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No resulta nada original afirmar que si a la hora de ponernos a trabajar juntos en lograr un objetivo que sea para bien de todos, fuéramos tan vehementes y nos sintiéramos tan entusiásticamente identificados, como nos mostramos a la hora de buscar motivos -que no son muchas veces otra cosa que pretextos fútiles- para encender la mecha de debates y polémicas, con peligro de convertirse en peleas que llevan al encono y al distanciamiento permanente, el resultado claro es que seríamos ahora un país distinto.

Bien se dice, que para pelearse basta solo con dos -lo cual es solo relativamente cierto, porque todos sabemos de infinidad de casos de personas peleadas consigo mismas- con ganas de hacerlo, y en cuanto al motivo es lo de menos, porque siempre habrá una manera de encontrarlo fácilmente.

Esa posibilidad al parecer viene a quedar abierta en el Departamento Colón, como consecuencia de la reciente ley orgánica de las comunas, un instrumento valioso tanto por sus propósitos como su contenido, y respecto al cual llegará la oportunidad de que nos ocupemos en detalle.
En la ocasión, solo mencionaremos dos de sus artículos, los que, según versiones, pueden llegar a desatar varias trifulcas.

El primero de ellos resulta casi inocente, cuando habilita a “toda comunidad natural que congregue una población estable de 500 habitantes como mínimo y 1.500 habitantes como máximo y que, unida por lazos de vecindad y arraigo territorial, concurra a la defensa de sus intereses y la búsqueda del bien común”, a asumir la condición de comuna y pasar, por ende, a autoadministrarse dentro de ciertos límites.

El otro ya es más complicado, porque exige en primer lugar que el área de la comuna sea lo suficientemente extenso como para permitir el asentamiento derivado del crecimiento poblacional; mientras que el segundo es que en ese territorio puedan prestarse de modo efectivo los servicios públicos locales.

De cualquier manera, luego de la sanción de la norma, según hemos podido escuchar, ha resucitado en Hughes la idea siempre latente de hacer rancho aparte al municipio de Colón, y dejar de ser esa especie de “hermano siamés”, a la vez unido y desunido por un vínculo casi invisible.

Parecida situación, aunque de una manera más soterrada, dado que allí la Municipalidad de San José de muchas manera da cuenta de su presencia y atención, se da en El Brillante, caso en el cual una posible “secesión” -en esta época de los “independentismos” pretendidos a granel, y la aparición de un “cantonismo” municipal, a juzgar los aires de soberanía que prenden en algunos municipios- llevaría a que lo que ahora es “barrio” pasaría a ser “pueblo”. Mejor detenernos aquí, y tratar de no mirar a El Colorado, o a Santa Teresita, sin olvidar al “barrio de la proveeduría”, en los que, a nuestro parecer, no se ha desatado ninguna fiebre separatista.

Mientras tanto, y sin que ello signifique tomar partido, se nos ocurre que el único de esos intentos que muestra indicios de viabilidad es el de Hughes, considerando que, según los dichos malévolos de algunos vecinos del lugar, “los colonenses solo se acuerdan de nosotros en épocas de elecciones”.

Con lo que se viene a adecuar a nuestro complicado presente, el viejo dicho aquel de que “están saludadores los doctores, señal de que hay elecciones”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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