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Alrededor de la designación de Ricardo Luis Alfonsín como embajador de nuestro país en España por parte del actual gobierno se han generado comentarios de diversa índole, a la vez que ésta ha sido materia de una serie de reacciones. Consideramos necesario, antes de ocuparnos de todo ello, hacer una referencia que consideramos necesaria respecto a la persona del nombrado.

Comenzando así por destacar que no solo se trata de un hombre bueno; sino que no solo lo es sino que lo deja expresado de una manera gestual apenas se presta atención a su fisonomía. Con el añadido que es alguien que resultara lamentablemente marcado en sus años mozos, por la tragedia inconsolable que significara la absurda forma en que perdió su vida una hija suya, en el interior de la escuela donde cursaba sus estudios.

También se debe decir que carga como mochila, la difícil circunstancia de ser “hijo de su padre”, un papel costoso de sobrellevar. Es que casi siempre presente surge la comparación con lo que ha sido aquél en el transcurso de sus días; algo que sin embargo no podría ser de otro modo.

Máxime cuando se sabe que Raúl Alfonsín no es otro que su padre, circunstancia que constituye una alta vara con la que es medido; ya que como no es ni siquiera necesario explicarlo, la figura de aquél ha sabido marcar con sus acciones y su prédica nuestra historia. De donde ello lleva a que se vuelva constante y hasta inevitable su comparación con la los trabajos y los día de su progenitor, llevando se asista en su caso, como en tantos similares, a que una persona, además de ser él mismo, se lo vea siempre acompañado por la sombra de su padre.

Algo, que en su caso al menos, es una constante con la que no tiene otra alternativa que vivir, a pesar de que a través de su actuación pública vinculada por sobre todo en el ámbito de la política, ha buscado siempre hacerse un lugar propio, sin incurrir en la clásica “portación de apellido”.

Un comportamiento, este último, nada desusado; sobre todo en tiempos como los actuales, tan ahítos como se los observa de familias nepóticas.

Es por eso que su mérito es haber buscado configurar una trayectoria propia, por más que haya interpretado a su manera los dictados dejados por su padre. Actitud políticamente valorable por lo honesta, más allá del hecho que se pueda coincidir y discrepar con ella, teniendo en cuenta que de cualquier manera se la debe tener como respetable.

Efectuadas esas consideraciones, se hace presente una cuestión que en nuestro caso parece como insoslayable, que tiene que ver con una más amplia, pero que en el presente da cuenta de ribetes especiales. Ella consiste en tratar de intentar dejar establecido si merece reparo u objeción alguna el que un dirigente político notorio, acepte ser embajador de su país ante otra nación que no es obviamente la suya y como resultas de la designación que de él efectúa un gobierno de un color político distinto al suyo.

Dar respuesta a ese interrogante hace necesario fijar como lo pasamos a hacer referencia a una cuestión previa. Es la referida si resulta razonable y procedente, contando un Estado como es el caso del nuestro, con un cuerpo diplomático integrado por “embajadores de carrera”, hacer uso y abuso de la designación de quienes carecen de ese título, al frente de nuestras legaciones.

No es argumento para explicarlo de una forma objetivamente razonable, la circunstancia que esa práctica se encuentre en la mayor parte del mundo naturalizada con el uso, ya que de cualquier manera es sabido que en esos casos se está frente a una forma de otorgar una recompensa, o buscar dar señales con supuesta influencia en el ámbito político local, de donde queda claro la idoneidad del designado pasa a aparecer como una cuestión de segundo orden. Sin dejar de lado lo hasta aquí señalado, no impiden que no se hagan presente honrosas excepciones que vienen a confirmar la regla.

De cualquier manera designaciones de este tipo no resultan problemáticas en naciones que cuentan en su haber una larga trayectoria en materia de solidez institucional y de elevada cultura política, de donde gestos como éstos se consideran una prueba de sana y fructífera convivencia. Algo que no se da en el caso actual de nuestro país, dado lo cual no es de extrañar que el anuncio de la designación de Ricardo Alfonsín como embajador argentino en España haya despertado entre algunos de sus correligionarios, una reacción solo comparable a la provocada en una gran parte de la dirigencia del futbol organizado, a la de Mauricio Macri el frente de una organización internacional de ese deporte.

De allí lo difícil que resulta dejar establecido, hasta qué punto la aceptación de cargos en un gobierno de signo político contrario, no puede verse como una de esas situaciones familiares en nuestro tiempos de “estrategias transversales” y de “transfuguismo”, como una decisión reprochable.

Aunque no se debe pasar por alto que Ricardo Alfonsín no es como los Moreau, padre e hija, o el gobernado actual aunque intermitente santiagueño Zamora. Y que se debe tener presente el comportamiento del ex gobernador y actual senador mendocino Julio César Cobos, el que cuando en ocasión de acompañar como vicepresidente a la presidenta Fernández, dio clara prueba de su conocimiento de la existencia de límites a los que no se puede traspasar al actuar en política.

Por otra parte es indudable que se debe avanzar en una política de encuentros, sobre todo en un país como el nuestra casi suicidado por su espíritu faccioso. Pero así como no es lo mismo gordura que hinchazón, tampoco es cuestión de contentarse con “entreverar la hacienda”.

Y ese es el punto crucial, como punto final al presente análisis: el saber hasta punto es consciente de que Alfonsín al ocupar el cargo para el que ha sido designado, contará a Sergio Urribarri entre sus “cofrades”. Es conocido que el actuar en política hace que quien lo hace tenga le necesidad de “tragarse algunos sapos”.

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