado a una familia, y a la victima es inmodificable, en definitiva siempre el delincuente recibe menos de lo que da.

Esto no es un llamado al ojo por ojo, pero sí a la necesidad de modificar determinadas concepciones sobre los siniestros viales, en especial para aquellos casos, donde el victimario ha tenido una conducta evidentemente despectiva hacia la vida e integridad física de terceros.

De nada servirán controles de tránsito, multas y más controles, mientras los asesinos al volante estén libres, e incluso dándose el lujo de continuar manejando, burlando la dignidad de la sociedad.

Las palabras son la nada misma, para quienes han perdido un ser amado, tan solo son esos simples palabras, y una justicia que nunca llega, no solo por impericia de muchos jueces, sino por una legislación que no se modifica esencialmente, donde se deba proteger como bien jurídico a la vida.

Nos conmueve, nos pone frente a la realidad que golpea sin cesar esperando nuestra reacción, una vida que se esfuma, un niño, a quien se le trunco su posibilidad de ser hombre, de ser padre, esposo, o lo que le hubiese gustado ser, en definitiva realizar su proyecto de vida.

Las noticias caen en cascada, una tras otra y seguramente mañana será primicia otro hecho, y nos olvidaremos del niño, surgirán otros, y otros, cuyos nombres se nos van olvidando, en nuestra memoria selectiva y cargada de preocupaciones terrenales.

No enmudece, y al mismo tiempo nos invade la impotencia, y el miedo latente al mirar a nuestros hijos, e imaginar con terror nuestra reacción ante un asesino, pensando en la misericordia, al mismo tiempo en confiar en un imparcial que juzgue, pero ese juzgamiento no llega, cuando lo hace es tarde o con sabor a nada.

Legisladores, gobernantes, vos y yo, somos responsables de llevar a cabo un cambio, y que esto no sea un hecho más, y la puerta giratoria vuelva a girar. Dios proteja al hermano herido, y le dé fuerzas a sus padres.

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