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Aunque soy poco y nada aficionado a “practicar” deportes y ni siquiera a tomarlos por un espectáculo digno de verse, no tuve más remedio que sumarme a todas las abuelas y gurises que frente al televisor quedaban más que encantados, verdaderamente embobados, con la ceremonia inaugural en nuestra capital de los Juegos Olímpicos de la Juventud.

“Nos miran en todo el mundo; esta es la Argentina que queremos”, escuché dar cátedra a un locutor ante tamaña exhibición. La verdad es que a los dueños del micrófono no debería prestárseles atención, por las bobadas que dicen para que no se los coma el silencio, al que tienen a toda costa no dejar que se haga presente.

Por más que esta vez esas palabras, unidas al silencio de cementerio de la tribuna familiar, hicieron que, a falta de algo más provechoso que hacer, me las pusiera a desmenuzar. Siendo fiel al dicho aquél que hay que estar siempre espabilado, porque hasta en la basura se encuentran despreciadas cosas de valor.

Es así como haciendo de abogado del diablo, empecé por cuestionar eso de que “nos mira todo el mundo”, cuando tanto mejor sería que nos escondiéramos llenos de vergüenza porque, según he escuchado, entre otras cosas feas se nos ve como hacedores de estropicios seriales. Y luego de llegar a esa malévola conclusión, haciendo más grande el pellizcón, no pude menos que preguntarme si en ese “todo el mundo” están metidos los gurises de El Impenetrable y tantos otros de tantas partes que sufren de idéntica condición. Y me dije: “un poco exagerado el hombre, por eso de hablar por hablar y su afán de quedar bien con Dios y con el diablo”.

Seguí con su desmenuzamiento de palabras. Como uno decía cuando chico, sin ponerme a pensar lo que era, “haciéndolas pelota”. Fue cuando me topé, una vez más, con la última frase de mi amigo locutor: “Esta es la Argentina que queremos”…

Lo que me hizo pensar en que, cuando era ocho años más joven, mirando por la misma “caja cacharrienta”, por primera vez a Fuerza Bruta, entremezclada con las imágenes de Néstor y Cristina en ocasión de los festejos del bicentenario del primer gobierno patrio, que incubaba los huevos de serpiente, responsables de todos nuestros males futuros, incluyendo los ahora actuales. En esas imágenes en las que se los veía también a ellos más jóvenes y con la fe de que lo que habían empezado no era una década sino un milenio. Y me puse triste, mientras seguía mirando sin mirar realmente, la caja chica con las pantallas en las que se veía viborear todo tipo de luces que vestían a un obelisco fantasmagórico.

Y fue cuando me dije: si este es el país que queremos, estamos fritos… Porque tenemos que dejar de vernos representados por juegos de artificio.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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