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Hace casi un año, el 11 de agosto del 2019, Alberto Fernández se imponía a Mauricio Macri en las PASO y se convertía virtualmente en el próximo presidente de Argentina, considerando lo amplio de la diferencia. Unos meses después, el 27 de octubre, las elecciones generales confirmarían la noticia aunque por un margen más estrecho.

A ese agosto el gobierno de Macri había llegado cansado, y con una crisis de deuda que lo había obligado a recurrir al FMI y al mismo tiempo a embarcarse en una política de reducción de gasto y equilibrio fiscal. Con una economía en franco declive, y con la inteligente decisión de Cristina de hacer que fuera Alberto y no ella quien encabezara el ticket peronista, la suerte de Macri ya estaba echada.

El lunes después de aquellas PASO de agosto fue un día difícil y los mercados votaron a su manera. Se disparó y en forma el riesgo país, bajaron y mucho las acciones, y comenzó una fuerte presión sobre la cotización el dólar libre que terminaría forzando a Macri a instaurar un control de cambios un tiempo después, semanas antes de que asumiera Fernández.

Los argentinos, cansados de una languidez económica de años -veníamos de mal en peor desde el 2011-, sentimos que Macri había tenido su oportunidad de cambiar las cosas y había fracasado. El mercado, llámese los agentes económicos o ese infinito número de dueños del capital, sintió que lo que se venía era pasar de malo a peor y desde ese día le bajó el pulgar al futuro gobierno de Fernández y Fernández. Ni siquiera por un segundo les dio el beneficio de la duda.

Es que el modelo de país en lo económico que propone Alberto está gastado. Y Macri en realidad había planteado una versión ligeramente diferente de lo mismo, lo que explica su fracaso. Argentina viene lenta e inexorablemente barranca abajo desde hace más de 50 años y por alguna razón seguimos pensando que haciendo siempre lo mismo deberíamos poder obtener resultados diferentes.

Argentina y los argentinos hace décadas que privilegian un sistema económico donde el estado es el actor central, siempre a la orden del político inoperante de turno que piensa solo en utilizar los recursos de todos en beneficio propio.

Eso se ha transformado a lo largo de los años en pobreza estructural, anémico empleo privado, exceso de empleo estatal, escasa inversión, y una economía que vive mucho más en recesión que en expansión. A todo esto, súmele un ingreso per cápita que año a año no para de bajar.

El declive parece casi inexorable y nada indica que Alberto pueda o entienda cómo revertirlo. En primera instancia, más allá del camión de frente que es la pandemia y que no lo ayudó, debería ver de recuperar la confianza y la previsibilidad que Argentina no tiene. Pero todo lo que ha hecho Fernández hasta ahora no apunta en esa dirección, más bien todo lo contrario.

Hace un año que sabía que iba a tener que restructurar la deuda soberana y es el día de hoy y todavía sigue dando vueltas con los altísimos costos que esto representa, con intereses que se siguieron pagando en vano y por meses, y drenando reservas a razón de unos 500 millones de dólares por mes.

Después vino el gaffe de Vicentin, ahora el de Edesur, y en el medio el éxodo de Latam, que se dijo se iba por el parate global del sector aeronáutico, pero resultó que del único país en la región del que decidió bajarse fue del nuestro.

Mientras tanto, la recaudación es una lágrima y como ya sabemos todos financia menos de la mitad del gasto del estado, cubriéndose el resto con emisión monetaria. Aun así, cuando se los consulta, en el gobierno siguen insistiendo que el gran motor para salir de esta crisis sigue siendo el estado, aunque esté quebrado. Mientras tanto, la inflación nos acecha, con registros de más de 2% mensual en un país donde la actividad económica se parece a la de un cementerio, y promete darnos una linda sorpresita más a finales del año cuando la economía se recupere, aunque sea un poco.

Leyendo este racconto uno no puede no percatarse que sería poco realista apostarle fuerte a las chances de que Alberto la da vuelta. Por lo menos no hasta que se dé cuenta que lo primero que debe hacer -como ya dijimos- es recrear la confianza, la de los ciudadanos de a pie, y también la de aquellos argentinos que están en condiciones de seguir invirtiendo o de volver a invertir en el país.

Hoy la crisis argentina es de desconfianza, no solo frente al actual gobierno, sino frente a un proyecto económico de país que no tiene sino malos resultados para mostrar. Revertido el proceso de alguna manera, aunque solo sea hipotéticamente hablando, el próximo desafío de Fernández sería diagramar y ejecutar un plan, de esos en los que no cree, que nos permita recuperar el rumbo perdido.

Difícil sí, pero no imposible. Alguna vez, hace casi doscientos años, supimos ser tal vez el país más pobre de la región, y solo cincuenta después éramos uno de los países más ricos del mundo.
Fuente: El Entre Ríos

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