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Se me ocurrió una idea genial, aunque no dejo de reconocer que en realidad todas mis ideas son geniales. Fue al enterarme de que a un expresidente peruano, de nombre Ollanta y apellidado Humala, militar él, golpista fracasado y luego presidente elegido por el voto -ojo, me dije, hay que desconfiar de los golpistas que fallan en su intento, porque a la gente le da tanta lástima el derrotado, inclusive más que la que siente por el pueblo mismo, que los terminan votando- que, como suele suceder, fue encumbrado por el voto popular vendiéndole a los peruanos que era el abanderado de los que menos tenían y que iba a acabar con los corruptos.

Y pasó con él lo que tenía que pasar, lo mismo que sucede con aquellos que se encaraman al poder con el verso de la miel y las hojuelas: en un momento dado se destapó todo y se descubrió también que esa “cosa” maligna con apariencia de mancha venenosa que es Odebrecht -cuya sola mención hace poner los pelos de punta y empezar a sudar frío a funcionarios y empresarios, vaya a saber por qué será- le había financiado su campaña electoral como una prueba de eso que ahora está tan de moda mencionar nombrándola responsabilidad social empresaria, con la que, por lo que se ve, a veces se termina derrapando.

Solo fondos para financiar una campaña exitosa, me seguí diciendo, y sin contraprestación alguna por supuesto. Aunque en seguida inocente pero no sonso, como soy, no pude menos que preguntarme si no había alguna contraprestación a futuro por parte del candidato, y si de lo único que se trató fue limitado al pago de gastos de campaña, no habría en el “dinero ducto” varias pérdidas por donde, a chorros de diferente dimensión, goteara el dinero en el camino.

Pero lo de Perú se asemeja a una epidemia. Porque con Humala son cuatro los expresidentes que se encuentran en capilla, uno de ellos ahora en su casa aunque preso, luego de que los nervios casi se lo llevaron al otro lado. Y el quinto hago como que no lo menciono, por respeto a la muerte que es la más mala de las muertes.

Pero Humala nunca estuvo sólo. Siempre acompañado por su fiel Nadine, la que por ser colaboradora al mango ha caído también en la volteada. Lo dice mi tío, nada feminista él, cuando parlotea que no se sabe qué hacer con las mujeres… Si son demasiado fieles terminan mal como Nadine, y si se vuelven enloquecidas por el despecho, también puede llegar a podrirse todo. Aunque, y eso es a mí que se me ocurre, en realidad de lo que más hay que desconfiar es de esas esposas que se hacen las mosquitas muertas, y que confiesan llegado el caso entre llantos e hipos no saber nada de nada, “que como pudieron imaginar tal cosa, si no tuve oportunidad de ver nada de nada” y que solo, tal como lo decía la vieja ley civil entre nosotros, la que ahora ha tenido la sabiduría o la temeridad de adecuarse a los tiempos nuevos, se han limitado siempre a seguir al marido a donde vaya sin dejar de compartir, como Dios manda, lecho y mesa en ese existencial itinerario.

Conmovido como quedé con Nadine, sobre todo porque al no haber quedado viuda no tiene a ningún queridísimo a quien llorar; es que se me ocurrió esa idea brillantísima, de la que hablaba al inicio de esta perorata, y a la que si no me referí antes fue un poco por mi hábito de desparramarme y otro porque era necesario dejarla fundamentada sólidamente, de manera que se entienda.

Y mi fantástica ocurrencia es que Odeb… no sé cuánto -si no lo menciono completo es por la indignación que me provoca ver cómo se las ha arreglado para que tantos hombres honrados e inocentes sucumban a la tentación de hacerse con fondos que seguramente creían bien habidos, dado que los veían solo como compensación por todo lo que hacían por la Patria, según dicen; por sobre todas las cosas-. Es que O…, repito porque si no la parrafada se me hacía demasiado larga, además de pagar multas e indemnizaciones, con esos manejos que al final se descubrió que eran turbios, construyeran una prisión, camuflada como un hotel 10 estrellas, por su cuenta y a su cargo, de manera de dar cabida a todos, junto a sus esposas, a quienes a los que en tiempos que sonaban a maravillosos, tocó con su corrupta y corruptora varita que parecía mágica. Incluyendo en ese obligado hospedaje, a todos los que desde esa empresa manejaron o ayudaron a manejar su varita mágica.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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