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No quisiera volverme impiadoso con un medio periodístico que apeló a un título desafortunado para atraer lectores. No soy tan necio como para desconocer que en más de una ocasión debo haber caído en el mismo error.

Hecha esta aclaración, sólo pretendo, escribiendo desde las entrañas, expresar qué me provocó haber leído ayer en Infobae una nota encabezada con esta afirmación: “Liebig, el pueblo que llamaban ‘la cocina más grande del mundo’, se derrumbó y hoy quiere ser un shopping a cielo abierto”.

No se me pida objetividad para abordar el asunto. En Pueblo Liebig transitó la mayor parte de su vida mi abuelo, Antonio Bodean. Allí se crió mi padre, Hugo Ovidio Bodean. En ese bendito pueblo, mis tíos, “Nato” Musser y “Titina” Bodean, formaron familia y no se cansaron de participar en las más diversas iniciativas sociales y culturales. Visitar su casa, en tiempos de mi infancia, era una experiencia única. Entrar por aquella puerta coronada por un arco de medio punto, transitar el pasillo, ingresar en la casa, ir al taller; aparecer luego en un fondo sin límites, lleno de verde y de naturaleza. Todo era mágico. Tan mágico como el orgullo que sentían mis mayores por su querido “Pueblo Liebig”.

En la fábrica, Antonio, alias “el elefante”, fue capataz de la sección de extracto. Y cuando enfermó, mi abuela Delia debió trabajar allí, para seguir parando la olla. Yendo a buscar un libro a la biblioteca de Liebig, mi padre, cuando niño, trastabilló en un guardaganado y se quebró, anécdota que nos contó cien veces, tal vez porque venía a reflejar la pasión por la lectura del casi “autodidacta” hijo de obreros que, en plena infancia, ya trabajaba ayudando a repartir la leche en un carro.

Todo eso y mucho más es Pueblo Liebig para mí. Y por lo tanto, sólo quiero aclarar a los colegas de Infobae –si no lo toman a mal, y con el mayor de los respetos- que se equivocaron al elegir el título, que “el pueblo” como tal seguirá siendo pueblo, orgullosamente pueblo, y no shooping.

Y, por las dudas, también decirles que lo derrumbado es lo que quedó de la fábrica, pero no el pueblo en sí, que ha sabido conservar gran parte de su patrimonio arquitectónico, que le otorga una fisonomía especial, única. Y que lucha, en un contexto de crisis eterna, por subsistir, como la mayoría de los pueblos chicos del interior de la patria. Pueblos que no son “la” ciudad, como varios diarios “nacionales” llaman a CABA, ni “la” provincia, como le dicen a Buenos Aires, pero que tienen su identidad propia, y a mucha honra.

En el “cuerpo” del escrito, Infobae aporta datos muy interesantes sobre la historia luminosa de Liebig, cuando supo ser “cocina del mundo”. También refleja un diálogo con Gonzalo Vizental, un joven a quien se lo escucha contar acerca de un proyecto que suena innovador: “Vincular el espacio del frigorífico con un centro multicultural. Visitas guiadas por la fábrica, la creación de un museo, un paseo de compras, un patio de comidas. Y un circuito turístico sobre la costanera, son 350 metros de acceso al río. Es decir, una suerte de shopping a cielo abierto en un lugar tranquilo y seguro”.

La idea es más que atractiva. Y, a la vez, así explicitada, viene a dejar en claro que no es “el pueblo” –como dice el título- el que podría volverse un “shopping”. Porque no es lo mismo una parte que el todo.
Fuente: El Entre Ríos

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