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Me ha molestado, hasta casi darme bronca, el enterarme que luego que los mendocinos lo homenajearan a Abel Albino, médico pediatra, fundador de Conin (Cooperadora para la Nutrición Infantil), ferviente luchador en favor de la atención que no le prestamos a los recién nacidos ni a su alimentación, ni tampoco a todos los chicos que continúan creciendo -mal creciendo- por no contar con comida en la calidad y cantidad que necesitan hasta que sea esperable volverse adolescentes, ahora lo han despojado de esa problemática distinción.

El motivo es que cansado de escuchar burradas en el debate de la pasada semana en el Senado -entre ellas hubo ideas serias y fundadas, hay que reconocerlo, por más que esas no fueran precisamente las más numerosas- tanto de boca de los voceros verdes como de los azules, en un momento dado Albino se olvidó de hasta qué grado hay que cuidarse de lo que se dice por “las moscas”, y también se fue en un momento dado “a la banquina”.

Y el que hasta ese día era un ser vivo ilustre, para una minúscula cantidad de mendocinos hubo motivos, no para sacarle el ilustre precisamente, sino para despojarlo de “el” lustre, del que los mismos que ahora lo “deslustran” le habían dado una “mano completa”, con virtuales pases repetidos de franela incluidos.

Algo que viene a confirmar lo que ya se sabía desde hace tiempo. Que es una de las formas de entretenerse que tienen legisladores y ediles, para matar el tiempo, el adicionar a la ciudadanía, con la que todos contamos por el solo hecho de vivir en este suelo, un añadido que da lustre.

En muchos casos merecido -algo que debe ser reconocido y destacado, a la vez que a ellos vayan mis sinceras disculpas si se sienten injustamente tocados por esta sarta de palabras-, pero en otros, que son al menos una cantidad pareja, no es sino una manera de quedar bien, y de paso homenajearse a sí mismos, al mismo tiempo que lo hacen con quien homenajean.

Una clase de honores que lo común es dejado para muertos ilustres, los que inclusive para lograrlo tienen que esperar, ellos que nada esperan, un determinado tiempo luego de su despedida final, como sucede con los procesos de canonización, aunque en este caso más aliviado.

Ello por si en el ínterin aparece algún reparo que se había pasado por alto, por estar demasiado fresca la muerte del aspirante al procerato. Y que solo es explicable por ese apuro obsesivo que nos lleva a dar todo por concluido, sin siquiera dejarlo decantar.

Con olvido inclusive de aquello sabido desde siempre, como es que para que nazca un chico hay que esperar, de ir todo bien, nueve meses.

Algo similar a lo que pasa con calles y avenidas, a las que se les dan nombres de muertos ilustres, a los que también se los saca y se los pone, como si estuvieran jugando a las damas en lugar de hacerlo con muertos.

Algo que deberían tener presente todos aquellos que hoy reclaman que no queden restos del “barrilete cósmico” y de su piloto, pretendiendo borrarlo de todos los lugares donde están colocadas las placas o de los sitios señalados con su nombre. Algo que no debemos hacer. Porque esos nombres son signo de una época, más allá del lustre que merezcan. Independientemente de la forma en que al acompañarnos, cada uno podamos valorarlos.

Sin dejar de advertir que esa repartija incesante de nombres de esa forma utilizados al boleo, tiene los efectos de la inflación, y como ella es dañina en este casi distorsionado propósito aparente.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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