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En un país donde no solemos presenciar acontecimientos trascendentes, la visita de familiares a las tumbas de los soldados caídos en Malvinas, fue un hecho realmente emocionante. Parecía, de lejos, ser un encuentro persona a persona. Saber que está aquí, lejos de Chaco o Corrientes, pero aquí; sin duda tuvo para los dolientes la bendición de un abrazo.

Es como si la guerra le hubiera dado una significación distinta a la muerte. El haber recuperado la identidad de tantos muchachos fue un hecho notable en la diaria vulgaridad de nuestra vida ciudadana. Hubo en esa tarea, sin duda muy dolorosa, una donación, un regalo. Obsequios y exequias.

Y apunto a la significación distinta dada la progresiva modificación entre nosotros de los ritos funerarios. Los velorios tienen horarios acotados, la cremación va ganando espacio, y el destino de las cenizas está muchas veces librado a la fantasía o capricho de los familiares: una madrugada al mar o al río, la maceta en su shopping preferido. A veces me pareció que hay en ello cierta negación de muerte. "Un golpe de ataúd en tierra es algo perfectamente serio", decía Antonio Machado. La tumba tiene algo de regazo materno, como si ella y no el fuego fuera la deseable mediadora para nuestra inevitable descomposición.

Triste destino el de esa muchachada muerta: asustados, hambrientos, ateridos, exaltados, valientes. "Oh, qué bella guerra", satirizó con ese título a la guerra del 14 un viejo film inglés.

Puede que para ellos, para algunos al menos, los crepúsculos de la mañana y de la noche, con la maravillosa luz austral, les diera regocijo.
Fuente: El Entre Ríos (edición impresa)

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