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En realidad no se trata ni de una admonición casi imperativa, ni de un reclamo ante una situación catastrófica, el que de esa manera queda formulado, en lo que respecta a Colón. Estamos en conocimiento de que en Buenos Aires -lo mismo puede de ocurrir en otras ciudades de nuestro país, algo que por nuestra parte desconocemos- existe una asociación civil que lleva ese nombre y cuyo objetivo queda claramente puesto de manifiesto con el mismo. Un objetivo que suena razonable en el caso de que, como allí ocurre, se dé la convergencia de dos circunstancias de peso. Por una parte, procurar que los barrios no pierdan sus características edilicias, que es un poco como perder eso que se conoce como su “espíritu”, y en lo que los especialistas encuentran un grave problema de “preservación cultural”, a lo que se agrega inexistencia de una oferta en materia de servicios públicos -empezando por el del agua corriente- para atender a los requerimientos que exige la circunstancia que en el lugar donde existía una única vivienda se asista a un verdadero “apilamiento” de ellas, traducido en departamentos.

Lo que de esa manera estamos sugiriendo, es que no se siga en Colón, aprobando planos y habilitando inicio de obras, para nuevas construcciones en casos en que ello signifique efectuar demoliciones de edificaciones existentes, a la espera de que la nueva administración presente un programa en materia urbanística y edilicia -hay que tener en cuenta que quienes ocuparán las funciones estratégicas al respeto, cuentan con casi seis meses para definirlo- que ponga las cosas en un orden en la actualidad inexistente en la materia. Ya que, como es sabido, y es simplemente un hecho, que por ser ya irremediable, resulta superfluo referirse críticamente al mismo, se puede decir que nunca Colón ha contado con un plan de desarrollo urbano, que vaya más allá de la planimetría de Sourigues y los valiosos y apreciados añadidos de Herminio Quirós. Lo mismo ha sucedido en materia edilicia, donde si bien es cierto que se cuenta con un Código de Edificación y una oficina municipal especializada en la materia, resulta claro que la explosión en ese rubro específico -la que es real e incontrastable- ha sido de cualquier manera caótica.

Es que de la oficina especializada indicada, y contando con el asesoramiento del consejo profesional del ramo, deberían surgir lineamientos a modo de colaboración y no de exigencia, en cada caso lo suficientemente persuasivos por su razonabilidad intrínseca, con el objeto de que se evite que nos encontremos en nuestro deambular por la ciudad con verdaderos estropicios, que con una inversión equivalente a la efectuada dieran mejores resultados. Debe reiterarse que ello no es, ni pretende, significar una restricción, limitación o interferencia a los derechos de nadie, sino tener en cuenta que en cada construcción de un particular, desde una perspectiva más amplia debe verse a ella no como “mi” casa, o “mi” local, o “mi” edificio, sino tener presente que en gran medida cada obra individual es el aporte a una “obra colectiva”, ya que no es otra cosa cada ciudad, observada desde ese punto de vista.

Ignoramos hasta donde es cierto, pero de cualquier manera hemos escuchado señalar que en una imprecisa zona de la extensa China, era una costumbre elevada a la categoría de norma, que cuando alguien se proponía levantar una casa, requería la opinión de quien ya vivía en la casa frente a la cual iba a construir la que sería la suya, lo que se explica que a quien le impacta en mayor medida el frente de una casa no es que en ella vive, sino el que lo hace en la construcción que la enfrenta desde el otro lado de la calle…

En lo que respecta al Código de Edificación, habría mucho y poco que decir al respecto, aunque todo queda dicho -apenas exagerando- cuando se sostiene que en realidad la ciudad no cuenta con ninguno, salvo que consideremos una suerte de “código viviente” al Concejo Deliberante, otorgando “excepciones tras excepciones”.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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