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La movilización del miércoles transpiró un aire de defensa ante el avance judicial sobre la riqueza de varios popes sindicales.

La movilización convocada por Hugo Moyano el pasado miércoles fue breve y transcurrió sin incidentes, lo cual no es poco mérito para una función en la que convivieron sindicalistas de la CGT y de la CTA, partidos de izquierda, organizaciones sociales (antes se les llamaba piqueteros) y algunos dirigentes kirchneristas. Que la seguridad estuviera más a cargo de Camioneros que de las fuerzas de seguridad del estado puede haber ayudado a que no hubiera desmanes.

Pero, a la vez, la movilización no tuvo demasiado sentido: no hubo un mensaje claro, ni más apoyo que el de grupos que, mal que les pese, han devenido minoritarios. Para el Gobierno, juntar a Moyano, Aníbal Fernández, Hebe de Bonafini, el Cuervo Larroque y Máximo Kirchner en un mismo lugar es una panacea: lo distingue con claridad de la alternativa.

Quedó muy en evidencia que la mayor razón para la marcha fue el avance judicial sobre el sindicalismo, y en especial sobre Moyano. Las denuncias en su contra se acumulan, y las sospechas se amontonan. La última fue Graciela Ocaña, que lo denunció por vaciar la obra social de su sindicato para beneficiar a empresas que están a nombre de su esposa.

La naturaleza del poder del sindicalismo ha mutado, a la par que ha cambiado la naturaleza del trabajo mismo. El poder sindical no parece provenir de la representación, pues ¿cuánto representan los sindicalistas al trabajador medio? ¿Qué piensan los empleados bancarios cuándo una resolución del Gobierno dice que ya no estarán obligados a aportar $1800 mensuales al gremio, estén o no afiliados al sindicato?

En cualquier encuesta de opinión, la popularidad de los jefes sindicales es ínfima. Muchos de los empleos industriales en que los sindicatos se hicieron fuertes han sido reemplazados por máquinas y en el futuro hasta los trabajos relacionados con la conducción de vehículos parecerían estar en duda. Ellos no parecen haberse adaptado al mundo que viene, y sus representados sienten que no tienen interés en que ellos lo hagan.

El poder sindical tampoco parece ya provenir de su capacidad de movilizar masas, aunque algo quede de su capacidad de provocar caos. Ahora, las movilizaciones impactan menos que cuando sólo se las podía seguir por televisión. Hoy, las miles de imágenes online de la marcha y los millones de opiniones en vivo las acaban por banalizar. La capacidad de infundir temor, más que el poder, sobrevive en sus grupos de choque: las vinculaciones de sindicalistas con barrabravas, y su manejo de la seguridad en la marcha, con forzudos enfundados en remeras de Camioneros, no pueden pasar desapercibidos para el estado. Parecen códigos mafiosos.

¿Será, entonces, que el poder sindical proviene del dinero que les permite hacer estas demostraciones de poder?

¿Cuánto dinero tienen los sindicalistas? Esta pregunta flota en el aire desde la detención de Marcelo Balcedo en Uruguay. Si hasta el desconocido titular del Sindicato de Obreros y Empleados de Minoridad y Educación, un gremio menor, acumuló semejantes activos, ¿cuánto habrán acumulado los jefes de los grandes sindicatos tras estar décadas en sus cargos?

Imposible saberlo, aunque conviene recordar la célebre frase de Luis Barrionuevo en 1990: "tenemos que tratar de no robar por lo menos dos años". Que 28 años no es nada. El poder y la impunidad acumulados durante tantos años parecen haber sido asimilados como un hecho consumado por los Balcedo de este mundo. Si no, no se entiende tanto exhibicionismo. O tanta desfachatez del mismo Barrionuevo al recordar que a “los sindicatos los atacaron los militares, Alfonsín, y De la Rúa, y no terminaron sus mandatos". Nadie está obligado a declarar en su contra.

Marchas como las del miércoles acaban por perjudicar a quienes las convocan. Las encuestas gritan que Moyano no es creíble, y la mayoría supone que fue un acto defensivo. Se está empezando a hacer una pasión nacional esto de ver a los jefes sindicales con autos de lujo, con millones de dólares en efectivo, siendo dueños de los proveedores de las obras sociales, y teniendo hijos que salen con modelos.

Moyano no ha sido citado todavía por ningún juez, lo cual no impide que se cree en el imaginario popular una sentencia que a muchos jefes sindicales les aplica: no les cierran las cuentas.
Fuente: El Entre Ríos (Edición Impresa)

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