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Manzur vino del NOA a gastar sin recursos
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Manzur vino del NOA a gastar sin recursos
En la página web de la firma de análisis estratégico Taquión está disponible un muy interesante análisis de opinión post-PASO. El análisis da cuenta de los varios problemas que afectan a la política y deberían servir para que quienes compitan el 14 de noviembre adecuen sus discursos.

Según el análisis, los jóvenes son casi impermeables a la comunicación política, no les interesa y no se sienten atraídos por las formas de comunicación de los políticos. La mitad del 34% que no fue a votar se ausentó porque nadie lo representa. Además, 85% de los argentinos encuestados sintió vergüenza ajena frente a algunos spots de campaña y la mayoría indicó que no le interesa ver un spot divertido, sino que quieren ver propuestas y proyectos.

Es posible que los analistas políticos de las principales fuerzas hayan llegado a conclusiones diferentes de las que obtuvo el estudio de Taquión. Si no, cuesta entender las reacciones. Responder a los resultados de las PASO con una pelea interna y con políticas clientelares propias del siglo XX no parece la mejor respuesta a la crítica recibida en las urnas.

Al parecer, hay más gente de lo que se cree que descubrió que eso de gastar sin recursos es lo que en el fondo provoca la inflación que la condena a una pobreza de la que no encuentra cómo salir. Pero el Gobierno no parece haberse dado por enterado. Tanto, que eligió al líder de una provincia del NOA para resolver los problemas que tuvo en las urnas del Conurbano. Y lo eligió para satisfacer el reclamo epistolar de la Vicepresidente, que urgió que se cumpla con el déficit presupuestado.

A nadie parece preocuparle que cumplir con el gasto presupuestado demandaría, para evitar males mayores, que también se cumpla con la otra parte de la ecuación, la de los recursos que financiarían el mayor gasto. Ni tampoco con que no es sólo más inflación lo que se está gestando con esta política manirrota, sino que también ha sido puesto en erupción el volcán cambiario.

El Gobierno parece creer que, como el Banco Central tiene la potestad de emitir dinero, lo puede hacer sin consecuencias. Y transferir los pesos al Tesoro, para que éste gaste, también sin consecuencias. Pero no en vano a este modo de financiamiento se lo conoce como impuesto inflacionario. Varios analistas suponen que, de cumplirse los deseos fiscales de Cristina, el piso de inflación para 2022 estará próximo a 60%. O quizás más.

Cuánto más dependerá del movimiento del tipo de cambio, la otra variable que empieza a salirse de cauce. Aunque en la superficie las cotizaciones no parecen desbocadas, evitar que se dispare el dólar MEP o el blue le está costando casi USD 300 millones por mes al Banco Central. El problema tiene el mismo origen: el gasto preelectoral financiado con emisión. Sobran pesos que nadie quiere agarrar.

Controles de precios, restricciones cambiarias e intervenciones en el mercado de cambios paralelo son las únicas armas de estabilización de una combinación cada vez más compleja de desequilibrios fiscales, monetarios y cambiarios. Esas medidas heterodoxas (una descripción benevolente para medidas irracionales) seguramente fracasarán en estabilizar la economía. Como siempre fracasaron.

¿Es éste un asunto menor, que durará apenas dos meses? El problema es que en estos dos meses se irán perdiendo las pocas balas con que se cuenta para estirar la agonía. En diciembre, el gobierno se encontrará sin soluciones fáciles a mano: con más heterodoxia, generará más descontento popular, ese que lo llevó a la debacle en las PASO. Con la ortodoxia de un plan coordinado con el FMI, probablemente también generará descontento popular, aunque ganaría tiempo, al generar nuevas expectativas. La alternativa de seguir con más de lo mismo luce suicida.

Lo curioso del caso es que los resultados de las PASO y los estudios de opinión posteriores demuestran que la gente ya no quiere parches. No le alcanzan los planes, las heladeras, los colchones y los adelantos que duran lo que un suspiro. Tampoco la entusiasman los discursos flamígeros. Ni se siente más digna porque se cambien de nombre las características que definen la pobreza. Que a un cartonero se lo llame recolector urbano no mejora su condición. Que a una villa de emergencia se la llame barrio popular, tampoco.

Desencantada, la gente demanda un proyecto, un futuro posible. Deseos que las ofertas perimidas de la política son incapaces de satisfacer.
Fuente: El Entre Ríos

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