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Informática, globalización e inmigración están flexibilizando el mercado laboral al punto de hacer innecesaria una reforma laboral.

Durante la primera mitad del siglo XX, la industrialización argentina generó un sinnúmero de nuevos empleos que, al principio, reprodujeron en nuestras latitudes los fenómenos de explotación de los trabajadores que ya a mediados del siglo anterior habían sido denunciadas en Europa por Karl Marx. Estos empleos industriales se sumaban a los del sector agropecuario y en otras actividades primarias, en los que la jornada laboral ocupaba desde la salida del sol hasta el ocaso.

Lentamente, las regulaciones laborales fueron tornándose más humanas, con jornadas laborales más reducidas y períodos de descanso obligatorio. Muchas de estas regulaciones en defensa de los trabajadores son parte de nuestra Constitución.

El problema está en que muchas de las regulaciones, muy apropiadas para la época en que fueron redactadas, llegan al presente avasalladas por los cambios acelerados en la naturaleza del trabajo. Con la informática ha aumentado de manera sideral la productividad de la mayoría de los empleos.

Son estos avances de la productividad los que delinean mejoras en las condiciones laborales que van mucho más allá de lo que, incluso, demandaron durante décadas los sindicalistas. Jornadas laborales más reducidas, trabajo en el hogar, períodos vacacionales flexibles, condiciones de higiene, no discriminación, y protección del ambiente, entre otras cuestiones, se han instalado firmemente en las empresas más modernas y exitosas del mundo.

Con algún rezago, estas tendencias comienzan a verse en el país. Desde que dejamos el Edén, el sudor de la frente había sido necesario en eso de agenciarse el pan de cada día. Ahora, cada vez hay que sudar menos y pensar más, no sólo para las tareas laborales sino también para la ocupación del tiempo de ocio.

Cierto es que los beneficios de la flexibilización laboral no se derraman sobre todos los trabajadores por igual, sino que son aprovechados por aquellos más capacitados para usar la tecnología para aumentar la productividad de su trabajo. La mayor parte de los conflictos sindicales se producen en algunas de las ramas laborales de menor productividad, en las cuales los empleos están más expuestos a los riesgos que supone la mecanización.

A la mayor productividad y flexibilidad que trae aparejada la informática se le suma otro fenómeno de estos tiempos: las migraciones. Resulta que la informática no sólo altera las costumbres en las fábricas y en el tiempo libre, sino que también ha abierto las fronteras. La globalización ya no sólo consiste en fabricar y vender productos en otros países, sino en que las personas se muevan de un lado a otro casi sin limitaciones.

Muchas veces, los inmigrantes, ansiosos por acceder a una calidad de vida mejor de la que disfrutan en sus países de origen, están dispuestos a desempeñar trabajos pesados, en condiciones de trabajo flexibles (los sindicalistas las llamarían precarias), y que los locales no están dispuestos a realizar.

La desregulación de facto que está ocurriendo en el mercado laboral arrasa no sólo a las regulaciones sino también a los sindicalistas. Plataformas como Uber, servicios en línea para entregar comidas a domicilio, líneas aéreas de bajo costo, inmigrantes que se emplean en trabajos de baja productividad y, cada vez más, el reemplazo de operaciones rutinarias por ordenadores, hace que el trabajo tal como lo conocemos no continúe en el futuro.

La precarización del trabajo no se deriva de la flexibilización, sino de las dificultades que encuentren los trabajadores para adaptarse a un mercado laboral cambiante, por culpa de sindicalistas, empresarios y políticos que, más afanados en retener sus privilegios que en defender a los trabajadores, se han anquilosado (y toman decisiones como la que en la Ciudad de Buenos Aires pretende frenar a Uber).

La globalización, la informática, la inmigración aceleran la flexibilización de hecho del mercado de trabajo. En breve, no será siquiera necesario hablar de reforma laboral, pues el proceso está ocurriendo de manera espontánea. Pretender frenarlo equivale a pretender frenar el avance de la humanidad.
Fuente: El Entre Ríos Edición Impresa

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